Les viene grande el cargo, Almudena

Recuerdo una entrevista a Noam Chomsky, en 2018, en El País. Decía entonces el gran intelectual que el neoliberalismo, de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, había asaltado el mundo 40 años atrás. El efecto que ello había tenido, en su opinión, era que la concentración aguda de riqueza en manos privadas se unía a una pérdida del poder de la población general. “La gente se percibe menos representada y lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores. El resultado es una mezcla de enfado, miedo y escapismo. Ya no se confía ni en los mismos hechos. Hay quien le llama populismo, pero en realidad es descrédito de las instituciones”.

Ese descrédito institucional no es gratuito. Existe una relación evidente entre la presencia en los centros de decisión políticos de partidos de ultraderecha y el desprecio al sentido institucional entendido como la falta de convicción de que la institución está por encima de las personas y no al contrario. Un desprecio también a que el interés general de la institución siempre debe estar por encima de cualquier veleidad. Si el político tiene presentes estos conceptos, su trabajo en el órgano público de que se trate se dedicará al bienestar de la comunidad. De lo contrario, mantendrá un mandato errático en el que prevalecerán los intereses particulares y puede ser caldo de cultivo de la corrupción.

Estos días pasados hemos asistido, con asombro, a un espectáculo mezquino y bochornoso protagonizado por los representantes de Vox, PP y Ciudadanos en el Ayuntamiento de Madrid. Ha sucedido con motivo del fallecimiento de la gran escritora y buena amiga Almudena Grandes. En la parte mas entrañable de la despedida, los ciudadanos acudiendo con sus libros al cementerio civil, la canción de Sabina o el adiós de su pareja Luis García Montero; en suma, una agridulce sensación de lágrimas de tristeza por la pérdida y orgullo ante el afecto desplegado.

Del otro lado, la perplejidad primero y la indignación después ante la ausencia de las autoridades de la capital y de la Comunidad, el alcalde José Luis Martínez Almeida y la presidente Isabel Díaz Ayuso, quienes no fueron capaces de acudir a presentar sus respetos a una personalidad de las letras que era también hija del foro. Pero, más aún, la iniciativa para que el consistorio la nombrara Hija Predilecta de Madrid topó con el rechazo de las tres fuerzas que en acuerdo más o menos discordante —al menos ante el gran público— rigen los destinos de la ciudad. El alcalde intentaba templar gaitas con el argumento de que Almudena Grandes tendrá una calle en Madrid y un homenaje público. Habrá que ver. Y aseguraba que para nombrar hijo predilecto se busca el consenso, la unanimidad y el acuerdo, tres conceptos que está garantizado que en este caso no se conseguirán. No en balde los libros de Almudena dan voz a los que fueron represaliados por el franquismo, asunto que la derecha y la extremísima derecha quieren volver a enterrar en cualquier fosa del olvido. Pero Martínez Almeida insistía en sus argumentos de pacotilla refiriendo que, en el mandato anterior, se nombró Hijo Adoptivo tanto al cantante Raphael como al director de cine Pedro Almodóvar. ¿Y qué tendrá que ver el asiento con las témporas?, me pregunto. Almeida se remite al Ayuntamiento regido por Manuela Carmena, persona con un sentido de lo que supone servir al pueblo madrileño que nunca podrá siquiera rozar el actual munícipe.

La concesión del título de Hijo Predilecto y de Hijo Adoptivo de Madrid habrá de ser acordada, previo expediente acreditativo de sus merecimientos, a propuesta de la Alcaldía-Presidencia, por el Ayuntamiento en Pleno con el voto favorable de la mayoría absoluta legal de miembros de la Corporación. En el caso de hijo adoptivo se requiere no haber nacido en Madrid. Diferente es el hijo predilecto, título que en base al Reglamento para la Concesión de Distinciones Honorífica del Ayuntamiento de Madrid, sólo podrá recaer en quienes hayan nacido en la Villa, y que, por sus destacadas cualidades personales o méritos señalados y que singularmente por sus servicios de beneficio, mejora u honor de Madrid, hayan alcanzado tan alto prestigio y consideración general tan indiscutible en el concepto público que la concesión de aquel título deba estimarse por el Ayuntamiento como el más adecuado y merecido reconocimiento de esos méritos y cualidades. Atención aquí a lo que define el Reglamento: “y como preciado honor, aún más que para quien la recibe, para la propia Corporación que la otorga y para el pueblo madrileño por ella representado”. Es decir, el Reglamento que proviene de 1961 define en dos líneas lo que es el sentido de la institución: un honor para la administración y para quienes representa.

Distinguir a aquellas personas, hijas de Madrid o que han resaltado el amor a Madrid en sus obras, es obligado. No hacerlo es miserable si detrás hay motivos ideológicos y revela la ignorancia, el desconocimiento y el desprecio de la función que cumplen

¿Entra este criterio en los planteamientos de los políticos populares? No lo parece. Yo diría que se han metido en un terreno que no son capaces de entender ni de asumir en toda su grandeza. Verán, estos altos puestos, para cualquier mandatario local o regional, son una honra y un orgullo y su obligación es la de representar a todos los madrileños, sin distinción de voto o ideología. Distinguir a aquellas personas, hijas de Madrid o que han resaltado el amor a Madrid en sus obras, es obligado. No hacerlo, no tener siquiera la deferencia de acudir a su velatorio, es miserable si detrás hay motivos ideológicos y revela en todo caso la ignorancia, el desconocimiento y el desprecio de la función que cumplen. Cuando uno recibe el bastón de mando, pasa de ser una persona particular a erigirse en representante de todos los ciudadanos sin excepción. El alcalde y la presidenta de la Comunidad negaron a sus administrados la posibilidad de que honraran en su nombre a Almudena Grandes. Cerriles y pacatos, embutidos en los rencores de las ideas más deleznables, tachan como enemigos a quienes no entran en sus estrechos patrones, demostrando su falta de sentido de la institución, su servilismo hacia quien les ha situado en el lugar en que están y a quienes les sostienen. No trabajan para Madrid, siguen, como llevan años haciendo, buscando solo su propio beneficio.

Lo que pasa, querida Almudena, es que les viene grande el cargo.

Baltasar Garzón es presidente de FIBGAR.

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