Las abuelas Cristina García Casado
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La escena del puerto de Barbate con un grupo de hombres jaleando a los narcotraficantes en sus acciones contra la Guardia Civil, riéndose al ver cómo transcurrían los hechos ante la clara desproporción de fuerzas, y gritando directamente que los envistieran, no solo produce asco y dolor, sino que demuestra que se trata de una violencia estructurada y amparada por el mismo contexto social donde se produce. Lo vimos también con el narcotráfico en Galicia y en el País Vasco con el terrorismo de ETA, y todo su entramado social traducido en apoyo o silencios según la ocasión.
En todos esos escenarios, y en tantos otros a menor escala, se es consciente de que una parte importante de la situación criminal se sustenta en el respaldo social, que es el que les da apoyo, coartadas, oculta los hechos y encubre a las personas.
¿Por qué si vemos ese apoyo social como algo importante y necesario, y cómo señala y jalea la violencia en otros contextos, no se ve todo el entramado social y el apoyo de miles de hombres que jalean la violencia contra las mujeres, y otros cuantos millones que guardan silencio ante esas acciones realizadas en nombre de todos los hombres, de ellos también, aunque callen o hablen para decir “yo no soy machista”?
La violencia contra las mujeres necesita de esa “normalidad” callada y distante para poder iniciarse y continuar hasta el homicidio, y luego se alimenta con todas las voces que asaltan los días y las redes desde los muelles de las instituciones, medios y hogares para hablar de “negacionismo”, de “criminalización de los hombres”, de pérdida de la presunción de inocencia, de suicidios de hombres provocados por las mujeres, de “denuncias falsas” para dañarlos socialmente y quitarles “la casa, los niños y el dinero”… además de atacar directamente a las mujeres y al feminismo como promotoras de esta situación.
Todas esas acciones forman parte del jaleo que hace la sociedad a los violentos y a la violencia que ejercen contra las mujeres, pero hay varias diferencias respecto a otras violencias apoyadas desde un entramado social.
Si no acabamos con el machismo no acabaremos con su violencia. La violencia contra las mujeres no es una derivada del mismo, sino un elemento estructural y esencial para su “sostenibilidad” cultural
La situación es grave y el posicionamiento social objetivo. Para la violencia terrorista existen dos “pactos de Estado” que denominan “contra el terrorismo” (uno contra el de ETA y el otro contra el yihadista) no contra la “violencia terrorista”, porque se dirigen contra su causa y razón que es el terrorismo. En cambio, para la violencia contra las mujeres el pacto de Estado que tenemos renuncia a esa causa y razón social y cultural, y se centra en el resultado de sus acciones bajo la denominación de “Pacto de Estado contra la violencia de género”, cuando debería ser “contra el machismo”. Seguro que si algún día se alcanza un pacto de Estado sobre la criminalidad que envuelve a las drogas será contra el narcotráfico, no contra la “violencia del narcotráfico”.
Cada día maltratan a más de 1600 mujeres, agreden sexualmente a casi 1000 (Macroencuesta 2019), y el año pasado asesinaron a una mujer cada semana en el contexto de las relaciones de pareja, y todo ello sucede mientras una gran parte de la sociedad calla y se muestra pasiva, al tiempo que muchos hombres jalean de diferente forma desde sus muelles y dársenas para que otros sigan con la violencia de género.
Si no acabamos con el machismo no acabaremos con su violencia. La violencia contra las mujeres no es una derivada del mismo, sino un elemento estructural y esencial para su “sostenibilidad” cultural, por eso en un momento en el que se está produciendo una “refundación del machismo” es necesario negarla y ocultarla, porque sin ella el machismo no se puede sostener.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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