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De la rendición de cuentas judicial al periodismo libre de bulos: la larga lista de reformas pendientes

Diez años después, una madrugada para volver a creer en Europa

Son las 2:12 de la madrugada. Funcionarios y periodistas vagabundean con un sueño viscoso por los pasillos de la sede del Consejo de la Unión Europea con la ropa apelmazada después de una intensa jornada. Bruselas es, sin duda, la ciudad donde las madrugadas florecen políticamente con más fuerza. El glamour o la creatividad en el lenguaje… es cosa aparte. “Reunión histórica”, “Europa se la juega”, rezan (con razón) las crónicas. La Unión Europea negocia a contrarreloj, pero estirando las horas, la creación de un fondo de 750.000 millones de euros para conjurarse contra la crisis. ¿Si Europa no está en los momentos difíciles, para qué está Europa?

Son las 2:12 de la madrugada, pero de hace 10 años. Concretamente, del 10 de mayo de 2010. La presidenta rotatoria del Ecofin, la reunión de ministros de Economía de la Unión Europea, comparece de madrugada y con voz temblorosa para relatar en inglés los acuerdos alcanzados e intenta adoptar un papel neutro e institucional. Lo está pasando mal. Claramente no ha sido una buena noche para ella. Es Elena Salgado, la vicepresidenta económica del Gobierno español, que había entrado a la reunión antes de las 15:00 avanzando un recorte del gasto público de 15.000 millones del PIB para ese año y el siguiente con la intención de que a la salida no fuese del doble. La batalla había sido con Alemania y su ministro de Finanzas (hoy presidente del Bundestag), Wolfgang Schäuble, mientras desde Berlín Angela Merkel seguía el desarrollo de la cita dándo órdenes de cerrar el puño. 

¡Malditos alemanes!, podrían haberse lamentado en Moncloa, donde comenzó a prepararse un discurso que el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, pronunciaría solemnemente ante el Congreso de los Diputados tres días después. “Tomaré las decisiones que España necesita aunque sean difíciles. Voy a seguir ese camino cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste”, proclamó. Poco más de un año después, a su partido le costó el Gobierno y el PP obtuvo su segunda (y más abultada) mayoría absoluta. 

Sirva el recordatorio para poner en contexto lo ocurrido estos cuatro días en Bruselas. Tras anunciarse el nuevo acuerdo histórico, a las 5:31 horas de este martes, en España comenzó otro de esos debates tan patrios como no patriotas. Esta vez, sobre la condicionalidad del acuerdo. Sobrepasados por el alcance de un acuerdo que sólo pueden reconocer como una buena noticia con la boca pequeña, algunos portavoces políticos y analistas se han apresurado a asegurar que la reforma laboral de Mariano Rajoy ha quedado blindada y que la UE ha desautorizado con el texto al Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Y todo ello se lo debemos teóricamente a Mark Rutte, el primer ministro de los Países Bajos, mejor defensor de nuestros propios intereses que el presidente de nuestro país. ¡Cuánto holandés hay de repente en España!

El cainismo que tan desbocadamente opera en la política española lo simplifica todo hasta el extremo. Pero Europa es más compleja, tiene una larga tradición de pacto y, como consecuencia, de cesión. No es perfecta, pero nos hace mejores. Y, sobre todo, nadie ha propuesto una alternativa que resuelva mejor nuestros problemas o nos haga significar tanto en el mundo.

He aquí una verdad incómoda: Holanda es una democracia y Europa, en buena medida, la concertación de intereses nacionales. Por lo tanto, no tiene sentido ni demonizar o deslegitimar a Rutte (es un desahogo estéril) como tampoco pensar que en su supuesta preocupación por las economías del sur no laten los ecos de una política nacional marcada por la ultraderecha y el contexto preelectoral. 

He aquí otra verdad incómoda: lo mejor es enemigo de lo bueno. El acuerdo europeo podría contener más transferencias (dinero que no se devuelve) para que España luchase más contra el covid y relanzase su economía, un sistema de autorización de fondos más sencillo o menos concesiones (en forma de cheque, a la británica) como contrapartida para países ‘frugales’. Ese acuerdo no existe en la práctica porque hay contrapesos, incluso frente a la unión en torno a una misma estrategia de Alemania, Francia, Italia y España. Tensar más la cuerda hubiera devuelto a casa a los líderes europeos con el rabo entre las piernas. A saber qué dirían esos portavoces políticos y analistas patrios sobre la responsabilidad del Gobierno en el fiasco. 

