Karla Sofía Gascón y el flaco favor

Que nadie se atreva a malinterpretarme; no habrá un solo fragmento en este texto en el que defienda los innumerables comentarios racistas y xenófobos que recientemente se han encontrado en la cuenta de Twitter de Karla Sofía Gascón. 

Ni siquiera sé cómo alguien podría plantearse defenderlos. Es decir... ¿En qué cabeza cabe? Hablar de una persona asesinada en un caso de abuso policial por prejuicios raciales como “un drogata estafador”, diciendo que realmente a nadie le importaba y quejándote de quienes consideran “asesinos” a la policía... Chica, tremendo triple salto mortal hacia atrás. 

A la comunidad china también le toca lo suyo. “La vacuna china, aparte de con el chip obligatorio, viene con dos rollitos de primavera, un gato que mueve la mano, dos flores de plástico...” o “Los chinos están invadiendo todo. ¿Pol qué? ¿Qué quielen....?”. 

La peor parte se la lleva la comunidad musulmana. “El islam se está convirtiendo en un foco de infección para la humanidad que hay que curar urgentemente”. “Cuántas veces más la historia tendrá que expulsar a los moros de España...”. 

No hay mucha manera tampoco de que lo haga pasar por “humor desafortunado”; la mayoría de los mensajes destilan puro odio. No solo eso, sino que sus disculpas no parecen tener la intención de distanciar mucho su forma de pensar actual con la que muestra en estos mensajes (algunos de ellos, de hace menos de tres años). Y, qué queréis que os diga, pero la gente está en su pleno derecho a no querer apoyar la carrera de una persona que, más que probablemente, sienta odio hacia ella. Es tan simple como eso. 

Con esto bien claro, creo que toca matizar también lo siguiente. Utilizar la transfobia para atacar o insultar a una persona por otros motivos que no tienen nada que ver con el hecho de que sea trans (incluso si entre esos motivos estuviera que la propia persona fuera tránsfoba) no debería ser nunca aceptable. En este caso era más que previsible: Karla Sofía Gascón lleva desde que comenzó a despuntar gracias al éxito de Emilia Pérez sufriendo ataques tránsfobos en diversos medios y en redes sociales (un saludo a las que, cada dos o tres días, deciden hacer trending topic el hashtag #EsUnPutoHombre; tiene que conllevar mucho esfuerzo hacer el ridículo de forma tan continuada con tan poco descanso entre medias). Ahora, con el resurgimiento de sus mensajes de odio, aparecen personas de ideología conservadora y tránsfoba celebrando, riéndose o incluso atreviéndose a decir: “¿Veis? Mucho maquillaje, mucho vestido, pero en el fondo sigue siendo el mismo”. Una forma de intentar seguir vendiéndonos que las mujeres trans son “hombres disfrazados” que, por mucho que transicionen, no cambian. 

Utilizar la transfobia para atacar o insultar a una persona por otros motivos que no tienen nada que ver con el hecho de que sea trans no debería ser nunca aceptable

Pero, ¿sabéis lo que pasa? Que a estas alturas deberíamos haber superado ya la política del “flaco favor”. Aparentemente, si eres parte de una comunidad minorizada, tienes que rozar la perfección moral en cada segundo de tu vida porque, si no, cualquier fallo se utilizará, no en tu contra, sino en la de una comunidad completa. 

“Qué pena lo de Karla Sofía Gascón, podría haber sido una representación maravillosa para la comunidad trans, con todo lo que está cayendo”. 

Bien, pues no lo es. 

¿Y?

¿Afecta eso entonces al resto de la comunidad trans? ¿Identifica de alguna manera a las millones de personas que quizá lo único que tengan en común con ella es haber sido asignadas al nacer con un género distinto al que han desarrollado y manifiestan?

Karla Sofía Gascón es racista, es xenófoba, es islamófoba. Estos deben ser los motivos por los que la criticamos. Fin. ¿Tiene menos derecho a ser considerada mujer? ¿Alguien le ha negado su reconocimiento como mujer a Rocío Monasterio o a Macarena Olona, que también encajan en los anteriores adjetivos? ¿O a la cofundadora de Vox Cristina Seguí, condenada por humillación y difusión de vídeos de niñas menores víctimas de violación?

A ver si esto nos queda claro: el reconocimiento de la identidad de género no es un premio. No se da a quien lo hace todo perfecto y se le quita a quien hace algo mal. Sobre todo cuando, casualmente, solo se le intenta quitar a las personas de comunidades minorizadas, mientras otras pueden hacer lo que sea, que nunca tendrán ese derecho puesto en duda. 

Y en cuanto a la representación: sí, la comunidad trans necesita visibilidad para llegar a su normalización. Que las personas en casa se acostumbren a verlas para entender mejor sus (múltiples) realidades y los enemigos de la diversidad no puedan venderles tan fácilmente que son enemigas sociales que tratan de quitarles a ellos sus derechos (¿Cómo? ¿Por qué?). Pero eso no significa que cada persona trans, por el mero hecho de existir, haya firmado un contrato por el que se compromete a ser perfecta en cada sentido, con una línea pequeña que fija que, si falla, su error se utilizará para atacar a otras miles de personas que nada tienen que ver. 

Imagino que cuando veis 'La isla de las tentaciones' no pensáis: “Qué conducta tan tóxica tiene esta pareja, qué mala representación de la comunidad heterosexual. ¡Qué flaco favor le hacen a sus compañeros de colectivo! Luego los heterosexuales se quejarán cuando se les insulte o se les ataque (si esto pasase, entendedme), pero es que tienen la oportunidad de representarse en televisión, y mira la imagen que dan...”. No, ¿verdad? Pues ya está. 

Con todo esto, me quedo con dos reflexiones. 

La primera, que el argumento de Emilia Pérez nos engaña. Que una persona descubra su verdadera identidad de género y pase de vivir como un hombre a vivir como una mujer no le convierte en una persona radicalmente distinta. El hombre no es malvado por naturaleza y la mujer no es un ser de luz por nacimiento. Y sí, hay personas trans que son malas personas. Y mujeres que son malas personas. Y personas racializadas, y con discapacidad, y queer. Y eso no resta un ápice de legitimidad a las luchas por la liberación de todas ellas como comunidades.

Y segunda, me gustaría recordar esto. Las agresiones con motivo de odio, ya sean tránsfobas, misóginas, homófobas, racistas, etc, nunca son personales. Cuando atacas a una persona trans con argumentos e improperios tránsfobos, aunque lo justifiques con que esa persona en concreto “ha hecho algo malo” o “te cae mal”, el daño no va solo para ella. Va para toda una comunidad que ve cómo su identidad y su forma de ser son utilizadas como un insulto, como algo negativo. Y nadie merece sentir que su identidad, el mero hecho de ser como es, es considerado una razón para ser atacado. 

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