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El pensadero

Hay una figura de Harry Potter que sí es mágica, poderosa. Se llama el pensadero y sirve para observar los recuerdos propios como un espectador. Desde fuera. En él, el mago maestro, Albus Dumbledore, deposita los pensamientos que extrae de su cabeza con la varita cuando le aturden, le pesan mucho, no puede ver. Deja los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, como los cronopios de Cortázar. Pensaba estos días de rentrée –una palabra ciertamente superior a “vuelta a las clases” o “fin de las vacaciones”– que el viaje del verano, cualquier salida de la rutina, es el pensadero del que disponemos en el terrenal mundo de los muggles.

Hay por supuesto un anglicismo para la precariedad que no permite ya ni ese mínimo desplazamiento anual: staycation. Quedarse a pasar las vacaciones en la misma casa de todos los lunes. Dormir fuera de esa casa es carísimo ahora en España. Dormir en esa casa también. Escuché en la radio que hay gente yéndose a Albania –cada verano hay una nueva Albania porque la anterior ya es impagable– para poder tener unas vacaciones algo asequibles. El capitalismo es una espiral fatídica. Millones de personas subiendo a aviones dizque baratos –bien caros nos están saliendo a todos– para espachurrar la cara sobre la arena de una playa igual que harían en cualquiera de los 8.000 kilómetros de costa de su país peninsular.

A mí el staycation no me sirve de pensadero. Tampoco necesito 22 días hábiles de vacaciones seguidos. Yo encuentro mi pensadero en el desplazamiento. Yo necesito un pensadero a menudo. Tengo una españolísima tendencia al dramatismo, pero pocos fantasmas han sobrevivido al cambio de escenario. Antes de irme la semana pasada a un festival indie en Málaga, estaba literalmente ahogada en un reportaje que acabo de despachar ahora sin mayor dificultad. Encerrarme en ese reportaje me robó perspectiva sobre todo lo demás. Necesité atravesar España, soltarlo todo, para ver las cosas a su tamaño real. De lejos nada intimida tanto. Y yo soy miope funcional.

En España se usa a menudo “escaparse”. Salir de la rutina es “escapar”. No habla esto muy bien de nuestra satisfacción con el día a día, pienso siempre. El día a día importa muchísimo

El primer desplazamiento que conocí fue entre las casas de mi familia. Las casas de los tres pueblos de mis abuelos, el piso de Zamora, la Nacional 630 en la que si estás el tiempo suficiente encuentras a algún pariente mío arriba y abajo. Parece un desplazamiento humilde, cuando era adolescente lo veía como un incordio: todos los viernes y todos los domingos y todas las fiestas de guardar con las bolsas. Las cosas que necesitabas siempre en la casa en la que no estabas. Tuve que vivir al otro lado de un océano, he debido tener 35 años en 2023 para entender que poder cambiar de cama, elegir qué libros te llevas, sacudir la cabeza porque te han vuelto a sobrar tres, es un privilegio. Todos tenemos privilegios sobre otras personas, pero solemos mirar sólo para arriba, para los que más, mal asunto.

En España se usa a menudo “escaparse”. Salir de la rutina es “escapar”. No habla esto muy bien de nuestra satisfacción con el día a día, pienso siempre. El día a día importa muchísimo. Yo mido mi calidad de vida por cómo son mis lunes. Salir de la propia vida es una ilusión. Y nosotros no tenemos varita mágica. A lo sumo, podemos aspirar a contemplarla un ratito desde fuera. A dimensionarla. A coger fuerzas y, ojalá, muchas ganas. Feliz curso.

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