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Me sabe muy mal

Fueron solo seis palabras. "Me sabe muy mal por Dani" dijo Xavi Hernández, entrenador del FC Barcelona al ser preguntado por la detención y entrada en prisión de Dani Alves acusado de agresión sexual. Fueron solo seis palabras, pero en esas seis palabras había tanta solidaridad con el futbolista que ni un largo alegato en su defensa habría sido más efectivo. Un "me sabe muy mal" compasivo, un lamento por la situación del deportista. Un "¡qué pena que tenga que pasar por esto!" que llevaba implícita la ausencia de empatía que toda víctima de un delito merece. Ese "me sabe mal" ejemplificando a lo que nos referimos cuando hablamos de pacto entre hombres en relación a la cultura de la violación. Esa que, a lo largo de la historia, ha banalizado la violencia sexual que sufrimos las mujeres. Hernández ya ha pedido perdón. Tenía, ha reconocido, que haber puesto el foco en la víctima. En eso no se equivoca.

La sospecha de que las mujeres mentimos, de que maquinamos contra los hombres, de que somos capaces incluso de inventarnos una violación, siempre está ahí

Escuché a unos señores hablar del tema en un bar. Resultaba paradójico porque defendían con vehemencia la presunción de inocencia del deportista a la vez que cuestionaban a la víctima. La sospecha de que las mujeres mentimos, de que maquinamos contra los hombres, de que somos capaces incluso de inventarnos una violación, siempre está ahí. En su conversación, alegaban que ya no se puede hacer "nada" con las mujeres. Y que nosotras deberíamos saber que una vez que te subes a una montaña rusa, no te puedes bajar a mitad del viaje. Qué barbaridad, pensé. También sigue presente esa creencia de que existe un punto de no retorno en el sexo donde las mujeres ya no podemos decir que no queremos seguir. Es el feminismo el que nos ha explicado que sí es posible bajarse de esa montaña rusa en cualquier momento: cuando has quedado, cuando has bebido, cuando has ido a su casa, cuando ya estás desnuda, cuando ya estás realizando prácticas sexuales. Siempre puedes decir no. Qué barbaridad porque durante muchos años generaciones de mujeres han pensado lo contrario. Qué bárbaras las feministas que en los últimos años hemos conseguido romper con esa convicción. Será un juez o jueza quien determine si Alves es culpable o no de haber cometido una agresión sexual. De momento, que una mujer de 23 años se haya atrevido a denunciar a un deportista multimillonario por un delito de violencia sexual es ya un logro del feminismo. Durante mucho tiempo hemos tenido miedo. Ahora ya no. O no tanto.

Pero la transformación no se puede producir solo en las mujeres. El silencio de los hombres en estos casos no solo es vergonzoso, sino que nos enseña una fotografía bastante precisa de dónde estamos: en ese momento en el que nosotras hemos cambiado mucho y los hombres muy poco. Solo así se puede entender que se pueda mostrar comprensión con un presunto agresor mientras se ignora a la víctima. Solo así se puede entender que alguien pueda decir "me sabe muy mal por Dani" y que no sea un escándalo. Lo más escandaloso del escándalo es que te acostumbras a él, nos dijo Simone de Beauvoir. Es esa costumbre al silencio de muchos hombres ante la violencia sexual a la que no nos vamos a resignar. No nos vamos a callar porque lo que está en juego son nuestras vidas. No es una manera de hablar, es la realidad. No tengo dudas de que a las que les sabe muy mal ese silencio cómplice es a todas las mujeres valientes que alguna vez han alzado su voz y se han atrevido a denunciar.

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