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Traspasar la línea roja

La foto es simbólica en forma y fondo. En ella, aparecen seis hombres sentados alrededor de una mesa con papeles. Son Carlos Mazón, del Partido Popular, Carlos Flores, de Vox, y sus respectivos equipos. Entre ellos no hay ninguna mujer. Algo que parece anticipar que sus decisiones tampoco las tendrán en cuenta. Lo que la imagen no muestra –aunque es lo más relevante de todo– es que Flores fue condenado por violencia machista en 2002. La sentencia recoge cómo acosó, amenazó y agredió verbalmente a su exmujer y madre de sus tres hijos. “Loca, ladrona, secuestradora de niños, dueña del calabozo, puta, mantenida”. La retahíla de insultos es larga y describe a la perfección el rol que los agresores machistas adjudican a quienes ellos consideran malas mujeres o malas madres. 

Volvamos a la fotografía. Recoge el momento en el que las dos formaciones acuerdan gobernar juntas en la Comunidad Valenciana. A pesar de que Génova le había vetado solo 24 horas antes, el candidato de ultraderecha aparece sonriente. “Negociar con un maltratador es una línea roja. No debería dedicarse a la política”, dijo Borja Sémper ante los medios de comunicación en un intento por resultar convincente. Este martes, en una reunión de menos de tres horas, ambos partidos conseguían alcanzar un pacto de gobernabilidad en el que la extrema derecha sale muy bien parada: tendrá la presidencia de Les Corts y consellerías decisivas. Flores no formará parte del ejecutivo regional pero a cambio será cabeza de lista por València en las generales del 23J. Una maniobra política que proporciona a los populares un relato idóneo que, no hay ninguna duda, repetirán insistentemente durante las próximas semanas: no han traspasado el límite ético que se marcaron. Como si haber sentado en la mesa de negociación a un condenado por violencia de género no fuese lo suficientemente grave. No sé si pretendían escenificar un premio o un castigo. Lo primero, lo han conseguido. A Flores se le han cerrado las puertas de la Generalitat, pero se le han abierto las del Congreso. Él ya lo ha dejado claro: no da un paso al lado, lo da hacia delante. Como para no sonreír en la fotografía.   

El resultado electoral del 28M lo demuestra: la amenaza de retroceso en derechos sociales no es un freno para el votante de derechas, como tampoco es un aliciente para que el de izquierdas vote

Lo que es innegable es que el discurso negacionista de la ultraderecha ha logrado normalizarse tanto y en tan poco tiempo, que hay quien está dando por buenos argumentos que, a todas luces, resultan insuficientes. Qué menos que aspirar a que alguien que ha vulnerado los derechos humanos y ahora pertenece a una formación política que banaliza y rechaza la violencia machista no forme parte de la vida institucional. Como también es evidente que si la izquierda quiere hacer frente a la extrema derecha no puede jugar todas sus cartas al discurso del miedo. El resultado electoral del 28M lo demuestra: la amenaza de retroceso en derechos sociales no es un freno para el votante de derechas, como tampoco es un aliciente para que el de izquierdas vote. Hace dos semanas, los populares tiñeron el mapa de azul tras una campaña en la que se empeñaron en resucitar el fantasma de la banda terrorista ETA, que dejó de existir hace más de una década. El último asesinato machista se produjo hace dos días: una mujer de 39 años a la que su expareja mató en Barcelona. No pueden ser solo promesas en el aire: sentarse a pactar o gobernar con quien banaliza el terrorismo machista es esa línea roja que nunca debería traspasarse. 

El de este martes es uno de los primeros gobiernos de coalición PP-Vox que se forma tras esos comicios pero, ni de lejos, será el único. Esta misma semana, ambas formaciones se sentarán a negociar en Murcia, Extremadura, Aragón, Baleares y en otros 135 ayuntamientos de toda España. El de Elche ha sido uno de ellos. Allí, en una ermita, se ha firmado el acuerdo contraviniendo la propuesta de Feijóo de dejar gobernar al partido más votado, que en este caso fue el PSOE. Se vienen días de pactos, peajes políticos y fotografías. Es el plan de Feijóo, ha admitido Mazón, para llegar a la Moncloa. Habrá más imágenes como la de la Comunidad Valenciana. Y habrá quien, a pesar de todo, salga sonriendo en ellas.

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