Ideas Propias

Franco y la cruz laureada de San Fernando (4/17): Arrarás consagrado por eminentes historiadores

Ángel Viñas Ideas Propias

Naturalmente, los expertos en las campañas marroquíes y en especial sobre el combate del Biut (o Biutz) podrán aclarar y corregirme porque solo me muevo entre libros y EPRE (evidencia primaria relevante de época, menos habitual para ciertos historiadores y, en el caso presente, ignorada por incluso algún autor militar y otros). Sin embargo, ruego a los lectores que no piensen mal si a partir de ahora no he dejado de sonreír mientras escribía. A lo mejor a los fajados en rudos enfrentamientos a bayoneta calada y cara a cara con el enemigo les parecerá que mis reflexiones no traducen la realidad de la guerra. Para ellos recomiendo el libro de Joanna Bourke Sed de sangre: Historia íntima del combate cuerpo a cuerpo en las guerras del siglo XX, Crítica, Barcelona, 2008. (Me gustaría saber si alguno ha escrito algo similar).

Con el fin de avanzar en nuestro tema no merece la pena entretenernos en las biografías escritas y publicadas en los años del aislamiento español, mientras se reconocía (mal que bien) la “verdad” de Franco. Fue la época del sinigual e hiperbabeado “¡CENTINELA DE OCCIDENTE!”. Prefiero pasar a los años sesenta, ya bien asentado en la conciencia pública su cálido abrazo al presidente Eisenhower, y hacer una selección muy corta de grandiosas firmas.

Al final de aquel decenio hizo su aparición en el mercado español otro de los “pelotas” máximos del Caudillo. En esta ocasión nada menos que un inglés: George Hills (Franco. El hombre y su nación, San Martín, Madrid, 1968, pp. 88-91. La edición original fue del anterior). No puedo pensar que un exmilitar británico ignorase que, al menos en las campañas de la primera guerra mundial en tierras de Francia o de Flandes (que hoy cualquiera puede ver en múltiples documentales e incluso en algunas películas de gran éxito), sus compañeros oficiales solían atacar al frente de sus hombres pistola en ristre y silbato al cuello.

Sin embargo, aparte de ciertos retoques que corrigen el primerísimo relato de la entrega anterior (el parapeto se convierte en trincheras moras y, hombre más culto, utilizó el término técnico de abdomen en lugar de vientre), Hills siguió al sicofante primigenio (Joaquín Arrarás) al pie de la letra, incluido el episodio de las “pelas”. Un detalle inolvidable y, en mi modesta opinión, nada british: no mencionó a su modelo. Esto, hoy, se denominaría plagio (al que tampoco fue insensible otro de sus compatriotas del mismo oficio al escribir sobre la guerra civil española).

Llega luego el turno de Philippe Nourry (Francisco FRANCO. La conquête du pouvoir, Denoël, París, 1975, pp. 92s). Como buen francés, un tanto escéptico ante muchas de las loas de los panegiristas de su biografiado. Indica que Franco cayó herido prácticamente en un cuerpo a cuerpo contra los rifeños. Había participado, nos cuenta, con las 20.000 pesetas (supongo que a cuestas o en el bolsillo) porque ocupar una mano en llevar la cartera que las contuviera se me hace difícil si había que llegar al cuerpo a cuerpo. Aquí mi credulidad me abandona. Su fuente es, sin embargo, Ricardo de la Cierva, sin página, pero se trata de los fascículos que, al parecer, hicieron rico a este tan en algunos círculos de derechas todavía hoy prestigiado autor.

Caso parecido fue el del conocido experiodista y posterior embajador, Manuel Aznar, adulador más que eminentísimo (Franco, Prensa Española, Madrid, 1975, pp. 39s), en una biografía para lelos. Dio una fuente precisa al describir la acción. No la he manejado, pero afirma que fue la revista España en sus héroes. Se trata de una obra dirigida por el coronel José María Gárate Córdoba (precio de venta en internet según Amazon €249,95 el 7 de julio de 2021). El embajador Aznar (p. 40) escribió que Franco, que parecía muerto, “da señales de vida. Llama a uno de los oficiales supervivientes y le hace entrega de 20.000 pesetas”. Ante tales autoridades, ¿qué hacer? Ir a la EPRE, aunque esto no guste a muchos historiadores tan proclives a declinar o conjugar la verdad eterna de Franco.

