Más miedo que una oficina española

Cuando escucho las dinámicas de terror que hay en las oficinas españolas, no tener paga extra en Navidad me parece un precio justo por librarme de tal calvario. Creo que España es el mejor lugar para vivir, pero uno bastante pésimo para trabajar. No he conocido ningún otro sitio donde compañeros y jefes se traten tan mal, de frente y por detrás. Ni donde se intente apagar con tanta violencia el talento, la dedicación y hasta la ilusión por la vida.

En España ser diferente es muy difícil y eso lo aprendemos rápido en el colegio. El consejo de supervivencia que dan los padres es no llamar la atención. Una recomendación atroz y también inútil, porque en este país hace falta muy poco para que te señalen. A veces basta con existir. Casi siempre es, en el fondo, una buena señal: ladran, luego cabalgamos. Una cantidad enorme de creadores españoles han contado que sufrieron acoso escolar. Los matones son sagaces detectores del don ajeno.

Cuando alguien dice que le gusta mucho ir a una oficina en España me parece tan sospechoso como quien tiene buenos recuerdos del instituto

El otro día escuchaba pesadillas de oficina española y pensaba: es el colegio otra vez. Pocas ocasiones tiene una autónoma de alegrarse tanto de serlo, la verdad. Las historias son para pagar la cuota con alegría: Gente adulta que tiene que seguir justificándose si no hace lo que hacen todos, trabajadores que desean convertirse en uno de esos compañeros a los que todo les da igual para ser un poco más felices. El poder desmotivador de una oficina española es digno de estudio.

Hace poco, para un trabajo puntual, me reencontré con un espécimen de oficina española que no echaba nada de menos. El señor que no va a trabajar, sino a echar el rato y a molestar todo lo posible; que tapa su falta de interés y de esfuerzo con chascarrillos que solo tienen gracia en el interior de su cabeza. El señor que seguirá acumulando trienios cuando tú vayas por tu sexto trabajo. Ese señor que a veces llega incluso a jefe por eliminación: la oficina española va sobre todo de aguantar, y nadie aguanta tanto como el indolente. 

Cuando alguien dice que le gusta mucho ir a una oficina en España me parece tan sospechoso como quien tiene buenos recuerdos del instituto. Una amiga me cuenta que le hace feliz, por ejemplo, que una compañera aprecie su nueva chaqueta, y yo pienso que quizás el pecado original de la oficina española es que necesitamos pasar más tiempo fuera de ella. Un trabajo no puede ser el espacio de socialización principal de un adulto, como un colegio no debería ser el único de los niños: es muy importante saber que hay vida más allá.

Trabajar con gente que lleva odiándose 30 años es durísimo y eso pasa mucho en las oficinas de este país. El mercado laboral es tan precario que quien puede agarrar una silla y una nómina tiende a no soltarlas. Eso es sobre todo verdad en las generaciones que ahora tienen entre 40 y 65 años. De los millennials para abajo, pasan al menos tres cosas: apenas nos dejaron huecos, los huecos son peores, nos educaron para aspirar a algo mejor que un hueco donde quejarnos del discurrir de los días.

Cuando dicen que los jóvenes de ahora aguantamos poco, yo digo: ¡Menos mal! Hace dos años y pico que soy autónoma, reconozco el riesgo y las injusticias que conlleva, pero nunca había sido tan feliz trabajando. El tiempo y el dinero que no gasto en ir a postrarme ante un ordenador peor que el que tengo en casa. La salud mental de no estar expuesta continuamente al escrutinio ajeno. La paz que me deja no soportar ese clima laboral de susto o muerte de donde es comprensible que no salga nada bueno.

A veces me pregunto cómo los españoles podemos ser tan majos y tan bordes al mismo tiempo. Y quiero pensar que seríamos sobre todo lo primero si no viviéramos frustrados por entregar nuestra existencia a oficinas que solo nos parecen bien una vez al mes. No conozco ningún sitio donde haya tanta memorística de los festivos como aquí. Antes pensaba que era por amor al ocio, ahora veo que es por pavor a la oficina. Cuando me da miedo ser autónoma, pienso en lo que me han contado estos días sobre las Navidades en las empresas y se me pasa.

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