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La sinrazón

Vivimos en tiempos de sinrazón, de cosas ilógicas o irracionales. La sinrazón se ha introducido en nuestras vidas haciéndose fuerte, cotidiana, liando cada vez más la madeja de la política y la vida en sociedad hasta el punto de que deshacer el embrollo es difícil y, en ocasiones, acabamos aceptando que las cosas son así.

Pero ¿son de verdad así?, ¿no pueden ser de otra manera?, ¿no hay nada que podamos hacer? Ucrania es hoy el espejo en el que mejor se reflejan las actitudes engañosas de la realidad. Tan pronto se abre una puerta a la negociación y al diálogo, es decir a la finalización pacífica del conflicto, como se descubren fosas comunes y sótanos de tortura por parte de soldados y, es de suponer, de altos mandos de la misma nacionalidad. Mientras tanto, se producen aluviones de informaciones, cascadas de declaraciones de condena, estupor y vergüenza de todos, ante esos crímenes, o bien otras de la parte prorrusa, que acusan de montaje propagandístico al gobierno ucranio y sus aliados. En esta coyuntura, la fiscalía de la Corte Penal Internacional (CPI) afirma su competencia a pesar de que el presidente Zelenski y el parlamento ucranio no ha emitido todavía, desde el 24 de febrero, una norma o declaración de aceptación de la jurisdicción para los crímenes cometidos por unos y otros que estén incluidos en el Estatuto de Roma (genocidio, crímenes de lesa humanidad o de guerra.)

Pero lo cierto es que las víctimas continúan cayendo asesinadas por bombas y balas que no tienen nacionalidad y que lo mismo han sido fabricadas en Rusia que en China, EEUU, Gran Bretaña, Francia o España. ¡Qué más da! Para las víctimas el resultado es el mismo: muerte, exilio y desesperación. Las fauces de la aniquilación están abiertas y van engullendo y alimentando al monstruo que cada vez crece más sin que nadie, parece ser, tenga intención de detenerlo. 

Cuesta trabajo entender que toda la estructura de la ONU se haya visto comprometida y que su Carta fundacional no previera una situación como esta en la que uno de los cinco países con derecho a veto (EEUU, Rusia, Francia, Gran Bretaña y China) se encuentra envuelto. Se comprueba la inutilidad actual de una norma que quedó obsoleta y que consagra la dominación de los cinco grandes sobre todos los demás países. Quizás ha llegado el momento de que esto cambie. Resulta paradójico que se pongan de acuerdo para el suministro de armas y material militar o para las sanciones económicas más graves de la historia, y ni siquiera intenten convocar una Asamblea General para promover la reforma de la Carta de San Francisco de 26 de junio de 1945. Está claro, de nuevo, que los intereses geoestratégicos se imponen sobre cualquier otra circunstancia. Ninguno de los cinco quiere perder su derecho de veto, cuando este carece de sentido en la actualidad y siempre es tomado como excusa por alguno de los interesados cuando les conviene y para evitar, precisamente, lo que ahora está aconteciendo.

Si no hacemos ni queremos la guerra, lo que deberíamos poner en marcha son iniciativas de construcción de paz. Pertenezco al mundo de la justicia, y ésta, una vez más, se encuentra en estos momentos ausente del conflicto

La realidad

La guerra se ha vuelto cada vez más perversa. ¿O es que alguien creía que su evolución con el reforzamiento armamentístico de las fuerzas ucranias iba a ir a mejor? No, radicalmente no. Hoy nos escandalizamos y horrorizamos por los crímenes cometidos en Bucha, mañana lo haremos por los que acontezcan en otra ciudad; luego es posible que algunos grupos de mercenarios hagan lo propio con los contrarios. Y mientras esto ocurre, además de imponer sanciones y suministrar armamento, recibir a exiliados y proporcionar ayuda humanitaria, ¿por qué los líderes mundiales que se reúnen una y otra vez no van a la causa del problema y resuelven de una vez este conflicto? ¿Se puede? Sí, claro que sí. Pero pienso que los interlocutores no son Ucrania y Rusia. Ésta ha invadido a aquélla ante el supuesto riesgo de ingreso en la OTAN y que la organización llegara a sus fronteras. Si esto es así, la interlocución debería ser entre el alto mando de la OTAN, EEUU, su principal financiador y Rusia. ¿Por qué no se produce ese encuentro, si verdaderamente son estos los protagonistas principales? Ucrania pone el territorio y las víctimas, pero la guerra se decide fuera de sus fronteras. ¿O es que acaso no existe interés en que finalice la masacre? 

