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La tierra de nadie del periodismo español: la desregulación deja el código deontológico en papel mojado

El papel lo aguanta todo

"Yo ya no soy político y puedo decir la verdad", declaraba a finales del pasado enero el exvicepresidente del gobierno Pablo Iglesias en un acto de su partido celebrado en Valladolid, con ocasión de las elecciones autonómicas en Castilla y León. La declaración tenía bastante de sorprendente, por más de una razón. En primer lugar porque, como resulta obvio, dejaba en muy incómoda posición a sus compañeras y compañeros de partido que permanecen en el Gobierno central y que, aplicando esta misma lógica, tenemos derecho a suponer que, cuando hacen declaraciones públicas, se ven impedidos de decir la verdad por causa de su situación objetiva.

En el caso de Iglesias, esa “verdad” tan pomposamente anunciada con aquellas palabras era su visión de la guerra de Ucrania en unos términos presuntamente geoestratégicos que rebajaban la carga política de la crítica a Putin diluyéndola en un conflicto de intereses de Estados y de empresas vinculadas a esos Estados, conflicto en el que, según él, no cabía hablar de buenos y malos. Como es natural, este planteamiento generó notable incomodidad en determinados sectores del gobierno. Así, preguntada la ministra de Defensa, Margarita Robles, por este particular, respondió, se diría que haciendo suya la premisa del exvicepresidente: “es un ciudadano más en este país en el que hay 47 millones de ciudadanos”.

Sin embargo, es todo menos evidente que Iglesias haya dejado de ser político (como él manifiesta) y haya pasado a ser un ciudadano más (como supone Margarita Robles). Por lo pronto, las palabras inicialmente citadas las pronunció en un acto electoral de su partido, en el que participaba como figura principal. Acogerse al argumento de que ya no es formalmente secretario general para fingir que participaba como un militante más tiene algo, por no decir mucho, de farisaico. En especial porque es una percepción casi unánimemente aceptada, no solo por analistas sino por la práctica totalidad de líderes de otros partidos, que a lo que se dedica Iglesias en su incansable exposición mediática es, además de ejercer de tertuliano-opinalotodo, a marcar la línea política que debe seguir la formación que lideró durante años. ¿O es que alguien cree que la línea política de UP la marca Ione Belarra?

A estas alturas nadie duda de que de lo que en realidad ejerce Pablo Iglesias desde las diversas tribunas públicas en las que tanto gusta de dejarse ver es de portavoz oficioso del partido que fundó

De hecho, a estas alturas nadie duda de que de lo que en realidad ejerce Pablo Iglesias desde las diversas tribunas públicas en las que tanto gusta de dejarse ver es de portavoz oficioso del partido que fundó. O, si se prefiere y puestos a precisar, de portavoz de las decisiones que él mismo va adoptando respecto a aquel. Al respecto, el modo en que los propios medios se hacen eco de sus manifestaciones resulta revelador, en el sentido de certificar dicha percepción. Porque, sin la más mínima excepción, todas ellas son interpretadas sistemáticamente en todas partes como muestra de la posición de Podemos en el asunto del que se trate, sin que a nadie se le ocurra conceder la menor importancia ni credibilidad a la apostilla “yo ya no soy político”.

Y sin que quepa argumentar, por cierto, que las palabras que venimos comentando constituyeron un episodio aislado del que resultaría improcedente extraer conclusiones generales. Por el contrario, desde que las pronunciara por vez primera, los comportamientos que las desmienten no han hecho más que multiplicarse. Baste un solo botón como muestra. Pocos meses después del episodio en cuestión, y ya con las elecciones autonómicas andaluzas en el horizonte, reiteraba Iglesias en una entrevista radiofónica la misma idea: ahora puedo decir "la verdad" y no hago política. Solo que, preguntado a continuación por las negociaciones de la izquierda a la izquierda del PSOE para una coalición conjunta en Andalucía, respondía, con la fingida humildad frailuna que ya se ha convertido en su imagen de marca: "yo no debo meterme, no soy nada en el partido, pero creo que Juan Antonio Delgado, nuestro parlamentario, es guardia civil y que su perfil es muy adecuado". Tales declaraciones, como se recordará, hicieron casi descarrilar la negociación precisamente por lo que señalábamos hace un instante: porque todo el mundo entendió que constituían una instrucción de Iglesias a los suyos acerca de a quién apoyar.

