Plaza Pública

La crisis del 'Aquarius', una puerta a la esperanza

Ruth Ferrero Turrión

La negativa del gobierno italiano a recibir en sus puertos al barco Aquarius de las ONG MSF y SOS Mediterránea ha abierto la enésima crisis humanitaria en el Mediterráneo. Y ha vuelto a poner sobre la mesa, también de nuevo, las contradicciones en las que se mueve la Unión Europea, pero, sobre todo, sus Estados miembros. La incapacidad de llegar a acuerdos sobre qué, quién y cómo gestionar los flujos migratorios vuelve a poner de manifiesto la profunda crisis de valores y de identidad que sufre el proyecto europeo.

Un proyecto que ha padecido, desde los años 90, los embates constantes de un modelo económico y social sustentado en el individualismo más descarnado y arropado por un proceso de globalización neoliberal descontrolado que ha ido barriendo sin piedad la idea de la construcción de una Europa social. Hay quien sostiene, no sin ciertas dosis de razón, que las democracias liberales no son más que la siguiente de fase de ese proceso de implantación del modelo neoliberal de organización social, política y económica que nos han propuesto cómo el único posible. Y en este contexto es dónde aparece la hija bastarda de la globalización, la migración, los movimientos de personas, algo con lo que no se contaba salvo en términos economicistas de oferta y demanda. Muchos, haciendo un trazo grueso, acusan de esta crisis a los estados del denominado grupo de Visegrado (Rep. Checa, Eslovaquia, Hungría y Eslovaquia) y, sin embargo, las posiciones de estos estados no son sino el grotesco reflejo de lo que se está gestando también en el resto de los Estados Miembros. Poco a poco, como si de un conjunto de bloques de construcción las fuerzas políticas que han captado la frustración, la desesperanza, la rabia de sociedades cada vez más desiguales, cada vez menos solidarias, cada vez más cerradas en sí mismas, han conseguido irse situando en posiciones de poder institucional. Italia sería tan sólo uno de los últimos ejemplos, pero tenemos Bélgica, Dinamarca, Suecia, Alemania, Francia o el Reino Unido como otros antecedentes, ninguno de ellos son países de Visegrado.

Y en este contexto sucede la crisis del AquariusAquarius. Una situación de la que ya teníamos antecedentes. En 2001, 2013, 2017, de manera cíclica la UE, y sus Estados miembros, han tenido que enfrentarse al qué hacer y a cuáles serán las consecuencias. Y siempre los mismos argumentos en Londres, Madrid, Italia o Budapest, no acoger a los migrantes ejerce de efecto disuasorio, acogerlos, por el contrario, generaría efecto llamadaefecto disuasorioefecto llamada, ¿qué pasaría si otros diez barcos cargados de personas pidieran auxilio? Y las respuestas siempre igual, más Europa fortaleza, más seguridad, más criminalización del migrante y, por tanto, mayor sensación de amenaza para las poblaciones, menos solidaridad.

Respuestas que no casan con los principios y valores sobre los que se ha sustentado la UE, que no concuerdan con lo estipulado en el espíritu de los Tratados, que no se ajustan al Derecho Internacional. Y, sin embargo, todos los países de la UE están sometidos a la supremacía del Derecho de la UE y del Derecho Internacional del Mar, de Asilo, y, lo más sencillo, sería aplicar este derecho y no vulnerarlo de manera sistemática.  La omisión de socorro está tipificada en la Convención Internacional Marítima y en el Convenio de Hamburgo; la protección internacional de los refugiados en los Convenios de Ginebra; la protección de los menores por la Declaración de los Derechos del Niño. Por tanto, la mera aplicación de un derecho consensuado por todos los Estados de la Unión no debería ser un problema. Pero, además, en el caso de la UE, es imprescindible avanzar en la construcción de una política de inmigración y asilo común, de una gestión de las fronteras compartida, y esto es precisamente lo que parece que los Estados miembros no han comprendido. Los Estados no lo entendieron al comienzo de esta última crisis humanitaria en 2015 y tampoco ahora con el rescate de las 690 personas que viajan en condiciones infrahumanas en el Aquarius. Y todo hubiera seguido su cauce habitual, de no ser por dos factores, de naturaleza diferente, que han operado sobre esta situación: el papel de los ayuntamientos, de los poderes locales, y el golpe en la mesa dado por el recién estrenado gobierno socialista en España.

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El primero de esos factores se viene gestando desde el comienzo de las llegadas de refugiados sirios a las fronteras europeas, en 2015 fueron los ayuntamientos los primeros que detectaron la necesidad de actuar, de acoger a estas personas. En el caso español lo han estado haciendo, incluso en contra de la política de la inacción del gobierno central, crearon la red de ciudades refugio y generaron un caldo de cultivo favorable entre la opinión públicaciudades refugio a favor de la adopción de medidas proactivas y no sólo reactivas. El segundo factor, más coyuntural, coincide con la llegada al gobierno de Pedro Sánchez, y al igual que en el caso de Rodríguez Zapatero con la retirada de las tropas de Irak, su primer cambio de rumbo político ha sido la admisión del Aquarius en territorio español, concretamente en Valencia. Acción simbólica o no, lo cierto es que este golpe de timón ha hecho reaccionar a una clase política que estaba mirando hacia otro lado. En España se ha conseguido lo imposible, hasta once comunidades autónomas independientemente de su signo político, incluida Galicia, han ofrecido plazas para la acogida olvidando las disputas territoriales por unas horas o días. En Europa, la Comisión, pero también el gobierno francés se ha felicitado por la iniciativa y ha ofrecido ayuda e incluso podríamos comenzar a esbozar cierto optimismo de cara al Consejo Europeo de este mes, tras el fracaso en las negociaciones de la Reforma de la SECA de hace unos días. Recordemos que hace 48 horas la noticia era que los gobiernos de Dinamarca y Austria estaban pidiendo la apertura de campos en territorio europeo para enviar allí a aquellos migrantes inexpulsables. Hoy la noticia es la vuelta de la solidaridad al territorio europeo.

Probablemente, todavía es pronto para el optimismo en este tema, pero sí es momento para la esperanza de aquellos que creemos que la Unión Europea pueda reconstruirse sobre los valores de los que presume pero que no termina de aplicar. ____________

  Ruth Ferrero Turrión es profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid

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