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Toda violencia tiene sus partidarios, y todo agresor tiene sus razones para utilizarla. Creer que la violencia es una conducta aislada que desarrollan determinadas personas en momentos puntuales es un error y una de las trampas del sistema que tiene a la violencia como un instrumento válido para conseguir objetivos.

La violencia duerme mientras los ataques y agresiones esperan su oportunidad. Pensar que cuando no hay ataques no hay violencia es la forma que lleva a invisibilizar el principal mecanismo de la violencia, que es el poder. La definición que da la OMS de violencia muestra todo su significado de manera clara en el inicio de su conceptualización, “uso intencionado de la fuerza física y el poder”…, dice de la violencia. Sin ese uso del poder que genera la posición de superioridad y la amenaza de recurrir a la agresión o ataque en cualquier momento, no sería posible mantener las relaciones desiguales que permiten usar el poder y la fuerza como instrumentos para alcanzar objetivos.

Sin esa posición de poder que tienen los hombres en una sociedad machista no sería posible que el 27% de las mujeres del planeta sufriera violencia por parte de su pareja o expareja, como recoge el último informe de la OMS (The Lancet, 2022), no tiene sentido pensar que sólo con agresiones físicas puntuales se podría conseguir la sumisión y el control que logran los maltratadores en sus relaciones de pareja. Es lo mismo que ocurre con la violencia sexual, no sería posible que el 13% de las mujeres de la UE sufriera violencia sexual (FRA, 2014), si no existiera una estructura de poder androcéntrica que lleva también a que sólo se denuncie un 8% de las agresiones por el miedo, desconfianza y vergüenza que sufren las víctimas, y por todos los mitos y estereotipos que las responsabilizan a ellas y exculpan a los agresores. Y lo mismo ocurre con los grupos criminales organizados, no sería posible mantener una estructura criminal estable si no contaran con elementos integrados en la sociedad para camuflarse entre ellos, e incluso contar con apoyos directos desde determinados ámbitos.

La violencia de los Estados está aumentando a costa de la paz y de la vida de personas inocentes, que viven al margen de las razones que usan los violentos del poder para recurrir a sus estrategias y ataques

Y en todos esos casos el patrón se reproduce, aunque se puedan cuestionar algunos de los resultados de las agresiones y ataques: siempre hay partidarios de la violencia y siempre hay razones para que quienes la usan recurran a ella. 

La violencia de los Estados no es diferente en su esencia. Se parte de una posición de poder que permite utilizar todos sus instrumentos para someter a otro Estado, y cuando las circunstancias lo requieren se recurre a los ataques y agresiones puntuales en sus diferentes formas (incursión, hostilidades, conflicto, misión de paz, guerra…) dependiendo del contexto y motivaciones.

Según el Índice de Paz Global en su XVII edición, del Instituto para la Economía y la Paz, en 2022 murieron 238.000 personas en conflictos, un 96% más que en 2021. El “promedio de paz” se ha empobrecido un 5% desde 2008, con 91 Estados implicados en algún tipo de guerra exterior, frente a los 58 que había en ese año de 2008. La violencia de los Estados está aumentando a costa de la paz y de la vida de personas inocentes, que viven al margen de las razones que usan los violentos del poder para recurrir a sus estrategias y ataques. 

Todo ello demuestra la complicidad de un sistema bajo una doble acción. En primer lugar, permitir la violencia del poder para que el poder de la violencia mantenga el orden interesado a costa de la agresión, sumisión, dependencia… del país oprimido en cuestión, todo bajo la apariencia de la normalidad dada por la ausencia de ataques. Y en segundo lugar, por la justificación que se da a los ataques que se llevan a cabo desde esas posiciones de poder bajo sus motivos y razones.

Pero la violencia genera violencia, y lo hace siempre. Genera violencia en el violento que ve cómo su estrategia de poder basada en ella funciona, y genera violencia en el oprimido y atacado que busca reproducir una “estrategia de éxito”, y causar las mismas consecuencias que sufre en quien se las genera a él.

No hay paz mientras late la violencia agazapada en circunstancias geopolíticas, sociales o relacionales, sólo que no se expresa en forma de agresiones ni ataques. En esos momentos el poder actúa haciendo su papel sobre el elemento oprimido para que sus partidarios vean satisfechas sus expectativas de dominio y superioridad, pero hay violencia mientras haya un uso deliberado del poder para producir daño.

La forma de acabar con la violencia es alcanzar un pacifismo global, estatal y social en el que la violencia se una a un “jamás” que impida llegar a ella bajo ninguna circunstancia. En el momento que se entienda que, por motivos históricos o actuales, hay razones para recurrir a la violencia, estaremos dando argumentos para que otras partes entiendan que bajo sus circunstancias y razones también pueden utilizar la violencia.

Lo que ha hecho Hamás asesinando a la población civil como objetivo primario de su acción, violando a mujeres, secuestrando a personas para continuar en ellas la violencia y la intimidación no tiene ni puede tener justificación alguna. Lo mismo que tampoco la tienen los ataques y asesinatos que comete Israel sobre la población palestina. No es equidistancia, es subrayar que esa dinámica es la propia violencia, con sus periodos sin “hostilidades” y sus ataques puntuales.

La “equidistancia”, suponiendo que se entienda de ese modo, es algo menor con relación al posicionamiento que supone ponerse del lado de una de las partes que se cree con la legitimidad para usar la violencia.

Paz significa “violencia jamás”. Si queremos construir la paz desde esa ausencia absoluta de razones para recurrir a la violencia, pongamos en marcha los instrumentos y acciones necesarias, de lo contrario habrá que prepararse para afrontar la violencia en cualquiera de sus expresiones. La pasividad sólo beneficia al violento y su poder, y eso siempre significa más violencia.

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