Ganar y perder en el SMI Pilar Velasco

35 años. 35 años hace que la Organización Mundial de la Salud retiró la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales.
Más de 20 años hace que empezó a aprobarse el matrimonio igualitario en distintos países del mundo.
Más de una década llevo escuchando: “¿De qué se quejan? Si ya lo tienen todo. Están en igualdad de condiciones y tienen todos sus derechos, ahora lo que quieren son privilegios”, y demás perlitas.
Años leyendo a decenas de periodistas y opinadores inteligentísimos y con una tremenda capacidad de análisis (sí, amor, es ironía) decir que la comunidad LGTBIQ+ y la “cultura woke” son peligrosos inventos capitalistas. Que las grandes plataformas y empresas de comunicación nos lo imponen por “agenda política”. Que estamos cayendo en “la trampa de la diversidad”, que dice Daniel Bernabé. Que hay una inclusión forzada woke muy peligrosa que está a la misma altura que la extrema derecha, que dice Soto Ivars.
Joder, qué imposición capitalista más rara somos las personas LGTBIQ+ que, en cuanto se tuerce un poco (más) el tablero político hacia la derecha, todo el entramado económico, empresarial y mediático no solo nos tira por la borda, sino que, directamente, amenaza con destruirnos.
Vuelve Donald Trump a la Casa Blanca. Lo hace con una campaña basada, en gran parte, en la promesa de recortar los derechos de las personas LGTBIQ+ (en especial, de las personas trans). Las vende como amenazas, como personas peligrosas, como, literalmente, grupos terroristas. Es ganar las elecciones y comienza la ofensiva.
Mark Zuckerberg anuncia que cambiará los protocolos de Meta (Instagram, Facebook...) para, literalmente, permitir que se pueda calificar de enfermas mentales a las personas LGTBIQ+ por su orientación sexual o identidad de género. Lo disfraza, cómo no, de “libertad de expresión”. Porque igual que los periodistas listísimos que mencionaba antes, parece ser que fomentar ideas por las que se ha perseguido, encerrado, electrocutado y asesinado a millones de personas por su forma de ser es algo muy necesario para el mantenimiento de la libertad de expresión. Zuckerberg le da la razón a quienes nos persiguen. Valida su visión. Valida que cada persona, en su casa, pueda acosarnos, insultarnos y agredirnos a distancia. De repente, eso está bien, así que, ¿por qué no hacerlo también en las calles?
De Twitter (sí, sé que ahora se llama X, pero si Elon Musk puede hacer deadnaming y llamar a su hija trans por su anterior nombre, yo se lo puedo hacer a su estúpida red social) ya ni hablamos. Hace tiempo ya que Musk cambió sus protocolos para prohibir cualquier tipo de defensa de las personas de comunidades minorizadas. Su hija es trans y no ha sabido aceptarlo, así que ha decidido dedicar su vida a joder otras. Masculinidad frágil y absurda en su máximo esplendor.
Quieren devolvernos a un mundo en el que tenemos miedo. Al mundo de la Ley de Vagos y Maleantes. En el que estar fuera de la normatividad debe convertirnos en sujetos inferiores que deben adaptarse
Amazon no se libra. Vuelve el señor anaranjado con peluquín y, automáticamente (además de donarle un milloncejo de dólares), anuncian que recortarán sus compromisos y planes de protección para personas LGTBIQ+ y racializadas. Borran también de todos sus manuales y protocolos la palabra “transgénero”.
Disney directamente ha forzado, según denuncian los trabajadores de Pixar, que se reescriba y reedite una serie de animación de su catálogo, que se estrenaría el próximo mes de febrero, para eliminar a un personaje trans. Con la actriz de doblaje ya contratada. La serie se había concebido en todo momento con ese personaje de forma natural y es censurada. Para que luego diga Soto Ivars donde Íker Jiménez que vivimos en la época de la inclusión forzada. Amigo, si durante décadas existió un código en Hollywood que prohibía expresamente representar a personas LGTBIQ+, se nos deben años y años de representación y aún a día de hoy se censura a los personajes de la comunidad y se obliga a borrarlos, igual lo que sí que existe es la exclusión forzada.
Todo esto lo vivimos también aquí en España, vaya, que no nos tenemos que ir tan lejos. Lo notamos especialmente quienes somos figuras públicas y somos personas abiertamente LGTBIQ+ que, además, hablamos de ello o nos posicionamos públicamente a favor de los derechos de la comunidad. Ojalá poder hablar más abiertamente de todas esas empresas, ayuntamientos, medios de comunicación, etc, que decidieron dejar de contemplarnos como posibles trabajadores o colaboradores cuando comenzó el ataque a la Ley LGTBIQ+ y Trans española por motivaciones políticas. Literalmente me han llegado a decir que no podían contar conmigo en este momento porque “ahora mismo, lo LGTBIQ+ no tiene buena imagen, es mejor no posicionarse”. Porque, además, si hablas públicamente del tema, ya eres solo y exclusivamente eso para ellos. Pero, es que, ¿es mejor no posicionarse a favor de los derechos humanos? ¿Del respeto mínimo?
La ofensiva contra las personas LGTBIQ+ es más que obvia y, aun así, no parece ocupar demasiado tiempo en los telediarios, o en las tertulias televisivas. No parece indignar a las personas que creen vivir ajenas a todo esto (como si después de personas migrantes, racializadas, queer y feministas, no fuéramos toda la clase obrera detrás). Me siento acompañado en espacios comunitarios de la comunidad, pero no fuera de ellos. Me siento desprotegido, me siento desesperanzado, sabiendo que esto, además, es solo el principio.
Quieren devolvernos a un mundo en el que tenemos miedo. Al mundo de la Ley de Vagos y Maleantes. En el que estar fuera de la normatividad debe convertirnos en sujetos inferiores que deben adaptarse y vivir para trabajar para ellos a cambio del mero derecho a conservar la vida. Quieren invisibilizarnos, que el resto de la población nos tema para poder mantener su poder a base de prometer que nos mantendrán a raya. Quieren rentabilizar el odio. Quieren vivir de nuestro sufrimiento.
Y yo, personalmente, ya estoy harto de poner buena cara. Ya estoy harto de que me digan que mi activismo es “demasiado directo”, que “asusta” al resto y que eso, a la larga, es peor para “las personas como yo”.
Nos quieren indefensas, pero nos tendrán combativas.
Nos quieren enfermas.
Pero nos tendrán maleantes.
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