Todo lo que no sea dimitir Pilar Velasco
Verdad y memoria. El relevo de los jóvenes
En su obra El túnel (1948), Ernesto Sábato decía que “la frase 'todo tiempo pasado fue mejor' no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido”. No obstante, si bien en tiempos donde la información como derecho fundamental resulta imprescindible, el olvido sigue siendo una forma de defensa mental de la especie humana. Es, como escribió Borges (en Los Conjurados), el “vago sótano de la memoria”. El olvido se queda en el subsuelo de la conciencia como mecanismo de defensa ante un evento traumático.
Frente al olvido, en 2020, el Relator Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición, Fabián Salvioli, plantea la necesidad del deber de memoria, y apostilla que un buen uso de la memoria tiene por objeto el establecimiento de “una verdad dialógica”, es decir, de crear las condiciones para que se desarrolle un debate en el seno de la sociedad sobre las causas, las responsabilidades directas e indirectas y las consecuencias de los crímenes y la violencia del pasado. Ello permitirá ir más allá de los “relatos totalmente distintos y no reconocidos sobre lo sucedido”, y así limitar “el espectro de mentiras permitidas”.
Calvo González, por su parte, en su artículo titulado La verdad de la verdad judicial, expone que “si los hechos hablaran por sí mismos, bastaría con “reproducirlos” en juicio; pero sucede que los hechos son “mudos” y esto obliga a que para “oírlos” procesalmente se los deba reconstruir como una narración.”
En términos judiciales solo existe una verdad, que es la plasmada en la sentencia, pero en términos fácticos pueden coexistir distintas verdades dependiendo de las vivencias de cada cual. Como expuso Borges respecto a la verdad llamada histórica: “la verdad histórica no es lo que sucedió, sino lo que juzgamos que sucedió”.
Muchas de las víctimas de violaciones a los derechos humanos saben perfectamente lo que les sucedió, de modo que en realidad lo que persiguen es que la verdad de aquello que padecieron sea considerada como algo cierto y deje de estar sumida en el silencio. Esta verdad individual, una vez reconocida institucionalmente, se integra a otras verdades individuales para dibujar un relato general de lo sucedido en materia de violaciones de derechos humanos.
Si la verdad reconocida institucionalmente es integradora y socialmente compartida, el ejercicio de memoria también lo será. Pero, al contrario, si existe un relato oficial que no es integrador y socialmente compartido, la verdad estará fragmentada, con lo que la práctica de la memoria también lo estará.
Derecho a conocer la verdad
El derecho a conocer la verdad acerca de las violaciones manifiestas de los derechos humanos y los delitos graves forma parte del derecho internacional de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario. Entraña tener un conocimiento pleno y completo de los actos que se produjeron, las personas que participaron en ellos y las circunstancias específicas para contribuir a acabar con la impunidad, y promover y proteger los derechos humanos. Todo lo demás entra en el puro negacionismo y contribuye a que la tranquilidad y confianza que deben regir en una democracia no se consoliden jamás.
De acuerdo con su alcance y contenido, el derecho a la verdad es, por tanto, un derecho que, al implicar el derecho a saber lo que pasó, comparte un núcleo común con otros derechos, como el derecho a la justicia (quiénes fueron los autores de las violaciones, cómo actuaron, cuándo actuaron, por qué actuaron) y el derecho a la reparación, en tanto que conocer la verdad es una medida de satisfacción a la que las víctimas tienen derecho. Pero es, a la vez, un derecho autónomo, en sí mismo complejo, que busca dar cuenta, en forma amplia y detallada, de lo que sucedió: identidad de los autores, estructuras criminales, conexiones políticas y sociales, contextos, prácticas y patrones, hechos, causas y circunstancias relacionadas con los mismos. Por eso es un derecho que está tan íntimamente vinculado con la construcción de la memoria colectiva.
El derecho a la verdad es también un derecho colectivo: revelar la verdad ayuda a sociedades enteras a promover la rendición de cuentas respecto de las violaciones. De esta manera, hace que se pueda restaurar el orden perturbado, particularmente en períodos de transición, tras dictaduras o conflictos armados caracterizados por violaciones graves de derechos humanos.
