Lecciones no aprendidas

En diciembre de 2008 asesinaron a 11 mujeres por violencia de género y saltaron las alarmas; en julio de 2010 asesinaron a 10 mujeres y volvieron a sonar todas las sirenas, como ocurrió en junio de 2012 con otros 10 homicidios, o en febrero de 2017 o en septiembre de 2018… Así hasta en nueve ocasiones en las que se han producido diez o más homicidios de mujeres en un solo mes.

Detrás de cada alarma llegaron las nuevas acciones, el “¿qué está pasando?”, la reflexión crítica, las propuestas… pero luego llegó otro mes con una concentración de casos, y después otro, y otro… todo ello entre meses en los que el número de mujeres asesinadas fue menor, hasta el punto de quedar invisibilizados como si no formaran parte de la misma violencia. Y así hemos avanzado hasta llegar al pasado diciembre con 13 asesinatos de mujeres, y su continuidad en este mes de enero con 8 homicidios de mujeres y el de una niña de 8 años.

La violencia de género y sus asesinatos no son un accidente, forman parte del paisaje de la cultura androcéntrica como lo han hecho a lo largo de la historia

Parece que nada de lo ocurrido con anterioridad ha servido, o que todo lo que ha pasado es insuficiente.

“El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. El problema de lo que la sabiduría popular refleja de manera tan gráfica no es el resultado, esa caída más o menos aparatosa, sino la causa, la permanencia de la piedra en mitad del recorrido por donde las circunstancias de la vida nos hacen transitar para alcanzar los lugares decididos. La forma de quitarle trascendencia a esa reincidencia en el tropiezo es presentarlo como un accidente, como algo imprevisto y no deseado que forma parte del paisaje. Pero ¿puede ser imprevisto tropezar con una piedra situada en mitad del camino por donde se pasa a diario? ¿Ustedes creen que si hubiéramos tropezado con 10 o más homicidios de hombres cometidos por mujeres la piedra seguiría en el recorrido de los días?

La violencia de género y sus asesinatos no son un accidente, forman parte del paisaje de la cultura androcéntrica como lo han hecho a lo largo de la historia, tanto que el propio Código Penal mantuvo hasta 1963 la figura del uxoricidio, por la que prácticamente dejaba impunes a los hombres que mataban a sus esposas en determinadas circunstancias; y tanto que la propia cultura que crea las referencias para que los hombres que lo decidan acudan a la violencia y con ella a los homicidios, también ha creado sus mitos, estereotipos y justificaciones para que a pesar de su frecuencia cada caso parezca aislado, y todos ellos un accidente. Si no fuera de ese modo sería difícil entender que, a pesar de los casi 60 homicidios de media que se producen cada año, sólo el 0,8% de la población sitúa la violencia de género entre los principales problemas (Barómetros del CIS 2022).

La pandemia por covid-19 también ha sido una buena oportunidad para aprender sobre la clase de sociedad que somos, y cómo cuando identificamos que los problemas trascienden lo individual y lo contextual para situarse en lo social tenemos que dirigir las medidas a todos los niveles, de lo contrario fracasaremos en el objetivo de erradicar el problema. Por eso es bueno hacer un paralelismo didáctico con la violencia de género.

La superación de la pandemia ha necesitado tres niveles de acción. El primero de ellos ha sido el tratamiento de las personas enfermas de forma proporcional a la gravedad del cuadro, de manera que ha habido casos medicalizados en los domicilios, otros que han requerido hospitalización y otros que han necesitado el ingreso en la UCI. El segundo nivel ha sido el control social de los casos, para detectarlos de la forma más precoz posible a través de los test, y para evitar el contagio por medio del uso de las mascarillas, el lavado de manos y la distancia de seguridad. Y el tercer nivel ha sido la prevención por medio de la vacunación para generar anticuerpos contra el virus SARS-Cov-2.

Los tres niveles han sido necesarios para detener la pandemia con las menores consecuencias, a pesar del grave impacto que han tenido sus diferentes olas. Pero lo que queda claro es que no habría sido posible superarla sólo con UCI y hospitales, ni sólo con mascarillas, ni sólo con vacunas.

La violencia de género es una violencia estructural cuyas causas están presentes en todo momento y lugar, con independencia de que su expresión en número de homicidios sea más alta o más baja. Esa “omnipresencia” de las causas arraigadas en los factores que la cultura androcéntrica sitúa entre la normalidad es la que hace posible que el mes con más homicidios haya sido el último, después de 18 años de desarrollo de medidas para evitarlo. Y si el mes con más “casos” es el último quiere decir que no estamos abordando adecuadamente las causas que lo hacen posible. ¿Hubiera tenido sentido que el mes con más muertes por covid-19 hubiera sido el último, después de haber dotado a las UCI con más respiradores, de haber ampliado las camas para hospitalización, de haber puesto los test de detección a disposición de la ciudadanía en las farmacias, y de haber vacunado al 80% de la población? Evidentemente, no.

La realidad nos demuestra que no estamos haciendo bien las cosas en violencia de género cuando comprobamos que, además del número de homicidios, se han incrementado los casos en los que el asesinato se ha cometido después de que la mujer hubiera denunciado la situación violenta que vivía, un porcentaje que en 2022 ha llegado a la dramática cifra del 42%. Y cuando observamos que tras el terrible aumento de los asesinatos las medidas propuestas se centran en la actuación sobre los casos más graves, es decir, sobre los protagonizados por maltratadores reincidentes o con una valoración de riesgo alta para utilizar las pulseras GPS, lo cual es muy importante, pero insuficiente. Estas medidas serían equiparables a las UCI en la pandemia, pero el problema sigue estando en la sociedad en forma de casos no detectados que están evolucionando hacia una mayor gravedad de la violencia, y “contagiando” a otros que los toman como referencia y a los hijos e hijas que viven en esos hogares donde entienden que la violencia es “normal”.

En violencia de género también tenemos que actuar a un segundo nivel dentro del contexto social, para detectar los casos y evitar su transmisión y evolución hacia situaciones graves que requieran la acción policial y judicial con sus penas y medidas. Y esa detección tenemos que hacerla en los servicios sanitarios, que es donde está el 100% de las mujeres maltratadas.

La solución definitiva en la pandemia se produjo cuando fuimos capaces de generar anticuerpos contra el virus causante del problema a través de las vacunas. Y la causa de la violencia de género no es un determinado número de hombres, sino la cultura del machismo que da a entender que la violencia contra las mujeres es una opción dentro de la masculinidad. De manera que hay que crear “anticuerpos” contra esas referencias, y la vacuna para hacerlo es la educación. Una educación que inocule el feminismo para que haga circular la igualdad por las venas y arterias de la convivencia.

Ya no hay accidentes ni tropiezos en violencia de género, hay responsabilidad por acción, pero también por omisión, por dejar la piedra del machismo en mitad del camino de la convivencia.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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