Claro que es política

El año pasado, en octubre, mi médica de atención primaria me derivó a la consulta de ginecología. Me citaron para 7 meses después. Cuando me llamaron y me lo dijeron me quedé tan sorprendida que pensé que era una broma y así se lo hice saber a la operadora. Aún guardo el mensaje de confirmación como recuerdo. Poco antes, en septiembre, mientras se duchaba, una amiga se encontró un bulto en una mama. No le dieron cita para hacerse una ecografía hasta enero. Por suerte, lo de ninguna de las dos resultó ser un problema grave. Hace una semana, un conocido intentó que le viese su médico de cabecera. La fecha disponible más cercana era el 23 de noviembre. Casi un mes de espera.

Estos días oigo insistentemente que la defensa de la sanidad pública no es una cuestión política. La frase me da vueltas en la cabeza mientras pienso: ¿cómo no va a ser un asunto político? Es la columna vertebral del Estado del bienestar, la pagamos entre todos con nuestros impuestos y la gestionan los gobernantes electos. Son esos dirigentes los que deciden cómo y en qué invierten ese dinero. Quien decide meter la tijera en el gasto sanitario, privatizar hospitales, cerrar centros de salud o despedir al personal está tomando decisiones políticas. Y detrás de ellas, hay ideología. Lo que sí se puede argumentar es que la manifestación del domingo, convocada por organizaciones vecinales, no fue partidista. Es evidente, por mucho que se empeñe el PP madrileño en decir lo contrario y apuntar a la izquierda, que entre los miles de asistentes había votantes de partidos diversos.

Estos días oigo que la defensa de la sanidad pública no es una cuestión política. ¿Cómo no va a ser un asunto político? Es la columna vertebral del Estado del bienestar, la pagamos entre todos con nuestros impuestos y la gestionan los gobernantes electos

El caos en la reapertura de las urgencias extrahospitalarias ha sido la mecha que ha prendido la llama de una sanidad pública que lleva años deteriorándose en Madrid. No es un problema exclusivo de esta comunidad, pero quizá sea aquí donde esas grietas que amenazan con colapsar el sistema son más evidentes. ¿Cómo podemos asumir que, por una mala gestión, haya profesionales sanitarios que acuden a sus puestos de trabajo sin dormir, con ansiedad y con el miedo a no saber a lo que se van a enfrentar cada día? Y cuando la situación parecía que no podía ir a peor, recibieron la noticia de que tendrían que suplir la falta de facultativos en algunos centros de atención por videollamadas con sus pacientes. Son médicas y médicos que están exhaustos porque aún llevan a cuestas la mochila de una pandemia que, si bien golpeó a toda la sociedad, a ellos lo hizo con especial dureza. Una crisis sanitaria, por cierto, a la que, durante las primeras semanas, algunos tuvieron que enfrentarse con bolsas de basura como escudo frente al virus. Hace una década, la Marea Blanca ya nos dio una lección de dignidad manifestándose, semana tras semana, en contra del plan del ejecutivo de Ignacio González de dejar los hospitales en manos privadas. Madrid ha vuelto a dar otra. Porque salir a la calle a defender la sanidad pública es pelear con uñas y dientes que todo el mundo, sin importar su procedencia o el código postal del barrio en el que reside, tenga acceso a una sanidad pública, universal y de calidad. También que los profesionales que trabajan en ella lo hagan en condiciones adecuadas. Por eso, ante los recortes no hay equidistancia posible. No tomar partido, mantenerse en silencio, quedarse en casa pensando que no hay nada por lo que luchar también es una postura. Alejada del modelo justo e igualitario al que debemos aspirar, pero también es una posición. Y claro que es política

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