Plaza Pública

El caballo del 'Guernica'

Una mujer pasa ante una reproducción del 'Guernica' de Picasso ubicado en la estación de metro de Atocha este lunes.

Félix Santos

Ocupa la parte central del cuadro. Es un caballo desbocado y enloquecido, a punto de caerse, agonizante, destripado. A quien lo contempla le alcanza su alarido de sufrimiento infinito. Destaca entre las estremecedoras imágenes de dolor humano en él plasmadas: mujer con el hijo muerto en sus brazos, mujer que clama al cielo cayendo entre llamas, mujer que mira al caballo herido con angustia, guerrero abatido, una de cuyas manos todavía sostiene una espada rota, mujer que sostiene un quinqué que ilumina la espantosa escena. Las bocas de todos ellos, violentamente abiertas por la pulsión del horror. A esas estremecedoras imágenes, a la destrucción y la barbarie que el relato pictórico describe, la presencia del caballo herido, su fauce desbocada por el espanto, añade una infinita intensidad. Pablo Picasso, que era remiso a hablar sobre sus obras, se pronunció en cambio con rotundidad sobre su cuadro Guernica, desde su compromiso políticoGuernica y humano con la II República española y contra los militares sublevados.

En 1937, en declaraciones a un periodista estadounidense, se refirió al sentido del lenguaje pictórico de ese cuadro: “Expreso con claridad mi odio hacia la casta militar que ha hecho naufragar España en un océano de dolor y muerte”. Sabemos, no obstante, que el Guernica no es un cuadro acotado al suceso histórico que evoca su título. Es un cuadro en el que flota la magia de lo alegórico, contra las guerras, contra todas las guerras, las habidas y las por haber. El propio Picasso comentó en alguna ocasión que en el Guernica había usado un lenguaje simbólico, en el que el toro representaba la “brutalidad” y “la oscuridad” y el caballo representaba al “pueblo”. Los artistas suelen mantener en su intimidad cómo ha sido el proceso creativo que les ha llevado a plasmar unas u otras imágenes en su obra, y, por lo tanto, sobre ese proceso a los demás no nos cabe sino formular hipótesis. De modo que más allá de lo que nos digan esas imágenes que flotan en el sugestivo ámbito de lo metafórico, si indagamos en cómo pudo ser el proceso creativo, y nos preguntamos por las posibles influencias que llevaron a Picasso a elegir esas imágenes y no otras, creo que, por lo que se refiere a la imagen desgarradora del caballo agonizante, se pueden sugerir con visos de verosimilitud, algunas conjeturas plausibles. Una reciente lectura de la célebre novela Sin novedad en el frente, del escritor alemán Erich María Remarque, me ha llevado a relacionar una escena de esta novela con el caballo del Guernica de PicassoGuernica. Esa escena se desarrolla en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. El novelista, que sabía bien de qué hablaba porque fue uno de aquellos soldados alemanes que sobrevivió a la contienda, narró en ese texto, uno de los más antibelicistas jamás escrito, cómo el dolor de los animales alcanza dimensiones estremecedoras, distintas de las alzanzadas por el dolor de los humanos.

Paul Bäumer, joven soldado alemán destinado en la primera linea del frente oeste, uno de los protagonista de la novela, tras recibir una lluvia de obuses enemigos y retornado el silencio, agazapado en la trinchera, oye unos extraños gemidos y establece con sus compañeros el siguiente diálogo:

— Qué sucede, Albert?

— Allá abajo han dado de lleno a algunas columnas.

Los gritos continúan.

— No son seres humanos, ellos no gritan de ese modo.

Kat dice:

— Caballos heridos.

Nunca había oido gritar a un caballo y apenas puedo creerlo. Es la desolación del mundo, la criatura martirizada, un dolor salvaje y terrible el que grita. Nos hemos puesto pálidos. Detering se levanta.

— Desgraciados, matadlos de un tiro.

Es campesino y entiende de caballos. Eso le afecta. Como hecho expresamente, el fuego cesa casi por completo, de modo que el gemido de los animales se oye con más claridad. No sabemos de dónde vienen en el quieto paisaje plateado; son invisibles, fantasmales, se oyen por todas partes, entre el cielo y la tierra, inmensurables. Detering se enfurece y grita:

— ¡Matadlos de un tiro, maldita sea!