Pero todavía es pronto. Así que vuelvo a otra versión algo más “seria” del profesor De la Cierva (Franco, Planeta, Barcelona, 1986. pp. 48s). El inmarcesible Caudillo lleva ya años criando malvas en su Valle, y el pluribiógrafo ni se molesta en indicar bibliografía. Al fin y al cabo, se trata, como siempre con él, de “una obra definitiva” (así dice la portada). Acude a un “ilustre cronista, el embajador Salvador García de Pruneda” y toma del mismo la descripción de la hazaña. Dado que la compañía que mandaba tuvo muchas bajas, Franco “decide combatir como un soldado más, como el soldado que acaba de caer. Coge el fusil del muerto y hace fuego. Parece que el enemigo ha visto al capitán, en el centro de la guerrilla, mandando y disparando, al mismo tiempo. Y sobre él se abaten los disparos de los moros, secos, como trallazos…” ¿No se queda pasmado el amable lector ante tanto lirismo?.

Añade de la Cierva de su propia cosecha: “Hay un detalle que no recogen todos los cronistas, pero que revela un rasgo esencial del carácter de Franco. En el hospital hizo venir “al oficial más antiguo para hacerle entrega formal y minuciosa del dinero y la nómina de su compañía”. ¡¡¡¡¡BRAVO!!!! Ahora resulta que Franco no entró en combate con la fortunita a cuestas. Probablemente De la Cierva, que no era idiota, se dio cuenta de que el tan alabado comportamiento sonaba un poco a falso en el tema de las “pelas”.

El ataque de risa que producen el copión de Hills y, por extensión, los embajadores Aznar y García de Pruneda, es pequeño si se compara con lo que otro ilustre militar escribió después. En esta ocasión fue el general Rafael Casas de la Vega. Puso a prueba sus dotes de historiador al describir el ataque. La frase clave que nos interesa es la siguiente: Franco “se lanza con más éxito sobre el enemigo y a fuerza de valor se apodera de la primera línea de trincheras y en ella se mantiene´”. Es decir, el futuro Caudillo, con arrojo elevado a la enésima potencia, toma un terreno ocupado por el enemigo, que suponemos contraataca porque de lo contrario mantener la primera trinchera no tendría mérito alguno. Impertérrito, de ella no se mueve. Antes morir que ceder una pulgada de terreno conquistado con la generosa sangre española (aunque quizá la de los Regulares sería más apropiado).

Curiosamente este profesional (Franco, militar. La única biografía militar del primer soldado de España en el siglo XX, Fénix, 1995, ) que dio a conocer en la editorial de Ricardo de la Cierva, y a pesar de citar brevísimamente la hoja de servicios publicada de Franco, prefiere basarse igualmente en García de Pruneda. Tan insigne diplomático no estuvo presente en la acción, pero no importa. Su hoja de servicios del MAE permite comprobar que ingresó en la Escuela Diplomática en 1942 y que nació en 1912. Pues bien, según él, el fusil que recogió Franco pertenecía a un soldado indígena que había muerto disparando medio arrodillado. Así lo recoge también el general Casas de la Vega. Franco lo utilizó con tan tan buena fortuna –añado– que llegó a hacer fuego. UNA PROEZA. Lo escribe De la Cierva, pero no Arrarás.

A diferencia de otros autores que se han pronunciado con la autoridad de Heródotos redivivos supongo que el general Casas de la Vega estaba familiarizado con la historia de los usos y costumbres de las campañas en el Protectorado. Así, no duda lo más mínimo en informar a sus lectores que las 20.000 “pelas” de marras las había extraído Franco de la caja del Cuerpo porque aquel día debía darse la soldada a sus hombres (era el oficial pagador). ¿Dónde las dejó? Cabe suponer que entró con ellas en combate, porque tan experto general añade que fue “un buen ejemplo a seguir por los funcionarios, civiles o militares, que manejan fondos del Estado”. En 1995 me suena que ya se pagaba por cheque, por transferencia o simplemente yendo a caja (pagaduría) así que, ¿cómo sería aplicable el ejemplo? Con todo, cualquier historiador normalito se preguntaría: ¿fue verosímil la actuación de Franco?

