La portada de mañana
Ver
La red infinita del lobby de la vivienda: fondos, expolíticos, un alud de 'expertos' y hasta un pie en la universidad

Halloween no es lo peor que copiamos de Estados Unidos

No conozco un lugar donde los españoles echen más profundamente de menos España que en Estados Unidos. Hay países mucho más difíciles, por supuesto, pero no sé si alguno que entre tan en conflicto con nuestra manera de estar en el mundo. Con lo que yo pensaba que era nuestra manera de estar en el mundo, porque desde que he vuelto a veces me cuesta reconocernos.

No crean que esta va a ser otra columna contra Halloween, me parece lo menos terrorífico que le hemos copiado a Estados Unidos. Pásenlo bien, ninguna ocasión para salirse del personaje está de más, y recuerden que, si a ustedes tampoco les gusta pintarse la cara de sangre, los estadounidenses viven Halloween como un carnaval: pueden disfrazarse de lo que quieran. Yo voy a ir de Hermione para cuidar de mi pequeño Harry Potter. También vamos a asar castañas, no es excluyente.

Estados Unidos es un país capaz de lo mejor y del infierno. El país de los grandes avances científicos es también el país donde hay gente que se muere sin haber pisado una consulta médica. Donde incluso personas con ingresos medios racionan la insulina que les mantiene vivos porque no pueden pagarla. Exactamente lo hacen 1,3 millones de diabéticos, según un estudio publicado este octubre. Un vial que costaba unos 20 dólares en 1999 cuesta ahora alrededor de 300. La insulina es ocho veces más cara en EEUU que en el resto de países ricos.

En siete años allí pude coleccionar algunas pesadillas. Tuve que salir de un box de urgencias donde se discutían sistemas de pago mientras el corazón de un hombre se rendía. Esos son los horrores que yo no puedo soportar. Mi madre se cayó la primera vez que vino a verme a Washington y yo cerré los ojos: lo que pensé no era cómo estaba sino cómo lo íbamos a pagar. Ella pidió, como dijimos tantas veces antes y después otros españoles: “Si hay tiempo, me subes a un avión”. Un país en el que estás a un diagnóstico de la huida no es un país donde hacer demasiados planes, me parece a mí.

Disfruté mucho Estados Unidos hasta que me acerqué al momento vital en el que te arriesgas a no poder irte. Un verano, después de un mes estupendo en España, llegué a un apartamento donde seguía en la nevera el mismo yogur solitario que yo había dejado antes de irme, y empecé a obsesionarme con cómo escapar mientras aún era posible. Un país donde a tanta gente le da igual no saber qué comida tiene en casa no era el lugar para una persona criada en la cultura del puchero compartido y la sobremesa.

El país de los grandes avances científicos es también el país donde hay gente que se muere sin haber pisado una consulta médica

Volví. Pero para vivir la manera española de estar en el mundo que tantísimo eché de menos no puedo alejarme mucho de mi familia y mi pequeña ciudad de provincias. Fuera de allí, por ejemplo en ese Madrid que siempre pareció mi destino natural, todo me empieza a parecer un déjà vu de Estados Unidos. Peor: una mala copia. Una copia solo de lo malo. Un mal presagio.

No sigo el minuto a minuto de la política española porque yo estaba a tres metros de Donald Trump en Cleveland, Ohio, mientras una lluvia de 125.000 globos azules, rojos y blancos certificaba el inicio de los tiempos oscuros. Estar ahora aquí escuchando ideas salidas de la misma fábrica del horror me resulta revictimizante. Propuestas tan de copia y pega que se delatan solas: este no es un país donde vayamos siquiera a considerar tener armas en casa, y espero que no lo sea nunca.

Amigos que me educaron políticamente a los 17 años hoy son portadores a regañadientes de carnés de seguros privados porque viven en una comunidad, Madrid, empeñada en ser un laboratorio de todo lo que no está bien: gente que no sale del trabajo ni cuando se va de cañas, culto al coche, esquilmación de todo lo público, hasta del espacio. Urbanizaciones de casas iguales para gente igual que piensa igual. Una ciudad de pagar por todo. Exactamente uno por uno todos los ingredientes que han hecho de Estados Unidos el país roto y disfuncional y temible que es hoy.

Hace unas semanas, en un bar cerca del Wizink, una amiga me comentaba sorprendida: “Tú cocinas”. Yo quería decirle que aquí siempre hemos cocinado, pero una cosa que olvidamos los que nos vamos es que el tiempo en España no se congela, el país y la gente cambian sin esperar por nosotros. Yo no siento nostalgia de la España de mis abuelas, dura como ella sola, sino de la manera de estar en el mundo que nos legaron y que creo que estamos dejando que nos arrebaten sin gran resistencia. Mi consuelo cuando estaba en Estados Unidos era que tenía España. No sé ustedes, pero yo después de este país no tengo más. Estaría bien defender las suertes que tenemos, que no son pocas.

-------------------------------------------

Cristina García Casado es periodista.

Más sobre este tema
stats