Ciudades hostiles

Tengo un amigo al que su casero va a echar de casa y está planteándose alquilar una habitación en un piso con desconocidos. Ha pasado ya los cuarenta y, aunque tiene un trabajo estable, su sueldo actual no es lo suficientemente alto como para optar a una vivienda solo para él. Evidentemente, lo de comprar ni se lo plantea. Otra colega, misma edad, recién divorciada y con un hijo, tiene que compartir casa con su expareja porque, con lo que gana cada uno, no pueden permitirse vivir por separado. Comenté ambas situaciones el otro día en uno de tantos grupos de wasap y hubo quien dijo: "¡qué modernos, hacen coliving!” Así, con este anglicismo, es como se llama ahora a alquilar una habitación y compartir los espacios comunes de la casa. No lo vería mal si tuviese la certeza de que se hace por elección propia. Pero me temo que, en muchos casos, y sobre todo a partir de cierta edad, es una imposición de un sistema depredador que les empuja a ello, negándoles un derecho básico, el de la vivienda. Quizá en inglés suene mejor, pero no se engañen, en ocasiones es un eufemismo para romantizar la precariedad y convertirla en tendencia. Una forma de difuminar el altísimo precio del alquiler que impide a las personas tener un techo digno y que en sitios turísticos como Palma o Ibiza ya les obliga a vivir en caravanas. Una especie de Nomadland patrio.

Una persona que gana 1.000 euros no debería pagar más de 300 euros. Dense una vuelta por los portales inmobiliarios y (...) díganme si encuentran alguna vivienda que cumpla esa recomendación. Porque hasta los zulos se cotizan a precio de oro

Portugal acaba de aprobar un plan de choque para atajar la profunda crisis de vivienda que sufre desde hace años. El panorama del país vecino les sonará: salarios bajos y alquileres por las nubes. Para ello, el gobierno luso pondrá un tope en el precio de las rentas, prohibirá la proliferación de nuevos pisos turísticos, obligará a poner las viviendas vacías en el mercado y suprimirá la Golden Visa, el visado de residencia que hasta ahora se concedía a los extranjeros por comprar viviendas y que, como se ha comprobado con el tiempo, ha dinamitado el precio del mercado. A bote pronto, las medidas suenan bien. Porque suenan a políticas sociales destinadas a tratar de combatir esa fiebre especulativa de la que no se libra casi ninguna gran urbe desarrollada. Una burbuja inmobiliaria que en España conocemos bien y que ha expulsado, y expulsa, a vecinas y vecinos de sus barrios convirtiendo poco a poco las ciudades en parques de atracciones inhabitables. Enormes centros comerciales en los que un desayuno puede costar hasta 12 euros. Leía el otro día que en el centro de Madrid ya hay más pisos turísticos que niños. ¿Quién quiere vivir en un sitio así? Me niego a pensar en un futuro de ciudades que no cuidan. Ciudades hostiles, áridas. Uniformes. Repletas de edificios en los que el sonido de la vida cotidiana ha sido sustituido por el de las maletas que arrastran los inquilinos de las viviendas turísticas. Ciudades en las que los comercios de toda la vida se ven obligados a bajar la persiana, incapaces de hacer frente al canibalismo de las grandes multinacionales. En las que los cines cierran para que abran tiendas de gigantes textiles. En las que no hay vecindario ni comunidad. Ciudades grises.

Los expertos recomiendan no dedicar más del 30% del salario al alquiler de una casa. Es decir, que una persona que gana 1.000 euros no debería pagar más de 300 euros. Dense una vuelta por los portales inmobiliarios y, antes de deprimirse profundamente, díganme si encuentran alguna vivienda que cumpla esa recomendación. Porque hasta los zulos se cotizan a precio de oro.

Quizá el de Portugal sea un buen espejo en el que mirarnos para empezar a construir ciudades que ponen la vida en el centro. Que son verdes, justas, feministas. Porque, aunque la película Nomadland nos hizo creer lo contrario, no hay nada romántico en vivir en una caravana por obligación. Tampoco lo hay en hacer coliving cuando, en realidad, es el mercado el que no nos deja otra alternativa.

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