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Esclerosis social: de la rifa de una prostituta a los crímenes machistas

Un grupo de militares celebra una rifa con los servicios de una mujer prostituida como premio; un hombre asesina a su mujer en Madrid dejándola morir tirada en el pasillo durante cinco días, ante la imposibilidad de valerse por sí misma debido a la esclerosis múltiple que padecía; las estadísticas sobre homicidios por violencia de género muestran que entre las mujeres asesinadas este año el 40 % había denunciado previamente; los jóvenes cada vez más niegan la realidad de la violencia de género, y los chicos que dicen que no existe, que se trata de un invento ideológico han pasado del 10,9% al 20 % (CRS, 2021), y son ellos el grupo de edad en el que más aumenta esta violencia que niegan, concretamente un 70,8%, según el INE. Y ante esta realidad sólo un 0,6% de la población incluye la violencia de género entre los problemas principales de la sociedad (CIS, Barómetro noviembre 2022).

Todo ello revela que vivimos una esclerosis social.

El Diccionario de la Lengua Española define “esclerosis”, en su segunda acepción, como embotamiento o rigidez de una facultad anímica, y la sociedad está esclerosada ante la violencia de género y la desigualdad.

Y si tenemos esa esclerosis social tiene que haber algún elemento que la produzca, y ese elemento es el machismo. Un machismo que actúa como esclerosante a través de sus justificaciones, contextualizaciones y minimizaciones sobre la violencia que sufren las mujeres, hasta el punto de hacer de la sociedad un espacio de convivencia fibrosado y rígido para que todo se mantenga dentro de los contextos y cauces establecidos, y que parezca que lo que sucede es obra del destino, como si este no fuera consecuencia de las decisiones que tomamos.

Por eso, a pesar de todo lo avanzado, una mujer a la que previamente, por unas razones u otras, se le da la opción de ejercer la prostitución como forma de ganar dinero, puede ser rifada en 2022 al igual que se “subastaban chicas solteras” en la discoteca Granada 10 en el año 2009, demostrando que cuando la cultura no cambia los jóvenes de antes son los hombres de hoy con los mismos comportamientos y, además, al servicio de la patria y de los valores y referencias que forman parte de ella. Y como la cultura androcéntrica continúa sin cambiar lo suficiente, los jóvenes de hoy niegan la violencia de género reproduciendo el mensaje de la ultraderecha y, además, un 15,3% de esos chicos piensa que la violencia "si es de poca intensidad, no es un problema para la relación de pareja", o sea, no debe ser un problema para ellos, otorgándose a sí mismos la capacidad de utilizar la violencia contra las mujeres, que después negarán bajo el argumento que decidan: o que no existe o que no tiene importancia.

A pesar de todo lo avanzado, una mujer a la que previamente, por unas razones u otras, se le da la opción de ejercer la prostitución como forma de ganar dinero, puede ser rifada en 2022

La cultura machista está en la raíz de todas estas conductas y actitudes, no son genéticas por problemas en el cromosoma. Ni biológicas por la testosterona u otras hormonas. Y como es cultura también influye sobre las mujeres; de hecho, el 9,3% de las chicas piensa que es un invento ideológico" y el 7,3 % no cree que la violencia machista sea un problema para la pareja si es de poca intensidad”. Al final es la normalidad definida por la cultura la que integra la violencia contra las mujeres con razones para su uso y justificaciones para su resultado. Por eso no se trata de la suma de agresiones repetidas, sino la forma de entender la relación bajo el control y la imposición de las decisiones que considere el hombre a través del control social, de la amenaza de usar la violencia o de las agresiones.

Y esa continuidad de intensidad creciente, como describen los trabajos científicos a esta violencia, es la que permite que llegue hasta el homicidio. Unos homicidios que se cometen con gran violencia por la carga emocional que ponen los agresores en su materialización, tanta que al usar armas blancas, que en nuestro contexto es el procedimiento más frecuente a la hora de cometer el homicidio, la media de puñaladas es de 22, y cuando se lleva a cabo a través de golpes y traumatismos la media es de 18.

Hasta en la realización del homicidio los agresores tratan de mandar un último mensaje en la forma de llevarlos a cabo con esa intensidad de violencia utilizada, pero nada comparable a lo que ha ocurrido en Madrid estos días con ese hombre que ha dejado morir a su mujer tirada en el suelo del pasillo durante cinco días entre súplicas y lamentos, a pesar de que lo había denunciado en dos ocasiones.

Si no erradicamos el machismo no acabaremos con la violencia de género contra las mujeres.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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