Reivindicación de la duda

Reivindico que a veces no tengo las cosas claras. Con esta afirmación respondía la directora de cine Carla Simón en un encuentro con el público y los medios en el Festival de Cine de Málaga. Una frase corta, solo 9 palabras, pero con un mensaje tan potente que se me ha quedado dando vueltas por la cabeza. Simón, que ya ha reivindicado esta idea en otras entrevistas, reflexionaba sobre su manera de hacer películas y sobre cómo la duda forma parte de este proceso. Lejos de avergonzarse por no saber lo que quiere exactamente en cada momento, la realizadora elogia el valor de dudar, es decir, el valor de pararse a pensar y reflexionar. O lo que es lo mismo: reivindica la duda como un paso para encontrar la decisión correcta.  

Su demanda me parece tan necesaria como importante. Me reconozco en ella porque muchas veces me he preguntado: ¿cuándo voy a dejar de dudar? ¿En qué momento voy a saber con precisión lo que quiero? He llegado a la conclusión de que, probablemente, nunca. Pero si algo me han enseñado los años, y escuchar a mujeres como ella, es que se puede liderar sin tener certezas de todo y sin tener que ocultarlo. Reivindicar la duda como parte del camino y no como piedra u obstáculo en él. Reconocerla como acierto y no como error. El viaje hasta aquí, ya se imaginarán, tampoco ha sido sencillo. A lo largo de mi vida he simulado seguridad en numerosas ocasiones para no tener que reconocer que desconozco la dirección que debo tomar. Para evitar titubear ante el resto porque eso significa mostrarme vulnerable. Siendo mujer lo he tenido más complicado. Y no, no digo que los hombres no duden. Pero quizá esa masculinidad hegemónica que les enseña que no deben mostrar determinados sentimientos o emociones –o al menos, no en público– también les muestra que la duda no es un terreno que deban pisar. Y, aun así, cuando lo pisan, porque evidentemente lo pisan, se percibe de un modo diferente. Piensen en un hombre, con un equipo a su cargo que, ante una disyuntiva, no sabe qué resolución tomar. Si reúne a su gente y le traslada sus inseguridades, seguramente se perciba como un jefe que pide opinión a los suyos, que los involucra en el bussiness. Como un líder. Sin embargo, una mujer con ese mismo comportamiento será vista, casi con toda probabilidad, como una persona débil e indecisa. Ese miedo a meter la pata no es casual y tiene que ver mucho con la impostora que llevamos dentro. Las mujeres toleramos menos nuestros fallos porque tendemos a pensar que ocupamos un lugar que no merecemos. Por eso, nos esforzamos tanto en mostrarnos fuertes y seguras. A pesar de la creencia de que hablamos más que los varones, lo cierto es que, según algunos estudios, ellos monopolizan hasta el 70% de los discursos, incluso cuando los espacios son paritarios. Así que tampoco es de extrañar que las mujeres y personas con otras diversidades vivamos con miedo a mostrar nuestra incertidumbre. Tenemos grabado a fuego que un paso en falso puede costarnos una oportunidad.

Las mujeres toleramos menos nuestros fallos porque tendemos a pensar que ocupamos un lugar que no merecemos. Por eso, nos esforzamos tanto en mostrarnos fuertes y seguras.

Dice el historiador y periodista Marc Giró que las mujeres, los pobres y los maricones –en definitiva, los desgraciaditos del mundo– tendemos a hablar rápido, como una metralleta, porque si no, no colamos nuestros mensajes en el espacio que nos corresponde. No conseguimos que se nos escuche. La ecuación es simple: cuanto más poder, más tiempo de discurso. No creo que haya dudas de que ahí, los hombres blancos, ricos y heterosexuales gozan, con diferencia, del privilegio de la palabra.

Carla Simón es un buen espejo en el que miles de niñas y adolescentes pueden mirarse. El reflejo que les devolverá es que pueden llegar a ser directoras de cine. Pero no solo eso. También que pueden reivindicar su derecho a dudar y a equivocarse. No tenemos que saberlo todo. Y tampoco tenemos que aparentar que lo sabemos

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Marta Jaenes es periodista especializada en igualdad y políticas sociales.

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