Así, poco a poco, podríamos seguir avanzando por los relatos que escriben ciertos autores y alargar estas entregas preliminares. Nos quedaremos con uno de los más eminentes y gran hagiógrafo del Caudillo: el profesor Luis Suárez Fernández, uno de los primeros en utilizar los fondos que habían ido a parar a la Fundación Nacional Francisco Franco (FNFF). En Franco. El general de la Monarquía, la República y la guerra civil (Actas, Madrid, 1999, pp. 93), el futuro salvador de España toma el fusil de un herido que acaba de caer; ¡cala la bayoneta! y arrastra tras de sí a los suyos [sin duda movidos por su espectacular ejemplo]; corona la loma y ¡ay! recibe entonces en el vientre su primera herida de guerra; llama al teniente que le seguía y le entrega las 20.000 “pelas”. ¡BRAVÍSIMO! Me quedo, literalmente, estupefacto y confío en que bien él o la FNFF se apresuren a desautorizarme con toda la autoridad que les den los papeles que conserven..

En todo caso, vemos al inmortal Arrarás haciendo de las suyas de una u otra manera. Es, sin embargo, muy importante la anterior descripción. Todo un académico de la Historia, multicondecorado, miembro del Opus Dei y exdirector general de Enseñanza Universitaria, tras monopolizar el acceso durante años a los fondos de la FNFF, insiste a finales del siglo XX en que Franco entró en acción con los billetes a cuestas.

Tras este ejemplo de hacer historiográfico de primerísimo orden, y dejando de lado a historiadores que se copian unos a otros o difieren algo entre sí, pero que no añaden mucho y, sobre todo, ninguna evidencia documental, nos detendremos en el profesor Stanley G. Payne, darling de la derecha española. Lo hago, confieso, con el corazón palpitante de emoción. ¿Con qué nos ilumina un historiador tan reputado? En principio, con nada nuevo: los elementos fundamentales de Arrarás siguen intactos, pero Payne y su coautor, el exCEDADE Jesús Palacios, aportan un nuevo e inédito testimonio, único, al parecer fundamental para ambos. El de la Excma. Sra. Doña Carmen Franco Polo, duquesa de Franco.

Según tan egregia fuente, su querido papá, después de recibir el balazo, habría dicho a un soldado moro que tomase un fusil y que encañonase a los sanitarios para que lo metieran en el camión con el que se evacuaba a los heridos.  Esto sí que es rigurosamente nuevo. A su querida hijita, imagino, el Generalísimo se lo habría contado repetidas veces. Un flirteo con la parca no es cosa de olvidar.

No se sabe si lo que sigue también lo dijo el papi o si fue de la cosecha de la señora duquesa. Añadió una explicación “técnica”: “la bala la había recibido en inspiración, y si tú estabas aspirando la bala te entra y no te roza el intestino. A mi padre le rozó un poco el hígado, pero no le rozó el intestino…” El profesor Payne y su coautor no comentan con una sola palabra ni con varios signos de admiración tan extraordinario testimonio. Hicieron mal. Es una auténtica barbaridad.

Servidor, como muchos lectores probablemente, se quedó asombrado y perplejo. Parece difícil poder aguantar mucho tiempo en inspiración. El aire hay que espirarlo de vez en cuando. Contenerlo mientras se escala una loma en pleno combate y bajo el sol abrasador de Marruecos no se me antoja algo fácil. Por lo demás, a cualquiera se le ocurre pensar que la trayectoria y el impacto de una bala no dependen de si quien la recibe (obviamente en contra de su voluntad) está inspirando o espirando. ¿Qué decir ante la energía cinética que la propulsa?. ¿Acaso no tiene algún efecto?

De todas maneras, recurrí a mi amigo el Dr. Miguel Ull, al que la pandemia se llevó en enero de 2021. No dudó en escribirme que el comentario de la hija del Caudillo era, como es lógico, "una solemne estupidez" (sic). La velocidad del proyectil predomina ante cualquier situación de la respiración. Da lo mismo a efectos lesionales estar en inspiración o espiración. De cajón. Sí, pero tendremos que abordar de nuevo este tema en una entrega ulterior. Ya doy las gracias de antemano a tales autores (y a la memoria de la señora duquesa) por haberlo sacado a la luz en la literatura más reciente.

Franco y la cruz laureada de San Fernando (5/17): Nueva EPRE sobre la herida auténtica del 'Caudillo'

Franco y la cruz laureada de San Fernando (5/17): Nueva EPRE sobre la herida auténtica del 'Caudillo'

*Esta serie de 17 capítulos está dedicada a la memoria del Dr. Miguel Ull y de mi primo hermano, Cecilio Yusta, fallecidos a causa de la pandemia, que me ayudaron a desentrañar el primer asesinato de Franco, en la persona del general Amado Balmes.

______________________

Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo

Más sobre este tema
stats