1978: una España de todos y para todos
La política española de nuestros días está basada en amplias etiquetas que se utilizan de forma despectiva para atacar al otro, al que piensa diferente y que, según nuestra visión, representa todos los males de la patria.
Ahora que estamos en campaña electoral y que se ha cumplido recientemente la señalada fecha del comienzo de la legislatura constituyente (13 de julio de 1977), creo conveniente recordar la altura de miras que tuvieron siete hombres en 1978. Ese año siete españoles de sensibilidades políticas muy diferentes (Miguel Herrero, Gabriel Cisneros, Jordi Solé Tura, Miquel Roca, Manuel Fraga, José Pedro Pérez-Llorca y Gregorio Peces-Barba) tuvieron la capacidad de escucharse y de ponerse de acuerdo para crear una Constitución por y para todo el pueblo.
La Constitución Española de 1978 fue un proyecto de éxito porque sus firmantes (y los grupos políticos involucrados) fueron capaces de acabar con la tendencia maximalista que había predominado en los anteriores textos, y adoptaron una postura de consenso que nos ha dotado del mejor y más próspero periodo democrático de nuestra historia común.
Si hoy en día muchos jóvenes españoles podemos definirnos como progresistas, comunistas, socialistas, feministas o miembros del colectivo LGTBIQ+ es gracias al buen hacer de unos políticos que, tras cuarenta años de dictadura franquista, tuvieron la valentía de crear una constitución de corte liberal que proclama la soberanía del pueblo español y que se constituye en base a un Estado social y democrático de derecho.
Sus principios de tolerancia, respeto y pluralismo han hecho de nuestro país un referente democrático internacional y un ejemplo para todos aquellos que a lo largo de los últimos años han transitado el camino hacia la democracia representativa. Y es que nuestra Carta Magna, inspirada en otras constituciones de nuestro entorno como la Constitución portuguesa de 1976, la italiana de 1947, la Ley fundamental de Bonn 1949 o la francesa de 1958, es un texto potencialmente transformador que se ha adaptado a una sociedad cambiante y que contiene postulados progresistas en consonancia con la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, la Convención Europea de los Derechos del Hombre y la Carta Social Europea.
La altura de miras de nuestros padres fundadores se suma a la de otros políticos de la época como Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo, Leopoldo Calvo Sotelo o Alfonso Guerra. Con su obra personal y política, estos hombres que soñaban con dejar atrás la fractura que la guerra civil y la dictadura franquista habían supuesto para el pueblo español fueron los precursores de los avances sociales y políticos que se han producido en España en las últimas décadas.
Hoy, que la extrema derecha pretende acabar con los consensos democráticos fraguados durante los últimos años y que los movimientos secesionistas proclaman que lo volverán a hacer, es importante resaltar la figura de estos referentes históricos que dedicaron su vida a hacer de España un país más justo, más próspero, más moderno y más democrático.
Hace tiempo que nuestro país necesita superar sus diferencias ideológicas internas y sus disputas territoriales y proyectar unidad y fortaleza a nivel internacional
Conviene acordarse también de Adolfo Suárez, un político que tuvo el coraje de enfrentarse a sus antiguos compañeros del Movimiento Nacional para hacer llegar la democracia a España, y que tuvo la convicción de entablar negociaciones con todos y para todos para crear una sociedad basada en el Estado Democrático de Derecho, la libertad y la unidad nacional.
Son ellos los precursores de los avances sociales que más tarde llevarían a cabo otros presidentes socialistas, como José Luis Rodríguez Zapatero, quien con su conocido talante tuvo la valentía de aprobar leyes como la del matrimonio igualitario, la del aborto o la de la violencia de género. O el presidente Sánchez, que, regulando asuntos como la eutanasia, subiendo salarios y pensiones y aprobando leyes como la del cambio climático, la de memoria democrática o la de vivienda ha demostrado que, con voluntad, pueden aprobarse normas que aumenten los derechos y las libertades de nuestros conciudadanos.
Es cierto que como nación aún nos queda mucho camino por recorrer. La sociedad española sigue sufriendo niveles intolerables de injusticia y discriminación, y todavía hoy siguen existiendo desigualdades sociales y económicas que nos impiden llegar a ser una democracia perfecta.
Además, quedan temas por clarificar a nivel nacional, entre ellos el reparto de competencias entre el Estado y las comunidades autónomas, el rol del Senado como cámara territorial, el modelo de jefatura del Estado o la posible integración de España en un modelo europeo federal. Pero lo que está claro es que todas estas reformas necesitan del consenso y del sentido de Estado que España tuvo en 1978. Quien piense que estas tareas se podrán acometer mirando exclusivamente a un lado del espectro político, se equivoca y nuestra historia constitucional es un claro reflejo de ello.
Hace tiempo que nuestro país necesita superar sus diferencias ideológicas internas y sus disputas territoriales y proyectar unidad y fortaleza a nivel internacional. En un mundo de desafíos geopolíticos crecientes donde aumentan los regímenes autoritarios y donde se cuestiona el orden internacional basado en reglas que surgió tras la II Guerra Mundial, es necesario que España se muestre unida y defienda junto a sus aliados la democracia liberal, humanista y progresista que nos representa como país.
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Daniel Gamarra Peñalver es analista político y colaborador de la Fundación Alternativas.