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El timo de la falacia

Me incomoda el extendido hábito de algunos políticos y tertulianos de utilizar la falacia como recurso de argumentación cotidiano. La falacia implica exponer un razonamiento aparentemente lógico, pero falso en el fondo. Es lo más parecido a un timo aplicado al discurso político. Aprovecha la bonhomía de la gente que asume con credulidad como cierto un razonamiento aparentemente convincente. En realidad, es una trampa. Esconde un claro interés en engañar. A través de la utilización de la lógica se busca ganar en fiabilidad, lo que demuestra la manifiesta intención de mentir, de falsear, de tergiversar.

Alguien podría decir que un equipo de fútbol ha ganado la Liga al ser el que ha marcado más goles durante la temporada. Aparenta ser un razonamiento consecuente, pero es falso. Cualquiera que conozca mínimamente el fútbol sabe que un campeonato de Liga lo gana el que más puntos obtiene. Llevamos semanas oyendo que Ciudadanos ha ganado las elecciones en Cataluña porque ha sido el partido más votado y el que más escaños ha obtenido. El sistema electoral español establece que el gobierno le corresponde al candidato que reúne mayor número de votos en el parlamento. Inés Arrimadas tiene el enorme mérito de encabezar la lista más votada en Cataluña. El ganador de las elecciones será el candidato que obtenga mayor apoyo parlamentario. Todo parece indicar que será un diputado del bloque independentista que tiene la mayoría parlamentaria.

Estos días se ha repetido otra falacia. Dice Puigdemont que hay un mandato ciudadano tras las elecciones para que sea investido como president de la Generalitat. Casi 950.000 catalanes han votado la lista de Junts Per Catalunya, encabezada por Puigdemont. Parece razonable deducir que esos electores sí que apoyaron en las urnas al candidato recluido en Bruselas. Sin embargo, otros 935.000 optaron por la lista de ERC cuyos dirigentes insistieron en que, si eran la lista más votada, el president debía ser de su partido. Por tanto, es una falacia decir que Puigdemont debe ser consecuentemente investido o se traicionaría a los votantes independentistas.

A lo largo del procés el uso de falacias se ha extendido con profusión. En muchas ocasiones de forma innecesaria. La desafortunada intervención policial es un buen ejemplo. Desde el secesionismo se suele afirmar que la desproporcionada actuación de los cuerpos de seguridad fue la respuesta del Estado español al simple deseo de los ciudadanos por votar. Parece más que evidente que la intervención policial fue tan ineficaz como desproporcionada. Pero no menos evidente es que fue consecuencia de la convocatoria de un referéndum ilegal carente, además, de las mínimas condiciones democráticas, tal y como corroboraron los observadores internacionales contratados por los propios organizadores de la votación.

Este modelo de falacia es quizá la más extendida. Consiste en describir un fenómeno de acción y reacción cambiando el detonante del conflicto por otro que convierte la contestación en absurda o irracional. El final es un hecho cierto y visible, pero la causa que lo explica se modifica. Es una realidad que hay varios líderes del independentismo encarcelados en la actualidad. Existe controversia sobre la adecuación de las medidas de prisión provisional dictadas por el juez Llarena. Lo que no debería ser discutible es de qué se les acusa. Los delitos están tipificados y figuran por escrito. En el proceso se decidirá si los han cometido o no. Lo que no existe es acusación alguna contra ellos por expresar sus ideas políticas o por tener unos principios ideológicos determinados. Es una falacia decir que están en prisión por defender sus ideas políticas. Están en prisión acusados de desobediencia, malversación, sedición y rebelión.

Una parte por el todo

Otra variante habitual de falacia es la de tomar una parte y enlazarla con un todo como aparente secuencia lógica. Es muy habitual escuchar al Gobierno explicar, por ejemplo, que la mejora de las cifras del paro confirma que la economía española se ha recuperado y que España ha superado la crisis. El descenso de la cifra general de desempleo es innegable. Como lo es el aumento de la desigualdad, la precariedad laboral, los salarios insuficientes y la degradación de los servicios públicos. Es una falacia hablar de crisis superada en base a un dato positivo que pretende encubrir otras realidades incontrovertibles.

También es habitual recurrir a la falacia mediante la fórmula de partir de certezas manifiestas para derivar en conclusiones absolutamente discutibles pero que aparentan estar basadas en los argumentos de partida. Es habitual cuando se habla de corrupción escuchar voces que afirman, con razón, que la corrupción es inherente a parte del género humano. O cuando se atestigua que la corrupción puede darse en todos los partidos. Sin embargo, desde estas dos ciertas aseveraciones se da el salto a la falacia cuando se afirma que en consecuencia es un fenómeno inevitable que tenemos que asumir. Falso. La corrupción puede desaparecer si hay voluntad política de combatirla y se ponen los medios necesarios de prevención, vigilancia, persecución y castigo.

La culpa es de los periodistas

Es una falacia presumir que son las bases de un partido las que deciden democráticamente lo que una formación hace si en realidad sólo una pequeña parte de los militantes han participado en el proceso. En efecto, se ha podido votar y se ha podido respetar el resultado consiguiente, pero no puede afirmarse que esa es la decisión de las bases.

Existe un último grado extremo y sofisticado de argumentación falaz. Consiste en mentir diciendo la verdad. Es decir, dar datos ciertos que inevitablemente conducen a una conclusión que es falsa. Un ejemplo curioso y muy repetido cuando se habla de pensiones es el de afirmar que Zapatero las congeló y que Rajoy las subió en cuanto llegó al gobierno. Ambos datos son reales, pero así planteados presentan una visión absolutamente errónea de lo ocurrido. Durante los siete años de gobierno de Zapatero el aumento de la pensión media superó ampliamente a la inflación puesto que subió más de un 40% para los jubilados y un 35% para las viudas. Las cifras llegan hasta el 65% de subida en las pensiones mínimas de viudedad para mayores de 65 años. Estos datos incluyen el último año de legislatura de Zapatero, en el que se congelaron las pensiones como media. Ese año, la inflación fue de un 1,2%. Es decir, los pensionistas ese año vieron devaluada su pensión ese 1,2%. Al llegar al gobierno, Rajoy subió las pensiones un 1%, pero la inflación fue de un 2,9%. Es decir, los pensionistas vieron devaluada su asignación un 1,9%, casi el doble de pérdida que el único año en el que Zapatero congeló las pensiones. En resumen, es una falacia razonar que para los pensionistas fue peor la congelación de Zapatero que la subida de Rajoy. No es verdad, aunque aparente ser lógico. Es una falacia.

Es evidente que hay políticos y opinadores que acostumbran a querer vendernos su verdad por encima de todo. Cuando alguien expresa su opinión, aunque no coincida con él, para mí siempre es interesante escuchar. Cuando alguien intenta engañarme ya me gusta menos. Pero lo que no acepto es que pretendan timarme. Además de mentirme, entiendo que soy tratado como un idiota.

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