LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Por qué una familia rica con tres hijos puede acceder al bono social eléctrico para familias vulnerables

Telepolítica

Pablo y Albert olvidaron que los viejos partidos veían la tele

La observación es muy buena, aunque no es mía. Está en el magnífico libro de Yuval Noah Harari Homo Deus. En una de sus páginas, analiza la encomiable labor de predicción que desarrolló Karl Marx. Consiguió ver como nadie la evolución del proceso de creciente industrialización que iban a vivir las sociedades emergentes. Anunció la tremenda división social que iba a imponer el capitalismo. Intuyó la aparición de una lucha de clases desnivelada. El poder económico de la clase empresarial se iba a cimentar en la explotación de las clases trabajadoras. Su ambición no iba a tener límite y sólo la articulación de un movimiento obrero organizado y mentalizado podía frenarles. Su análisis concluía con la convicción de que el proletariado podía, apoyado en la fuerza que le daría la movilización colectiva, hacerse con el control de los medios de producción y rebelarse ante la amenaza de explotación esclavista que se divisaba.

La conclusión de Harari, con evidente tono bienhumorado, es que al final todo el análisis de la doctrina marxista no pudo ser más certero, pero cometió un pequeño error. Olvidó que los capitalistas también sabían leer. Se dieron cuenta de la amenaza que suponía para sus boyantes negocios la articulación del movimiento obrero. Leyeron los textos de la doctrina marxista y decidieron poner los medios que fueran necesarios para evitar que la dictadura del proletariado jamás llegara a consumarse. La jugada parece que no les ha salido mal a la vista de lo vivido en las décadas posteriores.

Inevitablemente, al leer esta alegoría histórica me vino a la cabeza la imagen de Pablo Iglesias y Albert Rivera sentados junto a Jordi Évole en la mesa del bar Tío Cuco del Nou Barris en Barcelona, en octubre de 2015. En aquella mítica emisión de Salvados, los dos representantes de la llamada nueva política escenificaron la consolidación de un movimiento que tuvo en la televisión su principal plataforma de lanzamiento. Pablo Iglesias, desde 13TV, empezó meses antes de las elecciones europeas de 2014 a fraguarse una imagen de luchador, de azote del obsoleto régimen político que esa cadena simbolizaba a la perfección. Sus apariciones mostraban un lenguaje, unas formas y unos argumentos que conectaban de inmediato con buena parte de la ciudadanía, deseosa de ver la plasmación de los cambios que el 15-M empezó a esbozar en 2011.

El éxito televisivo de Pablo Iglesias se extendió hasta convertirle en un auténtico fenómeno mediático. Sus apariciones significaban la garantía de un extraordinario dato de audiencia y del reconocimiento de importantes sectores de la población. Albert Rivera tuvo en paralelo la acertada visión de darse cuenta de la corriente favorable que arrastraba Podemos y decidió unirse a su estela. Aunque su base ideológica era radicalmente diferente, podía apoyarse en el soporte transversal que significaba la necesidad de cambiar el trasnochado modelo político español representado por el PP y el PSOE de aquellos tiempos.

La celeridad de los acontecimientos vividos en los últimos años ha precipitado todo tipo de consecuencias. El tablero entero se ha movido y las piezas que en él se apoyaban han cambiado de posición. Tanto Podemos como Ciudadanos han evolucionado significativamente en este período. Sus respectivos líderes, Pablo Iglesias y Albert Rivera, son hoy célebres figuras políticas sometidas a juicio constante y conocedores en sus propias carnes de lo que significa la conflagración a gran escala. Pero si la vida de los nuevos partidos ha evolucionado, qué decir de lo ocurrido con las formaciones tradicionales.

Nadie podía suponer que, a fecha de hoy, el presidente del Gobierno iba a ser Pedro Sánchez, como líder del PSOE, después de una travesía digna de una fulgurante road movieroad movie. El actual Gobierno socialista, aupado como primera fuerza de apoyo por Podemos, ha planteado una atractiva propuesta asentada en las principales reivindicaciones de su posición ideológica que van desde las políticas de igualdad a, por ejemplo, la sanidad universal. A la vez, han asumido como propios el estilo y las iniciativas impulsadas estos años atrás por las llamadas fuerzas emergentes. Las formas son evidentemente más modernas y las principales reformas previstas son reivindicaciones proclamadas hasta no hace mucho tiempo por los movimientos sociales más activos. La meritocracia parece haberse impuesto. Aunque suene a contradicción aparente, se puede afirmar que Pedro Sánchez, líder del PSOE con 135 años de historia, es el primer presidente de Gobierno representativo de la nueva política española.

Para Podemos, la actual coyuntura tiene su complicación. Se encuentra en una posición no buscada de antemano. Ha decidido aceptar lo que tanto se resistió a asumir, el servir de lanzadera de la renovación de los socialistas. Nadie puede hurtarles el reconocimiento de ser una significativa fuente de inspiración del actual gobierno y, sobre todo, de lo que representa. Sin embargo, esta constatación es tan evidente como el hecho de haberse quedado fuera del ejercicio directo del poder.

Siguiendo la alegoría de Harari sobre la evolución histórica del marxismo, podríamos reconvertir el esquema aplicado al caso español. Pablo Iglesias y Albert Rivera coparon durante un importante período los platós de televisión vaticinando el fin de la política tradicional. Atisbaron un cambio en las formas y en los argumentos de una democracia reinventada, más asimilable a la realidad del pueblo español. Lo explicaron mañana, tarde y noche a través de todo tipo de programas. Lo hicieron tan bien que convencieron a la mayor parte de los ciudadanos de la necesidad de llevar adelante el cambio. Su único error, quizá, fue olvidar que los viejos partidos también veían la televisión y acabaron por convencerse de que había llegado el momento de renovarse o morir.

Estos días asistimos a un nuevo evento: el PP hace primarias. Se ve que les falta pericia y que dan claras muestras de bisoñez en su puesta en escena, pero no deja de ser llamativo que veamos a los candidatos populares perseguir a las cámaras de televisión para que den cobertura a sus declaraciones.  Todos ellos luchan por apropiarse de quién simboliza mejor la regeneración de un partido agotado en su periplo histórico. Y Rajoy, tomando café en Santa Pola.

Más sobre este tema
stats