La llamada “polémica del revisionismo” de los años 80 hizo explícito que la verdad de las víctimas es una verdad extremadamente vulnerable: no solo se enfrenta a los silencios —producto del miedo por lo vivido y del miedo a no ser creído— o a la fragilidad de la memoria humana, o a la muerte de las víctimas sobrevivientes —testigos morales de los hechos— sino que puede ser negada, no solo por los perpetradores sino también por quienes tienen la posibilidad y el poder de revisar la historia.
En nuestro país esto ha sucedido, y a pesar de tener una ley de Memoria Histórica de 2007 y una ley de Memoria Democrática de 2022, para muchos sigue siendo así. Con ello, la revictimización sigue siendo permanente. No solo se niega la justicia, sino también la verdad y el derecho que asiste a las víctimas, tal como reconoce la norma legislativa. El incumplimiento por parte de las estructuras judiciales es doblemente grave y pervierte la normativa protectora de los Derechos Humanos a nivel local e internacional. En ningún caso las autoridades judiciales pueden renunciar a su obligación de investigar lo que sucedió, y, en este sentido, a su deber de garantizar el esclarecimiento de los hechos y el conocimiento de la verdad. Este es el deber que tienen los Estados en virtud de la obligación general de garantizar o asegurar los derechos de las personas bajo su jurisdicción (artículo 29 de la Ley de 2022, de Memoria Democrática)
Silencio impuesto
Cuando yo era un crío, en mi pueblo de Jaén, en Torres, ubicado en el centro del paisaje de olivos y cerezos con que sorprende sierra Mágina, mi tío Gabriel me hablaba de cosas que los mayores callaban. Me contaba de la guerra, de cómo unos quisieron acabar con la democracia y se impusieron sobre la mayoría.
Con las expertas palabras de los hombres de campo, que no pudieron estudiar pero disponían de toda la sabiduría popular, me explicaba que la democracia es el bien más valioso, pero también el más delicado, pues muchas veces pende de un hilo por la ambición y los intereses de unos y la indiferencia y la apatía de otros y que es lo que más vale la pena defender, ya que la libertad va ligada a ella de manera indisoluble.
De niño, los aprendizajes quedan tatuados en la conciencia y afloran a lo largo de la vida. Eso ocurre con el sentido del deber, el respeto a la verdad, el comprender al otro y ponerse en su lugar, la consideración hacia los demás y otros valores indispensables como no admitir injusticias y arropar al vulnerable.
¿Qué es lo que ha ido mal? La omisión, la falta de voces denunciando. Para las víctimas del franquismo aún no ha terminado la transición. No acabará hasta que en las escuelas y en los institutos, los niños y los jóvenes conozcan de verdad qué ocurrió
Esas enseñanzas me llevaron en mi etapa universitaria, como a tantos, muchos españoles, a plantar cara cuando hacía falta, reclamando que acabara la dictadura. Y aún después, cuando conseguimos establecer ya la democracia que auguraba el tío Gabriel, me mantuve en posición de no permitir un retroceso, combatir a quienes podían deteriorar nuestra convivencia ganada en las urnas, impulsar el progreso de nuestra sociedad y siempre, siempre, amparar a las víctimas.
Han pasado más de sesenta años de aquellas charlas clandestinas en la salita de estar. Durante todo este tiempo, el silencio sobre lo ocurrido durante la dictadura ha sido constante hasta no hace demasiados años. Creo que eso debería habernos llamado la atención porque estábamos progresando hacia el futuro sin terminar de resolver el pasado, y eso acaba embarrando el suelo que pisas. Es difícil avanzar así.
Que hace apenas 14 años, ya en el siglo XXI, quedáramos sorprendidos y admirados de la valentía de personas muy mayores que se atrevían a denunciar ante los jueces la desaparición forzada de su padre, de su marido o de su hermano, no es normal. Y que el Supremo tribunal sentenciara que ningún juzgado podría a partir de entonces, nunca jamás, dar cabida a esas denuncias, por siempre amén, no cabe en cabeza alguna. Eso sí que es una amnistía añadida a los victimarios que han vivido con comodidad y honores, mientras el olvido y la vergüenza siguen dominando la verdad y la memoria.
