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La guerra y la justicia

Frente a lo que el presidente ruso, Vladimir Putin, denomina Operación Militar Especial, creo que existe un amplio consenso en cuanto a que hablamos de un acto de agresión hacia Ucrania que ha derivado en una guerra, uno de los peores males que afectan a la humanidad desde que aparecimos en el planeta tierra. La guerra supone nuestro fracaso como especie, pues es el triunfo de la parte más primitiva del ser humano por encima de la más racional; deviene en la derrota del diálogo y el razonamiento, de la bondad y la empatía ante la soberbia, la ambición y las ansias de poder.

En este campo se instala la doble moral, siendo recurrente la frase: “haced lo que yo digo, pero no hagáis lo que yo hago”. Supone la falta de coherencia aunada a la hipocresía. Lo vemos con frecuencia; líderes que proclaman la democracia pero se apoyan en mecanismos antidemocráticos; jueces que desde los más altos tribunales imparten “justicia” a la medida y en función de intereses, amistades o pagos de favores; restricción de derechos con el pretexto de alguna emergencia o situación excepcional; políticos que lo mismo abrazan una ideología y luego la contraria, como si cambiaran de camisa, para obtener una posición prevalente; empresarios que dicen trabajar para sacar adelante su empresa y al país, pero explotan y desconocen los derechos de quienes son los motores de ese cambio; viejas glorias que alcanzaron su prestigio en plena militancia de izquierda, bailando, ahora en el ocaso de su vida, al son de la ultraderecha.

Este fenómeno aqueja a distintas naciones y cada vez con mayor intensidad. Estamos volviendo a la bipolaridad, al bueno y al malo, al norte y al sur, al Este y al Oeste, a los indeseables y a la “gente de bien”. Me revolvió las tripas el video de los dirigentes de Italia, Meloni y Salvini —tanto monta— cantando en un karaoke en el momento en que nos horrorizábamos ante la muerte de decenas de migrantes que no fueron debidamente auxiliados. La Unión Europea calla y gran parte de sus líderes también en un acto de complicidad tácita de desapariciones reiteradas y evitables en el Mediterráneo, otrora el mare Nostrum, convertido hoy en la mayor fosa común del mundo, donde quedan sepultados los sueños y los cuerpos sin vida de miles de seres humanos. Líderes de naciones supuestamente democráticas se desentienden por completo. Es la desviación perversa de unos dirigentes que, no hay que olvidar, están ahí por decisión de los ciudadanos. Para ellos son daños colaterales, aunque en realidad se trata de la pérdida irreparable de vidas.

En este desfile de incongruencias —no hace falta volver a mencionar al agresor—  la palma de oro es para el papel de Estados Unidos en la guerra de Ucrania, tan solidario y activo en la defensa de este país, que no deja de enviar armas y de alentar a que otros hagan lo mismo para que la guerra se alargue todo lo posible, mientras imponen el boicot del gas y el petróleo ruso para Europa, a cambio de vendérnoslo a precio de oro.

La paradoja

Por ello no es de extrañar que nuestro aliado y defensor de la libertad y la democracia en el mundo, celebre que el fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) haya pedido y obtenido de parte de la Sala de Cuestiones Preliminares (SCP) una orden de detención contra el presidente ruso. Pero se da la curiosa paradoja de que Estados Unidos no sólo no forma parte del Estatuto de Roma y que haya incluso levantado su firma (agosto de 2000) como lo hizo la Federación Rusa en 2016, sino que además llegó a amenazar a la CPI con situar las cañoneras ante las costas neerlandesas y, después, firmar tratados bilaterales con Estados parte del Estatuto para garantizar la impunidad de los soldados norteamericanos. Todo ello,  sin olvidar que sancionó a fiscales y jueces de este tribunal internacional y que consiguió que se cerraran las investigaciones sobre Afganistán e Israel. Sin embargo, Estados Unidos ha designado como forzado paladín al Fiscal Karim Khan, a quien respalda y alienta para perseguir penalmente a Putin, en reuniones nada transparentes, probablemente financiadas por el Departamento de Estado. Se trata de la utilización política de la justicia como un arma más en la guerra, al más alto nivel internacional. Da la impresión de que, de nuevo, los intereses geopolíticos priman sobre el deber de independencia e imparcialidad. Con acciones como ésta, se siembra un manto de duda sobre todo el sistema de justicia penal internacional, dañando su credibilidad y legitimidad.

De nuevo, los intereses geopolíticos priman sobre el deber de independencia e imparcialidad

La última reunión conocida en estos términos se produjo recientemente en territorio de Ucrania. Fiscales de distintas nacionalidades, altos cargos de la UE, o el secretario de Justicia norteamericano, se encontraron allí para marcar acuerdos y coordinarse sobre cómo aplicar las normas del Estatuto de Roma para los presuntos crímenes internacionales cometidos por los rusos. Apenas dos semanas después, la CPI libró órdenes de detención contra Vladimir Putin y la funcionaria rusa Maria Alekseyevna Lvova-Belova. De momento, aunque es de suponer que siga la investigación sobre las masacres en diferentes puntos del territorio ucraniano, como por ejemplo en Bucha, o las denuncias de ejecuciones de civiles, de violaciones de mujeres, de torturas a prisioneros de guerra, el fiscal eligió el camino más sencillo de incluir en aquella, solo la deportación ilegal de menores ucranianos hacia Rusia, como crimen contra el derecho internacional humanitario, fruto de un elaborado trabajo periodístico, al menos en parte.  