Aquí va la última verdad incómoda: Europa no puede ser ni un actor ajeno en el que descargar las culpas de lo que nos pasa ni gasolina para seguir avivando la lucha partidista en España. Es un hogar común por el que luchar (y discrepar) en el que los problemas se resuelven con consenso. Si los diferentes actores europeos pactan un fondo sin precedentes contra el covid y sus presupuestos para los próximos siete años, ¿por qué no puede haber grandes acuerdos en España?

Han pasado 10 años y de nuevo nos encontramos ante una gran crisis. Pero las diferencias no podrían ser más grandes. En 2010, el fondo de 750.000 millones se constituyó para calmar a los especuladores, a los que se les ofrecieron enormes sacrificios pagados por ciudadanos de toda Europa. En España, para empezar, la rebaja del sueldo de los funcionarios y la congelación de la mayoría de las pensiones. La respuesta europea nació de los desequilibrios, los reproches y la culpa. 

El fondo de 2020 es para gastárselo y, además, muy rápido: en políticas verdes, tecnológicas y sociales. Si España anunciaba hace una década 15.000 millones de recorte, hoy se trata de 140.000 de gasto. Nace de la solidaridad con los países más golpeados por el covid, pero también de un interés, el de preservar el mercado único.

El acuerdo europeo allana el camino a los Presupuestos sin cuestionar el pacto de Gobierno de PSOE y Unidas Podemos

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Merkel es otra. Hace 10 años, Alemania quería limitar al máximo su implicación en la resolución del problema. Forzó la entrada del FMI en el fondo de rescate y rechazó de plano la emisión de deuda conjunta. "No veré los eurobonos mientras viva", llegó a decir la canciller en 2012. Ahora, esa deuda conjunta tendrá como garantía el propio presupuesto comunitario y su volumen es enorme, no muy lejano al del marco financiero para los próximos siete años. Contraer una deuda conjunta es una gran muestra de confianza. Una vez asumida, une aunque la confianza se esfume. Lo sabe cualquier pareja con una buena hipoteca. En ese sentido, el paso dado por esta cumbre es eminentemente político y refuerza el proyecto comunitario, asaeteado por el euroescepticismo que ha provocado la salida del Reino Unido y crece de la mano de la populismo en muchos países.

El acuerdo encarrila la legislatura y es una buena noticia para el Gobierno. Insuflará fondos a los Presupuestos y su cuantía evitará dolorosos recortes a corto plazo, aunque a medio España tenga que hacer un esfuerzo por reducir su deuda y déficit. No contiene exigencia alguna sobre el marco laboral ni sobre las pensiones, por más que algunos digan. Es más, esos dos son ámbitos en los que tendrá que haber reformas para reducir los enormes desequilibros en el empleo (la temporalidad, la existencia de trabajadores pobres, el paro juvenil) y el riesgo de que el envejecimiento de la población ponga en riesgo el sistema de Seguridad Social. Se trata de batallas que están por librar y sobre las que el Gobierno, tal y como lo expresó Pedro Sánchez en una entrevista con infoLibre y elDiario.es, quiere un consenso de los agentes sociales. 

Con Europa, como con el Estado, ocurre lo que con Santa Bárbara. Sólo nos acordamos de ella cuando truena. Estos días son buenos para hacerlo reconociendo que la austeridad de hace 10 años fue una salida a la crisis de entonces, sí, pero que puso al proyecto europeo en riesgo en lo más elemental: la confianza de los ciudadanos. Ahora, 10 años después, otra madrugada ha traído una nueva salida completamente diferente que además de apoyar a la economía frente al covid supone una valiosa vacuna contra la eurofobia. “Europa se hará en las crisis y será la suma de las soluciones que a esas crisis se den”, decía Jean Monnet. En este caso, la suma ha resultado multiplicadora. Como para tomar nota. 

Son las 2:12 de la madrugada. Funcionarios y periodistas vagabundean con un sueño viscoso por los pasillos de la sede del Consejo de la Unión Europea con la ropa apelmazada después de una intensa jornada. Bruselas es, sin duda, la ciudad donde las madrugadas florecen políticamente con más fuerza. El glamour o la creatividad en el lenguaje… es cosa aparte. “Reunión histórica”, “Europa se la juega”, rezan (con razón) las crónicas. La Unión Europea negocia a contrarreloj, pero estirando las horas, la creación de un fondo de 750.000 millones de euros para conjurarse contra la crisis. ¿Si Europa no está en los momentos difíciles, para qué está Europa?

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