Lecciones democráticas

Los resultados electorales de julio y los debates para la formación del nuevo Gobierno han dejado algunas cosas claras. Por ejemplo, que la mayoría de los españoles ha votado para que no gobierne el PP con el apoyo de VOX. Ese es también el sentido de los acuerdos entre unos grupos parlamentarios muy diversos. A veces las dinámicas responden al apoyo de forma mayoritaria a un líder; pero otras veces se trata de evitar una realidad que se considera peligrosa para la sociedad.

Después de gestionar años muy difíciles, con una pandemia y una crisis económica grave a causa de la guerra de Ucrania, el Gobierno de coalición evita la derrota anunciada y asume otra legislatura. El éxito cobra mucho más valor si se tienen en cuenta las campañas agresivas de las redes sociales y la degradación de una parte de la prensa que ha perdido su decencia profesional y se dedica a mentir, insultar y fomentar la crispación. Así que cabe concluir que el rechazo a la extrema derecha ha tenido más poder que los bulos, la agitación mediática y los desgastes propios de la acción de gobierno. Quizá los inversores del estiércol debieran pensar que el dinero que dedican a enfangar no sólo no les produce beneficios, sino que consolida el orgullo y la capacidad de negociación de sus adversarios. Pactan sus diferencias claras con la intención de evitar un desastre colectivo.

La democracia no puede sostenerse en egoísmos coyunturales. Así que después de la formación del nuevo Gobierno, parece oportuno imaginar otro orden de caminos y posibilidades

España no está para que unos líderes fanáticos alimenten con sus discursos las identidades cerradas, la violencia machista, el odio a la homosexualidad y un sentido del patriotismo dispuesto a expulsar de la patria a cualquiera que no se identifique con la soberbia del populismo totalitario. Desde una posición egoísta, a la izquierda no le conviene que los oligarcas rusos de Putin, los iraníes y algunas grandes fortunas españolas dejen de invertir en Vox. Su existencia es un seguro de vida para un pacto democrático en defensa de la convivencia. Habría que mimar a Vox y soportar con tranquilidad su ruido mediático.

Pero la democracia no puede sostenerse en egoísmos coyunturales. Así que después de la formación del nuevo Gobierno, parece oportuno imaginar otro orden de caminos y posibilidades. Creo muy necesaria la recuperación de una derecha democrática salvada de la irracionalidad y, al mismo tiempo, la configuración de una política progresista capaz de hacerle llegar a la gente, por encima del ruido mediático, sus mensajes sobre la sanidad pública, la educación pública, las pensiones, los salarios y la dignidad laboral.

Resultan muy ingenuos los análisis sobre la extrema derecha que la caracterizan como una simple nostalgia del franquismo. En realidad, Vox se sostiene de las políticas neoliberales que han desembocado en el desamparo de las mayorías y en la confusión de la identidad con la ley del más fuerte, como ocurre también en Italia, Francia, EE.UU, Argentina y otros muchos países. En España, además, la corrupción del PP encabezado por Aznar causó estragos, y sus herederos intentaron ocultar el escándalo con el fomento de determinadas crispaciones. Es democráticamente tristísimo ver a Fernández Díaz, exministro del Interior, pedir ahora que el PP se siente en el banquillo de los acusados por la trama Kitchen. Si utilizó de mala forma los medios del Estado no fue por gusto, sino porque trabajaba para su partido. 

Los debates sobre Cataluña pertenecen a la misma situación. Pujol y Aznar se dieron la mano en el fango de la corrupción. Las guerras de sus herederos, las batallas forzadas entre el nacionalismo español y el independentismo catalán, procuraron ocultar bajo un ruido desviado la evidencia de ese fango. Se equivoca el PP de ahora al seguir heredando una crispación que, además de degradar la convivencia en España, puede alejarlo durante años del poder. Más le conviene ponerse en claro como partido democrático de derechas.

Y al Gobierno de coalición le conviene que sus socios comprendan la necesidad de una legislatura tranquila para que se afiance todo lo conseguido en derechos sociales, en prestigio internacional y en la solución de la crisis abierta dentro de la sociedad catalana. Hay que elegir la conversación pública, apostar por algunas cosas fundamentales y dejar que las cosas vuelvan a la normalidad. No es que las fieras vayan a volverse a sus cuevas, pero sí pueden dejar de ser atractivas para la gente e, incluso, para los medios serviles de comunicación.

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