Sin embargo, tal vez mucho más importante que la primera parte de su afirmación, sea la segunda. Porque, ¿es el caso que, liberado de las responsabilidades políticas, ahora se consagre nuestro hombre a decir la verdad? Regresemos, para clarificar en lo posible este asunto, al acto de Valladolid, en el que, por cierto, dejó de afirmar buena parte de lo que posteriormente afirmaría. ¿O es que les explicó, por ejemplo, a los asistentes a dicho acto las tensiones internas que estaba atravesando su partido por aquel entonces? ¿Aludió a las dificultades que estaban surgiendo para articular, con otras fuerzas territoriales, una alternativa a nivel nacional? ¿Les habló de las escasas expectativas electorales de la formación en aquella comunidad? ¿O, por el contrario, dijo lo que cualquier participante en ese tipo de actos —tenga o no cargo de gestión o de responsabilidad orgánica— acostumbra a decir a militantes y simpatizantes, esto es, se comportó como cualquier político al uso, omitiendo todo lo que pudiera resultar poco favorable a sus intereses en ese momento?

Tengo para mí que Pablo Iglesias anda algo confundido en relación con el motivo por el que sus manifestaciones despiertan interés en los medios de comunicación, y que esta confusión se encuentra en el origen de muchas de sus actitudes y declaraciones. Da la sensación de que valora las opiniones que emite como si fueran de notable valor teórico-político en sí mismas y como si contribuyeran a agitar el debate de ideas en este país. Probablemente contribuya a tan distorsionada valoración esa corte de activos palmeros mediáticos, incansables en la adulación. Pero la misma carece de todo fundamento: no recuerdo una sola ocasión en la que las declaraciones públicas de Iglesias hayan ido, en el plano del pensamiento, más allá de los más rancios lugares comunes de una determinada izquierda (la del linaje de la IIIª Internacional), con unos ligeros toques de color de keynesianismo socialdemócrata.

En realidad, como decíamos, lo que despierta el interés mediático es lo que sus opiniones tienen de anuncio de la posición de su fuerza política en algún aspecto de actualidad, y solo desde esa perspectiva, por completo coyuntural, son recogidas por tales medios. De no dar por descontado este carácter de anuncio con una posible repercusión práctica, sus declaraciones por sí mismas, esto es, por el contenido de sus ideas, difícilmente alcanzarían a llamar la atención de nadie. La prueba más contundente de ello la constituye el hecho, fácil de constatar, de que los puntos de vista que defiende, incluso sobre cuestiones de carácter teórico más abstracto, prácticamente nunca son recogidos ni citados en foros de auténtico debate ideológico o por autores de una mínima solvencia intelectual.

Quede claro que esta forma de proceder por parte de Iglesias no tendría nada de reprochable si no fuera por la forma en la que se empeña en tipificarla. Calificar como “decir la verdad” las prácticas de portavoz oficioso de su formación a las que efectivamente se dedica no parece, desde luego, demasiado preciso. Porque si antes, cuando estaba en el Gobierno, no terminaba, según propio testimonio, de declarar la verdad, no parece que ahora, según hemos visto, se haya decidido a hacerlo. Digamos más bien, por formularlo suavemente, que ha pasado de una forma de no mostrar la verdad a otra, algo distinta pero no por ello menos mendaz, de ocultarla. Tras tanta tinta vertida a costa de Donald Trump ahora va a resultar que también la posverdad se dice de muchas maneras y que a una cierta izquierda no le repugna lo más mínimo una de ellas. 

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