Han faltado voces
¿Qué es lo que ha ido mal? La omisión, la falta de voces denunciando. Para las víctimas del franquismo aún no ha terminado la transición. No acabará hasta que en las escuelas y en los institutos, los niños y los jóvenes conozcan de verdad qué ocurrió y de qué manera fueron escarnecidos y ejecutados los españoles que siguieron fieles al Gobierno legítimo y sus familias desposeídas de la razón y humilladas por años. No terminará mientras que la Ley de Memoria Democrática se cuestione y los jueces no asuman el deber de cumplirla.
Hay que dar las gracias a iniciativas como las de la Asociación Memoria y Dignidad, de Soria, que siguen al “tran tran”, intentando normalizar la búsqueda de desaparecidos y divulgando con excelentes documentales como el del ADN de la memoria, que van presentando por diferentes ciudades para combatir la falta de interés. Hay que agradecer también libros como el de Miguel Martínez del Arco, Memoria del frío, un trabajo inspirado en su madre y en la historia de las mujeres comunistas, como ella, en las cárceles españolas. Se lo recomiendo. O el excelente film Mujeres olvidadas, de Jacobo Echeverría, sobre mujeres que siendo brillantes en el ámbito político, social y cultural ocuparon sin permiso el espacio que les negaba el código civil, a principios del siglo XX. Lograron la igualdad con la República y vieron morir sus derechos tras el golpe de Franco. Personalmente, no puedo por menos que estar orgulloso de las iniciativas de la Fundación que inicié, FIBGAR, que trabaja por llevar a los jóvenes los temas de memoria. Esa es la clave, colaborar en que nuestra juventud conozca la historia de su país y sea sensible a este agujero negro por el que la derecha quiere arrojar el pasado que no es de su interés y que les señala.
El relevo de la memoria
El problema es que el franquismo nunca se ha ido y el fascismo que fue de la mano con la dictadura como solidaria compañía (vean en la hemeroteca cualquier ejemplar de periódico de los años 40), también asoma el hocico. Si el PP, hoy por hoy, tiene por única intención que “estos asuntos viejos” desaparezcan, es sumamente grave, a la vez que contrario a la legalidad.
Estuvo bien el presidente Sánchez en el Parlamento europeo, cuando a la acción concertada de la euroderecha con nuestra derecha local, personificada por el presidente popular Weber, el español le contestó: “La verdadera amenaza en España y en Europa es el avance de la ultraderecha y la irresponsabilidad de las derechas tradicionales que le están abriendo las puertas a los gobiernos de coalición y están haciendo suyas muchas de las ideas ultras". Le preguntó si se sentía cómodo “siendo cómplice de esta amenaza”. Y también: "¿Devolverían en su país las calles dedicadas al III Reich como hace Vox con los franquistas?"
A este propósito, la Resolución del Parlamento Europeo de 2019 ((2019/2819(RSP)) sobre la importancia de la memoria democrática europea para el futuro del continente europeo insta a los Estados europeos a prestar apoyo efectivo a los proyectos que fomenten entre los más jóvenes la resiliencia ante las amenazas modernas que se ciernen sobre la democracia.
Esta tarea se vuelve aún más necesaria en el presente en el que estamos viviendo acontecimientos sin precedentes, que anestesian aún más el entusiasmo por la paz y la democracia. Ante el auge de los populismos antieuropeístas, extremismos y el alejamiento –cuando no abierta oposición– de ciertos valores democráticos, de la intolerancia y el odio, resulta esencial revalidar el compromiso con la memoria democrática como condición para fomentar formas de ciudadanía abiertas, inclusivas y plurales, capaces de desactivar las derivas totalitarias. Es necesario, pues, provocar el relevo, de forma que corresponda a las generaciones jóvenes liderar el proceso de recuperación, preservación y promoción de la memoria democrática y de los valores democráticos europeos.
Para que esto suceda debemos dotar a la juventud de herramientas que les permitan mejorar su conocimiento sobre los acontecimientos pasados y faciliten su participación e implicación en la recuperación de una memoria democrática colectiva. Se trata de que puedan alcanzar una conciencia social sobre la realidad que habitan. Solamente impulsando un aprendizaje cooperativo, en el que se sientan parte activa, la juventud puede llegar a ser protagonista del proceso de construcción de su pasado y del de su propia identidad democrática europea.
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Baltasar Garzón es jurista y autor, entre otros libros, del ensayo 'Los disfraces del fascismo' (Planeta).
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