Helado en invierno

El 26 de febrero, lunes, hacía frío en Nueva York. El presidente Joe Biden hizo lo que hacen los estadounidenses: comer helado atemporalmente. Hizo, también, algo peor: comerlo a destiempo. Lo tenía en la mano, muy cerca de la boca, como si fuera un micrófono blanco de menta con trozos de chocolate, cuando dijo: “Espero que para el próximo lunes tengamos un alto el fuego”. Ese alto el fuego iba a ser –no lo será de momento– en Gaza, donde han muerto más de 30.000 personas desde octubre por la implacable ofensiva israelí.

Biden estaba a punto de dar el primer lametazo al helado cuando un periodista le preguntó si podía adelantar una fecha estimada para el alto el fuego. Le respondió sin los reflejos de bajar, al menos, el helado del plano medio. Esa imagen, Biden cercano pero torpe, con un discurso frágil como la bola siempre a punto de empezar a derretirse, me pareció un fotograma preciso de este momento del mundo. Salvando las distancias y las responsabilidades, me pareció que todos quedamos retratados un poco como ese Biden entre frívolo y patético cada vez que la masacre de un pueblo se cuela a fogonazos en nuestro toqueteo compulsivo del móvil y nos pilla con la boca o el carrito llenos.

Son más de 30.000 muertos bajo fuego israelí según el Ministerio de Salud de la Franja, controlado por Hamás. Más de 25.000 son mujeres y niños, según datos del propio Estados Unidos. Desde la primera víctima ya son demasiadas. Pero estos números apabullantes comienzan a ser inasumibles hasta para quienes dieron carta blanca a Israel. Ese Biden dubitativo que no atina ni a cuidar lo que allí llaman los optics (cómo lo percibirá la gente) en plena campaña electoral es también la postal de un Estados Unidos incapaz de frenar a un país dependiente de él.

Todos quedamos retratados un poco como ese Biden entre frívolo y patético cada vez que la masacre de un pueblo se cuela a fogonazos en nuestro toqueteo compulsivo del móvil y nos pilla con la boca o el carrito llenos

Sólo Estados Unidos puede parar a Israel y no parece estar pudiendo. “Sube el tono”, “aumenta la presión”, pero lo que seguimos viendo en Gaza es un horror al que no hace justicia ninguna combinación de palabras. El último fogonazo de la crueldad más insoportable fue este jueves la muerte de más de 100 personas que intentaban conseguir ayuda humanitaria cuando el ejército israelí abrió fuego contra ellas.

De todas las cifras, que las dé quien las dé siempre son subestimadas porque cuántos yacerán no contabilizados bajo los escombros, una es la que más me produjo esa sensación de patetismo y frivolidad al aparecer en mi teléfono compartiendo pantalla con quién sabe qué fruslerías que no recuerdo. 17.000 niños vagan solos en medio del caos y las bombas en Gaza. Algunos se extraviaron, a otros no les queda nadie y su denominación es un acrónimo: WCNSF. Niño herido, sin familia superviviente. Wounded child, no surviving family.

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