Pobres criaturas que follan

El tiempo que llevamos nadando en el tsunami de testimonios de violencias sexuales no está siendo en vano. Sin duda cada testimonio que ayuda a seguir desvelando nuevos casos de violencia sexual inspira también a otras mujeres a contar lo que han sufrido. Pero esta oleada tiene otras réplicas inesperadas. Al romper el silencio sobre la violencia sexual, muchas mujeres se han encontrado de bruces con el otro gran tabú: el sexo. Un artículo de hace unos meses sobre el tabú que supone el sexo anal para las mujeres destapaba la fragilidad del asunto. ¿Por qué no hablamos de sexo? Si lo contrario a violencia sexual es libertad sexual, ¿cómo se da esta libertad sexual para nosotras, las mujeres? ¿Cómo es un sexo feminista? 

Habrá a quien le parezca que esta pregunta es un incordio. Sin embargo, la insistencia con la que la machosesfera nos grita puritanas debería darnos pistas sobre su efectividad para acabar con la hegemonía del sexo basado en la cultura del sometimiento y la dominación masculina, donde se cultiva ese ambiente espeso irrespirable de violencia sexual. Para que el Solo sí es sí sea una realidad más allá del Código Penal, hace falta aún mucho alimento a aquello a lo que queremos decir que . No queremos violencia, no queremos sexo no consentido, pero ¿cómo es el sexo que queremos las mujeres? ¿Es posible pensarlo lejos de lo que nos ha hecho creer que es lo que queremos? ¿Puede ser igual de satisfactorio para los hombres?

Son muchos los lugares desde los que se está dando esta conversación que parece no tener marcha atrás. Difícil de olvidar el debate en el ámbito político y judicial ante la posibilidad de incluir el consentimiento como línea divisoria entre lo que se considera un delito contra la libertad sexual y lo que no, así como sus derivadas en el ámbito del debate teórico feminista que han dibujado un arco de posiciones de lo más variado, desde quien considera que el consentimiento no sirve como condición de posibilidad de un sexo deseado a quienes consideran que la conversación sobre el sexo feminista no es la que más capacidad transformadora ofrece mientras nos están matando. Lo cierto es que aunque la producción es extensa, no parece haber gran avance en el debate ni acercamiento entre las diferentes posturas. 

La insistencia con la que la 'machoesfera' nos grita puritanas debería darnos pistas sobre su efectividad para acabar con la hegemonía del sexo basado en la cultura del sometimiento y la dominación masculina

Puede que sea el agotamiento intelectual que han producido esas guerras de posiciones en estos ámbitos, mediatizadas interesadamente de forma desigual, lo que ha permitido correr un carril mucho más libre a quienes han querido hablar de ello desde el cine, la música o la literatura. De los amores de Sara Torres a Sara Mesa, pasando por el Nobel a Annie Ernaux o el incuestionable éxito de los libros de Elísabet Benavent; el Hentai de Rosalía, el Chulo de Bad Gyal, los novios de Lola Índigo y la Zowie, el piketón de Ptazeta y, por supuesto, la exquisita producción cinematográfica que está también abordando el tema, desde Creatura de Elena Martín a Pobres Criaturas de Lanthimos o Priscilla de Coppola. Es un hecho, la ola del #MeToo ha empujado también una escena de liberación sexual apasionante en la que cuerpos, goces, brechas orgásmicas, deseos, filias, traumas y fobias se utilizan para componer un nuevo plano, un punto de vista inédito: las mujeres ya no solo lloran, sino que también follan. Y queremos hablar de ello. 

¿Pero lo hacemos todas igual? ¿Existe una única forma válida de representar esa sexualidad feminista? ¿Es posible escapar de una construcción del deseo inevitablemente atravesada por las formas patriarcales en las que hemos crecido? (Me enternece sobremanera saber que a día de hoy aún haya cierto debate sobre cuántos tipos de orgasmos podemos tener las mujeres cis) ¿Qué sucede cuando nos encontramos con esa sexualidad que no ha sido construida en torno a una mirada masculina? Sin ánimo de hacer spoiler de ninguna de ellas, algunas de las protagonistas de las películas mencionadas dan claves para seguir pensando. Hemos pensado mucho cómo nos ha afectado la violencia cuando somos niñas y adolescentes, pero no tanto en nuestra sexualidad a medida que crecemos, pregunta que, con acierto y belleza, se hace Mila en Creatura. ¿Cuándo empezamos a desear las mujeres? Del mismo modo que Bella en Pobres Criaturas y Priscilla en la cinta homónima, ¿es normal que una adolescente de 14 años tenga deseo sexual? ¿Es normal que se masturbe?  ¿A partir de qué edad es aceptable que una mujer pueda tener deseo sexual? Una vez es adulta, ¿cuánto deseo es aceptable desde una mirada masculina? ¿Y bajo la mirada del feminismo? Hemos hablado mucho de la promiscuidad, de la zorra y la puta, pero no tanto de qué dice una mirada feminista de las mujeres que desean tener relaciones sexuales. ¿Por qué molesta a una parte del feminismo que el personaje que magistralmente interpreta (y por cierto, produce) Emma Stone disfrute ávidamente de su sexualidad en un mundo patriarcal? ¿Cuál sería la alternativa que el feminismo ofrece? ¿No disfrutar? ¿Por qué nos sigue resultando incómodo y casi imposible de comprender que la viuda de Elvis en Priscilla quisiera, a pesar de todo, follar con él? ¿Son Mila, Bella y Priscilla, como todas nosotras, tan presas de una mirada masculina que no tenemos forma de disfrutar de nuestra agencia sexual mientras ésta siga mediada por el patriarcado?

La utópica escena final de Lánthimos, en la que convierte al machista en cabra y a la guapísima lesbiana en nuestra pareja sexual, salvándola así de todo mal, no es más que eso, una utopía. Para todo lo anterior, tendremos que seguir preguntándonos por lo incómodo también nosotras. ¿Cómo es el sexo feminista en el patriarcado en el que vivimos? 

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Ángela Rodríguez es secretaria de feminismos de Podemos y exsecretaria de Estado de Igualdad.

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