¿Cuántos errores judiciales son demasiados? Pilar Velasco
Amigdalitis social
La naturaleza desarrolla mecanismos para la conservación de la especie en lo biológico, y la cultura lo hace para el “conservadurismo de la especie” en lo ideológico.
Un reciente estudio de la Universidad de Ámsterdam dirigido por Diamantis Petropoulus ha confirmado los hallazgos anteriores que demostraban que el tamaño de la amígdala cerebral es mayor en personas con ideas conservadoras.
Los estudios se remontan a abril de 2011, cuando la revista científica Current Biology publicó el trabajo de Ryota Kanai, del University College de Londres, que demostraba que en las personas conservadoras existe un mayor volumen de sustancia gris en la amígdala derecha, mientras que en las progresistas el mayor volumen de sustancia gris se situaba en la corteza cingular anterior. Eso hace que ante situaciones que se perciben como amenaza, miedo o incertidumbre las personas con la amígdala más grande busquen seguridad y sean vitalmente más conservadoras, mientras que el resto responde de forma más creativa sobre las circunstancias y asume una posición más innovadora.
En ningún caso estos hallazgos deben interpretarse de forma reduccionista, ni significan que haya un sistema específico para los planteamientos conservadores y progresistas. Lo que indican es la existencia de estructuras neurológicas que aportan elementos cognitivos y emocionales a los acontecimientos. Estos elementos a su vez influyen sobre la orientación política por incidir en el posicionamiento que se adopta ante una realidad asociada a la manera de procesar dos grandes estímulos: el temor y la incertidumbre.
Las investigaciones también demuestran que la estructura neurológica que orienta la actitud hacia la derecha o hacia la izquierda está presente en todas las personas, y que no hay exclusividad para que unas solo puedan actuar de manera conservadora y otras de forma progresista. Una situación que nos indica que la respuesta social va a depender en gran medida de la manera de presentar el “estímulo”, y si este se hace con más o menos carga de miedo e incertidumbre de cara a la reacción.
Pero no se trata de un cliché rígido que se reproduce cada día. El cerebro es conservador para integrar la realidad en lo que ya existe y se conoce, aunque inconformista, por eso también es capaz de adoptar una posición crítica en contra de esa “mirada neuronal” milenaria que impregna la realidad de matices sepia. De alguna manera, podemos decir que el cerebro cuenta con una parte rebelde, con una especie de foco de insumisión escondido entre los valles de las circunvoluciones cerebrales para hacer de esa inconformidad esencia, y empujar a la razón a tomar decisiones más allá del análisis frío y tasado dado por el estímulo. Es ese impulso crítico y aventurero el que ha permitido asumir grandes retos y afrontar las mayores dificultades para progresar en circunstancias adversas o para innovar sobre lo existente.
Necesitamos debate social y que la sociedad sea su protagonista, no sólo los medios y los algoritmos
El resultado es objetivo, en cualquier país del planeta, de entrada, aproximadamente la mitad de la población tiene un posicionamiento ideológico más conservador y la otra mitad más progresista, debido en gran medida a las características del cerebro. Da igual el número de partidos a cada lado, en España lo hemos visto de forma clara al pasar de un bipartidismo a un “bibloquismo”. Sin embargo, hay cosas que están cambiando en este sentido, y una de ellas es el aumento de la ultraderecha a nivel global y la deriva conservadora hacia posiciones más rígidas.
Y ello se explica por la estrategia conservadora que utiliza los elementos de la cultura y del poder sobre las referencias instauradas como propias.
La capacidad para responder de forma más conservadora o progresista está en todas las personas, y la forma de hacerlo en un sentido u otro va a depender de la manera de presentar la realidad para que se perciba como una amenaza. Las posiciones conservadoras, conscientes de que la construcción cultural y sus ideas, creencias, valores, costumbres, tradiciones… están de su lado, lo que hacen es crear una situación de amenaza general sobre esas referencias para que la sociedad se repliegue sobre sus posiciones y propuestas políticas. Y lo hacen con tanta intensidad y continuidad que ha permitido que la ultraderecha adquiera identidad propia y, en gran medida, lidere un proceso con el que es identificada de forma nuclear.
Lo que buscan, y están consiguiendo, es ocasionar una “amigdalitis social”. Es decir, están lanzando mensajes, contenidos, informaciones, bulos… con tal carga de amenaza, miedo e incertidumbre para nuestra cultura, patria e identidad, que una gran parte de la sociedad vive bajo la reacción cognitiva y emocional mediada por esa amígdala cerebral sobrestimulada e inflamada. Lo vemos de forma clara cuando en el Barómetro del CIS de septiembre aparece como primer problema para España la inmigración, cuando ocupa el quinto lugar como problema que afecta personalmente a quienes dicen que es el principal problema. Es decir, se ha creado una amenaza sobre el asunto de la inmigración por su impacto sobre la cultura y la sociedad, no sobre lo personal, y se instrumentaliza para ganar apoyos conservadores.
Todo ello forma parte de algo que las posiciones conservadoras reconocen cuando hablan de “guerra cultural”, por eso no dudan en utilizar bulos y mentiras. Da igual que el contenido sea falso, lo que importa es el miedo y la amenaza que generan, y estos siempre son verdad como experiencia. Y en una sociedad construida sobre ideas como “calumnia que algo queda”, “cuando el río suena agua lleva”, “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” o “cualquier tiempo pasado fue mejor”…, quien tiene de su lado ese “malo conocido” o el “tiempo pasado” puede “calumniar con la mentira” para reforzar su posición y estimular la amígdala de la sociedad hasta producir esa “amigdalitis social” en la que siempre sonará el río. Y eso sólo lo pueden hacer la derecha y la ultraderecha.
La izquierda no puede entrar en este juego, no tiene los elementos para poder hacerlo, aunque nunca nadie debería jugar de ese modo. Pero cada vez que juega con el “miedo” como mensaje (a la ultraderecha, a las privatizaciones de la sanidad o de la educación, a la precarización del trabajo…) está contribuyendo en parte al miedo como estímulo facilitador del repliegue conservador. Cuando se dice que la izquierda tiene que hacer las cosas de otra forma, también debe hacerlas en este sentido. La izquierda tiene que crear una nueva realidad sobre la transformación de la existente, y para ello necesita imaginación y pedagogía, no “golpes sobre la mesa” con medidas que se plantean como resultado. Necesitamos debate social y que la sociedad sea su protagonista, no sólo los medios y los algoritmos.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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