— Primero tienen que recoger a los heridos -dice Kat.

Nos levantamos y buscamos el lugar en que están. Si vemos a los animales resultará más soportable. Vemos un grupo oscuro de enfermeros con camillas y unos grandes bultos negros que se mueven. Son los caballos heridos. Pero no todos. Algunos se alejan al galope, caen y galopan de nuevo. Hay uno con el vientre destrozado del que cuelgan las entrañas. Tropieza con ellas y cae, pero vuelve a levantarse Detering levanta el fusil y apunta. Kat le da un golpe.

— ¿Te has vuelto loco?

Detering tiembla y tira el fusil al suelo. Pero los terribles gemidos moribundos penetran por todas partes.

Podemos soportarlo casi todo. Pero esto nos produce un sudor frio. Uno querría levantarse y huir a cualquier parte simplemente para no seguir oyendo esos gemidos. Y eso que no son seres humanos, sino solo caballos. Deben de estar aterrorizados. Normalmente los caballos mueren en silencio. Entre el oscuro embrollo vuelven a distinguirse las camillas. Luego suenan disparos aislados. Los bultos negros tiemblan y caen. ¡Por fin! Pero todavía no ha terminado. Los soldados no pueden acercarse a los animales heridos que huyen empavorecidos, con todo el dolor en sus bocas desencajadas. Una de las figuras se arrodilla, suena un disparo, un caballo cae, luego otro... El último se apoya en las patas delanteras y gira en círculos como en un carrusel, mira sentado con las patas delanteras levantadas, probablemente le han dado en el lomo. El soldado corre hacia él y le dispara. Despacio, sumiso, resbala hacia el suelo. Nos sacamos las manos de las orejas. Los gemidos moribundos han cesado. En el aire queda tan solo un suspiro prolongado que estremece.

Luego quedan solamente las bengalas, el canto de los obuses y las estrellas; resulta inconcebible. Deterling pasea arriba y abajo, maldiciendo:

— Quisiera saber qué culpa tienen ellos.

Al cabo de un rato vuelve a la carga. Tiene la voz alterada, y su tono es casi solemne cuando dice:

— Creedme, la mayor vileza es que los animales tengan que hacer la guerra.” 

Cuando Pablo Picasso pinta en París el Guernica en los meses de mayo y junio de 1937, muy probablemente había leído la novela de Remarque,Sin novedad en el frente. Fue una novela de gran éxito en toda Europa. Editada en 1929, se tradujo a las diversas lenguas europeas. Se convirtió en un clásico de la literatura antimilitarista que narra la vida en el frente durante la I Guerra Mundial. El cuadro se lo había encargado a Picasso el director general de Bellas Artes, Josep Renau, a petición del Gobierno de la 2ª República Española, para ser expuesto en el Pabellón español durante la Exposición Universal de 1937 en París. El pintor malagueño, afincado en París, seguramente conocía la noticia del bombardeo de la ciudad vasca, el 26 de abril de 1937, por L´Humanité, (crónica del 28 de abril), periódico que leía habitualmente. O tenía noticias del bombardeo por sus amigos españoles. Y muy bien pudo ocurrir que la escena de la novela de Remarque sobre los caballos moribundos en el frente, descrita más arriba, influyera en su idea de plasmar la imagen de un caballo herido en el centro del cuadro. Es muy posible.

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El cineasta José Luis Alcaine ha sostenido que la inspiración de los diversos elementos dramáticos del cuadro estuvo influida por la película Adiós a las armas Adiós a las armas, basada en la novela homónima de Hemingway, publicada por primera vez en septiembre de 1929. Tal vez Picasso había visto la película o había leído la novela, porque aún se estaba proyectando y editando en Francia en aquel año  1937. Es también una posibilidad no descartable. La inocencia de los caballos, su amistosa sociabilidad, su inculpabilidad, hacen especialmente insoportable su sufrimiento al ser convertidos en víctimas inicuas de los horrores de la guerra. Picasso lo expresó magistralmente, creando de manera central en su célebre cuadro el insuperable lenguaje de un icono estremecedor.

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Félix Santos, periodista, fue director de Cuadernos para el Diálogo.

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