Verso Libre
La comodidad del todo o nada
En las conversaciones políticas, sobre todo en tiempos de crisis y desorden, hay una tendencia a opinar de forma autoconsoladora. Necesitamos ser tajantes para reafirmar una identidad insegura. La apuesta final del todo o nada supone una salida que conduce a la comodidad. Con una decisión exclusiva se evitan las mil interrogaciones y acuerdos que exige un presente en movimiento. La comodidad se convierte al final en una negación del debate.
La nada y el todo. Se trata de estrategias que cultivan la paralización por caminos opuestos. Por eso conviene atender a su lógica cuando se imponen como tendencia. Las modas afectan a la ropa, los coches, los estilos literarios, los códigos de belleza, la comida, la bebida… Son la lógica del consumo, una manera de domesticar el deseo, de buscar un objeto preciso a lo que procura moverse con libertad. Este proceso de doma invade también los debates ideológicos.
¿Cuántas veces hemos oído o leído en los últimos meses que los críticos con la realidad no ofrecen alternativas? ¿Y cuántas veces hemos visto la vuelta a escena del viejo debate entre reformismo y ruptura?
Uno de los estribillos más frecuentes es el que sirve para desprestigiar las críticas a las injusticias con el argumento de que no se dan alternativas. Sí, muy bien, mucho hablar de la corrupción, de la desigualdad, de la precariedad, pero no se dan alternativas. En el fondo, esa acusación de falta de alternativas es una forma de santificar el sistema. Porque alternativas hay muchas para defender la sanidad pública, la educación pública, la dignidad laboral y la igualdad.
De hecho tenemos las alternativas delante de los ojos cuando un ayuntamiento, una comunidad autónoma o un Estado hacen su política y organizan el gasto. Si el objetivo es la conversión de lo público en negocio privado, la estrategia salta a la vista y los datos confirman de qué modo se deteriora lo público y se ensanchan los servicios privados. Si el objetivo es la consolidación de lo público, algo fundamental en un mundo que genera los movimientos de crisis como formas de consolidación de las élites económicas, también salta a la vista la estrategia a seguir. Las inversiones en este sentido suelen tener consecuencias en la realidad a medio y corto plazo. Y lo hemos visto, todo lo hemos visto.
De manera que sí hay alternativas al neoliberalismo. Se puede reaccionar a sus efectos destructores.
Pero la reacción es muy obstaculizada por los que en nombre de la ruptura y la perfección absoluta no aceptan participar en los cambios cotidianos, en las reformas necesarias, en las posibilidades que ofrece la realidad. La vida fluye hora a hora, día a día, mes a mes. Los que apuestan por la ruptura suelen quedar al margen de este fluido, y si alguna vez consiguen triunfar resulta que la perfección es una quimera, porque la vida sigue sobre su pretendida perfección, y pasan también las horas y los días. Negar la transformación cotidiana, el reformismo de cada segundo, condena al anquilosamiento.
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En el debate contemporáneo el desprecio a las utopías ha servido con frecuencia para santificar un orden injusto a través de la negación del futuro. Ese orden injusto también es santificado por los que se instalan en la utopía negando el presente. El cinismo y la ingenuidad acaban por ser buenos aliños para impedir decisiones efectivas que hagan posible una transformación. Son acomodaciones.
Como la vida pasa día a día, cada hora resume en su modestia la historia de los siglos. En las conversaciones de veranos oigo la historia del siglo XX cuando mis amigos discuten. Los más cercanos al PSOE llaman utópicos a los de Podemos y los más cercanos a Podemos llaman integrados a los socialistas. Quizá sea bueno que el día a día de la gente sustituya a las discusiones abstractas, las lealtades, las descalificaciones y las estrategias del rencor. El realismo puede pedirle a la utopía que tenga en cuenta el presente y la utopía puede pedirle al realismo que valore la posibilidad de un futuro distinto. Que el amigo socialista no utilice el argumento de la falta de alternativas reales para someterse a la amistad de las élites económicas. Que el amigo de Podemos no hable de ruptura para despreciar a los impuros y bloquear las reformas que pueden alcanzarse día a día.
Creo que tiene razón Pablo Echenique cuando dice que el acuerdo entre el PSOE y Podemos puede ser extrapolable a otros lugares. No se trata sólo de echar al PP. Se trata de pensar en mucha gente que no respira en la abstracción, sino en la realidad; gente que no vive ni quiere vivir de la política, sino de un trabajo cotidiano en un país con buenos servicios públicos y a salvo del imperio de la desigualdad.