Pero dudo que entre sus investigaciones se encuentren las actuaciones del Regimiento de ideología nazi Azov, inserto en la Guardia Nacional ucrania, que sugieren la comisión de crímenes internacionales. ¡Ojalá me equivoque!

Mientras tanto, para el Kremlin esta orden es "jurídicamente nula" y la ha tachado de "ofensa indignante". Más aún, el pasado 20 de marzo, las autoridades rusas hicieron pública la apertura de una investigación penal contra el fiscal de la CPI, Karim Khan, y los jueces del alto tribunal. Veremos en qué quedan estas acciones cruzadas. Mucho me temo que en nada, una vez alcanzada la paz.

La historia se repite. La justicia se transforma en otro campo de batalla, sin que en realidad ninguno de los dos actores implicados (Rusia y EEUU) crea realmente en la imparcialidad e independencia del Fiscal de la CPI, mientras se acumulan las víctimas y quedan sin protección. ¡Qué distinto habría sido si Biden, junto con el apoyo al Fiscal, hubiese firmado y ratificado el Estatuto de Roma! Pero no, el doble estándar moral parece no incomodar en lo más mínimo al presidente de Estados Unidos.

En este planteamiento de actuar contra otros sin permitir que toquen a los míos, tengo que recordar el caso sangrante del periodista Julian Assange, encerrado en una prisión británica a la espera de la extradición que puede suponer su condena a muerte, al considerar Estados Unidos que las revelaciones de WikiLeaks son delictivas. Como se ve, aquello que molesta al imperio o señala su lado oscuro debe ser eliminado de manera radical. 

Impunidad en la letra pequeña

Tal y como relata Jim Cason en el diario mexicano La Jornada: “Biden, su equipo y el Congreso apoyan un proceso judicial contra Rusia y su líder Putin ante la CPI. En diciembre de 2022, el Congreso aprobó una enmienda a la ‘Ley de Protección de Americanos en los Servicios’ específicamente para permitir una colaboración estadunidense con la CPI para investigar crímenes cometidos por Rusia en Ucrania, pero reafirmando a la vez que oficiales y militares estadunidenses jamás pueden ser obligados a rendir cuentas ante esa misma corte”. El problema viene de quienes aceptan este doble rasero de medir y dividen todo en buenos y malos, como si el mundo se moviera en esa dicotomía simplona a la que nos conduce una mal entendida moral calvinista.

Boaventura de Sousa Santos escribía recientemente un interesante artículo, analizando las consecuencias del maridaje entre la UE y Estados Unidos. Explicaba cómo un Instituto de la Universidad de Cambridge, tras la invasión de Ucrania, fusionó 30 encuestas globales sobre actitudes hacia Estados Unidos, China y Rusia abarcando 137 países. “El principal resultado de este estudio es que el mundo está dividido entre una pequeña minoría de la población mundial, que tiene una opinión positiva de Estados Unidos y una actitud negativa sobre China y Rusia (1.200 millones de personas), y una gran mayoría en la que ocurre lo contrario (6.300 millones). Aunque el estudio se refiere a Estados Unidos, no es arriesgado especular que, especialmente después de la guerra en Ucrania, Europa se asocie (ya lo está) con Estados Unidos aún más intensamente que antes. A esta asociación podemos llamar Occidente”, explica Boaventura de Sousa.

Su conclusión es que, tomando el mundo como unidad de análisis: “Occidente está más aislado que nunca, y esto explica que la gran mayoría de los países del mundo se hayan negado a imponer sanciones a Rusia promulgadas por Estados Unidos y la UE”.

Ese riesgo del que alerta el sociólogo es evidente. La Unión Europea se encuentra ante una opción difícil a medio camino de dos grandes adversarios y con obligaciones militares adquiridas tiempo atrás. Pero esta circunstancia no debe impedirnos observar las discordancias, y exigir que Europa tenga un criterio propio que pudiera, por ejemplo, valorar las iniciativas de paz que surjan en vez de contribuir a armar hasta la saciedad a Ucrania, según la orden de EEUU y la OTAN.

Cualquier guerra es injusta para quienes sufren sus consecuencias, pero especialmente es una losa que pesa sobre quienes pudiendo ponerle fin, no lo hacen y contribuyen, desde un espacio u otro, a consolidarla en aras a una posición geoestratégica que no quieren perder. Lo demás somos meros peones de un ajedrez infernal lleno de sangre y miseria jugado por actores que saben que, finalmente, quedarán impunes. 

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Baltasar Garzón Real es jurista y presidente de FIBGAR.

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