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Una escuela pública igual en todos los centros

Defendemos la escuela pública pero no llevamos a nuestros hijos a cualquier colegio. Nos lo pensamos mucho, elegimos. Si la escuela pública fuera exactamente lo mismo en todos los centros, lo que debería ser, los inscribiríamos en el más cercano sin mayor complicación. Pero no todos los colegios públicos son iguales, no en todos los colegios públicos se integra bien, no todos los colegios públicos —lo estamos viendo— responden a tiempo ante el pánico mayúsculo: el acoso escolar.

La mayoría de las cosas importantes no aparecen en los folletos ni se mencionan en las jornadas de puertas abiertas. La mayoría de las cosas que cuentan ni siquiera se preguntan. Lo más triste y revelador que he visto en mi expedición por las escuelas públicas de mi ciudad es que la mayor preocupación de las familias parece ser cuántas horas permite el centro dejar allí a los niños. “Madrugadores”, “Tardones”, comedor, extraescolares, talleres hasta cubrir los horarios laborales de madres y padres. De sol a sol.

Las directoras recuerdan que no está recomendado que niños tan pequeños estén tanto tiempo fuera de casa y sin sus familias, recuerdan que hay un límite. Pero el sistema se impone. Se hace por necesidad y hasta creyendo que es bueno. El capitalismo le ha hecho creer hasta a gente bienintencionada que nuestros hijos están mejor fuera que con nosotros. “Es que si no en casa qué hacen”. Pues estar, convivir, aprender a aburrirse y a entretenerse solos. Imaginar mundos fantásticos con un pato y una oveja que vuelan dentro de una zapatilla, ser niños.

Yo no entraba en un colegio desde 2002 y mientras nos los enseñan siento que no ha pasado el tiempo. Colegios públicos con escaleras en la entrada, con escaleras para subir a las clases, con escaleras para bajar a comedores carcelarios donde ya no hay cocinas. Lo público tiene que ser bueno y también bonito, es decir, parecerlo. ¿Cuesta tanto ponerles a los niños unas sillas y mesas distintas que las de sus aulas? ¿Cuesta tanto hacerlo acogedor? ¿Cuesta todavía entender que por las rampas podemos ir todos y por las escaleras no?

El capitalismo le ha hecho creer hasta a gente bienintencionada que nuestros hijos están mejor fuera que con nosotros

La gente me dice que no me complique, que lo lleve debajo de casa y donde haya extraescolares y listo. Yo lo vivo como una de las decisiones más importantes que tomaré sobre la vida de mi hijo. No soy la única. Tengo otras amigas que también se estudian los planes educativos y hacen radiografías de las aulas en busca de esa información definitiva que no nos dan. Una desestimó un colegio en Barcelona porque se dio cuenta de que colgaban sólo los dibujos más bonitos y no los de toda la clase. El diablo está en los detalles.

Yo parezco más periodista que madre en las sesiones informativas. Me quedo después hablando con las otras familias. Cruzo información de diversas fuentes para intentar dilucidar algo de verdad. El único colegio público que he encontrado sin escaleras, con aulas enormes y grandes ventanales es uno que no llena y no llenar estando en el centro no cuadra. Me encantaría saber la razón, pero seguramente lo deje en la cola de la matrícula “por las dudas”. Es terrible.

Elegir el colegio de tu hijo te enfrenta a tus contradicciones, te pone frente a un espejo impío. Eliges también como la niña que llegó del pueblo en tercero cuando todas las clases estaban llenas y acabó cuatro barrios más abajo y odió tener que comer siempre fuera de casa. Eliges como la chica a la que le encantaban los idiomas, pero descubrió que hay magias que solo suceden antes de los seis años. Eliges sabiendo que, pese a todas las carencias, en cualquier escuela pública podría estar bien. Eliges queriendo que para él sea más fácil.

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