... Fundida a negro Raquel Martos

Vivimos en una sociedad tetacentrista; todo o casi todo (al menos en lo que a nosotras se refiere) tiene que ver con esa parte de nuestra fisonomía, que desde muy pequeñas aprendemos a identificar como algo especial. Lo descubres cuando te visten de manera distinta a tus amigos o hermanos, a quienes considerabas hasta ese momento iguales. Cuando ellos se desnudan y tú no, cuando te tienes que bañar con ropa extraña que se te mueve y pica. Se te mueve y pica, porque con un año, o dos, no tiene nada que tapar, más allá de la piel sensible que a cualquier bebé corresponde. ¡¡Pero ah, no!! Tú albergas una extraña amenaza dentro de ti que has de esconder y cultivar.
Esto es solo una broma con lo que nos espera según van pasando los años: empiezan las miradas, cuando no los roces descuidados o expresos, los comentarios, las críticas, la pérdida de autoestima porque nada es perfecto: o muy grandes o muy pequeñas, o caídas, o separadas o muy juntas. Todo lo que tiene que ver con nuestras tetas es objeto de análisis, modas, valoración y reflexión. Encima, las malditas de ellas suben el telón en la adolescencia y se acumulan a los miedos y las inseguridades que lleva consigo. Las mujeres africanas a menudo planchan el pecho de sus hijas porque saben del peligro que ese desarrollo personal les va a suponer: a partir de ese momento serán carnaza para violaciones, prostitución, abusos y hasta asesinatos. Las tetas para esas niñas son la peor amenaza.
Si hubiera que reflejar en un solo símbolo la cosificación a que nos tienen acostumbradas, sería esa, una enorme teta que se supone nos representa a todas, describiendo a su vez la falta de alma, de criterio, de respeto y de identidad
Sin tan criminales resultados, las mujeres europeas no escapamos a los efectos de las tetas. Es famoso y fértil el refranero popular describiendo con claridad la importancia que tenemos como sus portadoras, como tetas andantes, orondas y plenas, ¿recuerdan?: "Valen más dos tetas que dos carretas", "Teta grande ande o no ande", "La buena teta que en la mano quepa", y mi favorita… "En caso de duda la más tetuda". Si hubiera que reflejar en un solo símbolo la cosificación a que nos tienen acostumbradas, sería esa, una enorme teta que se supone nos representa a todas, describiendo a su vez la falta de alma, de criterio, de respeto y de identidad con el otro (el hombre) a la que aspiramos y que merecemos.
Hay que reconocer no obstante que el tetacentrismo no discrimina: Ninguna de nosotras escapamos a la tiranía de la teta. Da igual que seas taxista, artista, escritora, científica o dependienta, y hasta ministra. En cualquier momento se te juzgará, o te juzgarás tú misma por tus tetas. Si has llegado a un espacio de relevancia, no dudes que el tetacentrismo se atribuirá tu éxito. Todo sacrificado a sus altares, a veces la salud, casi siempre la autoestima y siempre los recursos económicos en una industria plegada a la satisfacción y el entusiasmo de sus adoradores. Ya saben, repitan conmigo: todo casos aislados, esta sociedad no es racista, ni clasista, ni machista y desde luego tampoco tetacentrista.
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