Son infinitas las declaraciones y las normas represivas que se están produciendo. Muchas de ellas exceden de lo que las garantías de los derechos individuales exigen en un Estado de derecho. Las garantías judiciales deberían reclamarse ahora más que nunca. En este sentido, antes de proceder arbitrariamente contra todo lo que huele a ruso, quizás habría que tomar las decisiones que prevengan el desconocimiento de los mismos derechos que decimos defender. Por supuesto que es preciso indagar la relación que tienen los bienes de los diferentes actores con la financiación de la guerra motivada por la invasión de Ucrania, pero no se tendría que obviar la participación que han tenido también otros oligarcas diferentes a los oligarcas rusos. Quizás no baste con blanquear los activos, desprenderse de ellos o separarse de quienes antes eran socios. El principio de igualdad ante la ley no debería desconocerse como hacen quienes están destruyendo un país y a sus habitantes.

Armas de paz

Si no hacemos ni queremos la guerra, lo que deberíamos poner en marcha son iniciativas de construcción de paz. Pertenezco al mundo de la justicia, y ésta, una vez más, se encuentra en estos momentos ausente del conflicto; ya sea porque no se puede administrar en el escenario de guerra, ya sea porque no se alcanza a los presuntos responsables al quedar fuera de la órbita de la CPI. Pero, precisamente para estos casos, en España contábamos con un arma legal que existe en otros países, que aquí se laminó en 2014 y cuya recuperación nunca se ha vuelto a plantear, más allá de una mera promesa electoral en el programa del PSOE o en los trabajos y propuesta de la entonces ministra de Justicia, Dolores Delgado. Me refiero a la Jurisdicción Universal. El principio que rige esta jurisdicción es el adecuado para dar respuesta desde la justicia a una situación como la que estamos viviendo. Si en nuestro país y en otros tantos que no lo poseen se reconociera este principio, tendríamos un arma legal insuperable, más potente que todas las sanciones económicas y financieras y con muchas más garantías para hacer frente a la locura en la que Putin nos ha metido. Esta sí es una posibilidad y debería ser una obligación. La pregunta, nuevamente, es ¿por qué no se hace? Quizás aparezcan de nuevo los intereses económicos, diplomáticos y políticos que lo impiden. Y, si esto es así, habría que calibrar hasta dónde llega la credibilidad de las iniciativas que se están implementando para frenar el conflicto.

No estoy de acuerdo con la guerra. Cito aquí la tan repetida frase de Erich Hartmann, piloto alemán durante la Segunda Guerra Mundial: “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”. Mas allá del ‘no a la guerra’, tenemos obligación de hacer propuestas de paz, o aportar ideas para alcanzarla. Podemos seguir firmando todos los manifiestos, memorandos y declaraciones que, sucesivamente, se nos vayan ofreciendo. Quizás eso tranquilice nuestras conciencias, pero vale para muy poco. Si de verdad queremos aportar ideas para la paz, exijamos que se comprometan nuestros representantes legales con estas iniciativas, o cualesquiera otras similares que podamos definir. Esa sería nuestra verdadera contribución para que la guerra se detuviera o, al menos, para prevenir otras que puedan asolarnos en el futuro. Esa sería la verdadera razón para que la justicia ocupe el lugar que le corresponde, protegiendo a las víctimas con las armas del derecho y frente a la sinrazón de la barbarie y la impunidad. 

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