Semana de Pasión

Pasión es una palabra complicada porque pasa del amor al padecimiento y convierte la vehemencia en una inclinación al verbo sufrir, un deseo que nos hace navegar por otras palabras y dichos como arrebato, frenesí, ardor guerrero, apunten fuego, entusiasmo, fervor y devoción. Las palabras no sólo nos sirven para hablar con los otros, sino también para conocernos. Ellas, por su cuenta, hablan mucho de nosotros y escriben la historia con sus significados. Es muy certera la palabra pasión cuando une amor con devoción, metiendo por medio el sacrificio y las religiones.

Es inevitable escribir aquí la palabra quijada, que no sale en el Génesis, pero invade pronto la historia del arte y la literatura hasta llegar a Shakespeare. No estuvo muy atinado nuestro Dios cuando mostró su predilección por las ovejas de Abel, ofendiendo sin ecuanimidad los productos del campo de Caín. Nuestra historia es el fruto de una primera tractorada. Ahí empezó todo.  Una quijada de burro sirvió para que el hermano ofendido se tomase la venganza en un arranque fogoso de indignación. Dios nos hizo a su imagen y semejanza, nos puso la cruz, esa figura formada por dos líneas que se atraviesan o cortan perpendicularmente. Cuando tuvo la idea de mandar a su hijo a estudiar fuera del Paraíso, cayó en malas manos, no porque fueran judías, o árabes, o de cualquier otra identidad, sino porque eran humanas, y los estudios de Caín estaban ya muy avanzados. Habíamos conseguido pasar de las quijadas y las piedras a las porras, las lanzas, las espadas y las catapultas, esos instrumentos bélicos utilizados en la antigüedad para el lanzamiento a distancia de grandes objetos a modo de proyectiles. También se había avanzado mucho en el terreno de las ejecuciones. El joven Dios, estudiante de humanidad, lo pasó mal en una cruz, lugar en el que los clavos aprendieron a firmar acuerdos con la sed y las lanzas.

Los discursos también matan, recuerdan enseguida la devoción de los sermones y levantan la pasión del miedo, el odio y la quijada

Las navajas se inventaron para que las hojas de un cuchillo pudieran guardarse dentro de un mango. Pero ese refugio no fue más que un escondite transitorio mientras se consolidaba la vocación de los puñales, aves batalladoras que se incubaron en el nido de un puño. De ese modo pudimos pasar a los puños en nuestras discusiones con una dimensión de acero, unos cuantos centímetros de punta hiriente, y luego volamos hasta las conversaciones, y le ofrecimos a las palabras la posibilidad de convertirse en puñaladas. Son peligrosas las puñaladas en la espalda, pero las palabras pronunciadas de frente tampoco están exentas de peligro. Los discursos también matan, recuerdan enseguida la devoción de los sermones y levantan la pasión del miedo, el odio y la quijada.

El saber tecnológico nos catapulta a un vocabulario de pistolas, escopetas, fusiles, ametralladoras, cañones, tanques, misiles, torpedos, drones, bombas, cazabombarderos y destructores. Hemos avanzado mucho, una experiencia que permite mantener la semana de pasión a través de los meses, los años, las décadas, los siglos y los caminos de la  Historia, tan llenos de cruces como los cementerios. De la quijada al dron hay un largo desfile del que podemos sentirnos orgullosos. Claro que para sentirnos orgullosos del todo no basta con la palabra pasión.

Tengamos en cuenta también la palabra razón, nuestra facultad de discurrir, nuestra inteligencia convertida en conocimiento para inventar armas y en perspicacia para hacer que los humanos pierdan el juicio y necesiten matarse los unos a los otros. El vocabulario del odio sale de las oficinas negociantes de la pólvora, se extiende por sermones y discursos, por medios de comunicación, tratados políticos y diccionarios nacionales e internacionales que reúnen algunas palabras que se sienten desprotegidas como nación, raza, sexo y familia. Volvemos a la familia, después de todo, a la necesidad de protegernos de Caín y de la cruz sedienta que la humanidad se ha colocado en el pecho.

Buena semana de pasión. Malditas sean las fábricas de armas, malditos los negociantes del horror, malditas sus razones. Que nos dejen por lo menos matarnos con una quijada o un accidente de tráfico.

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