La violencia, los hombres, sus ideas y valores

La violencia forma parte esencial en una construcción de poder para mantener las jerarquías necesarias desde las que guardar y hacer guardar el orden establecido, hasta el punto de que el Estado democrático se reserva el uso legítimo de la violencia cuando las circunstancias internas llevan al desorden, y lo hace a través de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, o cuando se produce un ataque o amenaza exterior y recurre al ejército.

Pero el orden de una sociedad no depende solo de los elementos formales ni las jerarquías se limitan a las instituciones. Todas las relaciones y la convivencia están atravesadas por jerarquías y referencias de poder que cuentan con sus propios elementos formales aplicados al contexto específico, como sucede con las diferentes posiciones en una empresa, en la universidad o en cualquier organización, y sus elementos informales que definen muchas de las dinámicas internas. En todos estos contextos, la violencia, entendida tal y como define la OMS, sobre las referencias del “uso de la fuerza física y el poder”, está presente como realidad o amenaza para conseguir aquello que quienes están en condiciones de interpretar y dar significado a lo ocurrido entienden que debe corregirse para que no se altere el orden.

Y cuando la inspiración e interpretación de la realidad depende de lo que indica una cultura androcéntrica hecha a imagen y semejanza de los hombres, los hombres y su visión se convierten en los “jueces y parte” de la realidad, y como tales la juzgan y aplican su sentencia a través de la violencia para beneficiarse en lo individual, y reforzar el modelo androcéntrico que les otorga ese poder.

La historia, los ideales humanos y la conciencia crítica impulsada por el feminismo se han revelado frente a este modelo, es cierto que tarde y con un éxito relativo hasta el momento. Pero cuando en 1948, hace tan sólo 75 años, se aprueba la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, y se dice en su artículo 2 que nadie puede ser discriminado por razón de su raza, color, sexo, idioma o religión… se reconoce que a lo largo de la historia muchas personas han sido discriminadas por dichas razones, y que como parte de esa discriminación han sufrido violencia y han sido asesinadas por quienes se encontraban en los espacios de poder legitimados por la cultura androcéntrica en cada sociedad. Y todo ello ha beneficiado a los hombres de cada uno de esos escenarios, hasta el punto de que uno de los elementos de discriminación se centra en el “sexo”, no porque el sexo masculino haya sido discriminado, sino porque los hombres han discriminado y usado la violencia “universalmente” contra las mujeres.

Uno de los grandes logros de los Derechos Humanos es haber puesto de manifiesto la condición de las víctimas bajo una cultura androcéntrica que lleva a los hombres a protagonizar la mayor parte de la violencia, hasta el punto de que el 95% de todos los homicidios del planeta son cometidos por hombres (ONU 2013), y a crear una violencia específica contra las mujeres, como es la violencia de género, para satisfacer sus deseos y voluntades en el espacio privado y en el público. Y este reconocimiento de las víctimas es algo que cuestiona al modelo y a quienes defienden su validez a la hora de organizar la relaciones y la convivencia en la sociedad, como vemos que ocurre en los espacios conservadores cuando juegan con el significado de la violencia según entiendan que cuestiona o no el orden definido.

Para el machismo conservador, la única violencia reconocida con elementos propios es la que llevan a cabo los grupos que la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” reconoce como víctimas de la discriminación histórica

Las posiciones conservadoras llevan a la práctica su machismo cuando no reconocen la violencia sobre la condición de las víctimas, como sucede al negar la violencia contra las mujeres, el racismo y sus ataques a personas de otros grupos étnicos, la homofobia y transfobia, o la xenofobia. Ante todas estas violencias dicen que “violencia es violencia”, y que también hay agresiones por parte de personas de esos grupos “supuestamente discriminados”, para lo cual siempre encuentran un ejemplo puntual que instrumentalizan y manipulan hasta la saciedad. Pero también lo hacen cuando aplican el criterio contrario y centran el reconocimiento de la violencia en la condición del agresor para discriminarlo aún más y, entonces sí, convertirla en un grave problema social.

Para el machismo conservador la única violencia reconocida con elementos propios es la que llevan a cabo los grupos que la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” reconoce como víctimas de la discriminación histórica, por eso lanzan sus gritos al cielo cuando quienes agreden son personas de otros países (inmigrantes), de otra religión (especialmente del islam), de otra orientación sexual (LGBTIQ+), o de otra ideología (personas de izquierda a las que llaman “comunistas, bolivarianos, separatistas, abertzales”…)

La estrategia es completa para su orden androcéntrico y se aplica por medio de todas las ideas, valores, mitos y estereotipos que surgen de él. De manera que las personas no discriminadas e integradas en el orden tradicional, cuando ejercen la violencia lo hacen porque habido provocación por parte de la víctima, presión por las circunstancias o pérdida de control en el agresor; y cuando quienes ejercen la violencia pertenecen a los grupos históricamente discriminados, entonces lo hacen con maldad, planificación y atacando no solo a la persona agredida, sino también al orden establecido y a todo lo que significa en cuanto a valores, costumbre y tradición.

Lo vemos a diario en la posición de la ultraderecha respecto a la violencia de género y todo su negacionismo, y lo hemos comprobado estos días pasados ante el terrible homicidio cometido en Algeciras.

Resulta difícil entender cómo el asesinato del sacristán Diego Valencia puede ser utilizado para criminalizar a todas las personas inmigrantes y musulmanas, y que no se reconozca la violencia contra las mujeres. Desde el último atentado yihadista cometido en Barcelona en agosto de 2017, la violencia de género ha asesinado a 274 mujeres y a 25 niños y niñas, víctimas negadas por la ultraderecha con el frecuente acompañamiento de la derecha al no reconocer la violencia que las ha asesinado. Y todo ello en defensa de la patria, la tradición y la costumbre que el modelo androcéntrico impone.

Este distinto posicionamiento ante las diferentes violencias no es casualidad, sino parte de una estrategia que justifica el uso de la violencia frente a quienes el propio modelo de sociedad discrimina, con el objetivo de imponer sus ideas, valores y creencias para luego decir “estás conmigo o estás contra mí”.

____________________________

Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

Más sobre este tema
stats