Cuestiones europeas pendientes

Gaspar Llamazares | Miguel Souto Bayarri

En los últimos años, las crisis nos visitan con una frecuencia y una intensidad importantes, hasta el punto de que nos impiden un mínimo periodo de reflexión. Las grandes crisis, que hacía años que no nos miraban de cerca, son hoy el destino seguro de cada uno de nosotros. Crecimos entre la crisis del petróleo y la crisis industrial, y hoy nos vemos ante un rosario imparable de crisis en nuestra madurez. Tanto es así que, en poco más de una década, desde nuestra posición geográfica en la periferia del Estado, en Galicia y Asturias, hemos visto llegar tres grandes crisis (la gran crisis financiera de 2008, la pandemia del coronavirus de 2019-20 y la actual guerra en Europa) y hemos podido comprobar el importante y creciente protagonismo de los líderes autocráticos en muchos países, así como la gran batalla que se está librando entre la democracia representativa y los populismos autoritarios en el interior de nuestro país y de Europa, una confrontación que se ha recrudecido con la invasión de Rusia en Ucrania.

Factores políticos, pero también de otros orígenes o etiologías, religiosos y tecnológicos, explican un fenómeno que Sami Nair en La revancha de los poderosos (Debate, 2022), conceptualizó como "la posverdad, la polarización y el populismo, que se potencian por el cambio tecnológico". Como nos recuerda David Trueba en uno de sus artículos, la guerra es la demostración de que el avance de la tecnología no significa el menor avance en nuestra inteligencia social.

En efecto, las grandes potencias intentan marcar en el tablero tecnológico, pero no solo, una superioridad que, hoy por hoy, ostentan los Estados Unidos, pero que China, su principal adversario estratégico, tiene capacidad de disputar, y no solo en Asia. Por detrás se encuentra la Unión Europea, y con ella España, que debe mejorar, además, en la gestión de la I+D, en la sanidad y los servicios sociales.

La guerra es la demostración de que el avance de la tecnología no significa el menor avance en nuestra inteligencia social

En la batalla tecnológica, la Unión Europea ha mostrado una menor competitividad e intenta suplirla marcando el paso con un perfil regulador y con unas normativas que se puedan reconocer por sus valores democráticos. En la guerra propiamente dicha, Europa está mucho más expuesta (su mayor amenaza hoy puede ser el corte de suministro del gas ruso), ya que ocupa la parte central del tablero (geográfico) y está a su vez en la frontera y por tanto en el punto de mira de las intenciones tanto defensivas como expansionistas rusas.

Estas posiciones de la UE no deben ocultar otras asignaturas pendientes de la construcción europea, como la sensación de que los centros de decisión están lejos de los ciudadanos, el conocido déficit democrático, las tensiones que se derivan de las migraciones o las relativas a la participación democrática, como las institucionales y, asimismo, la superación de la unanimidad y del derecho de veto en decisiones tan importantes como las relativas a la salud y la seguridad. Todo ello forma parte de las conclusiones de la reciente Conferencia sobre el futuro de Europa.

Por lo demás, además de las posiciones de la UE, deberíamos comentar algo de la gran batalla que se está librando en Estados Unidos, entre trumpistas y progresistas, contienda que tiene un gran componente de enfrentamiento racial, y que se manifiesta en medio de una gran deriva reaccionaria del país (eliminación del derecho al aborto por la mayoría conservadora del Tribunal Supremo, derecho de todos los americanos a llevar armas sin una licencia especial, etcétera). Ni que decir tiene que todo esto nos afecta especialmente.

El Gobierno de Trump, desde unas posiciones de derecha ultra y xenófoba, gran productor de mentiras masivas, no solo se benefició de las fake news de origen ruso en su contienda electoral contra Hillary Clinton, no solo trató de impedir en los Estados de mayoría republicana el voto de las minorías, no solo impulsó acusaciones contra sus rivales políticos, a sabiendas de la falsedad de los hechos que denunciaba, sino que, además, desestabilizó la democracia hasta el extremo de impulsar un golpe para intentar impedir el acceso al poder de Biden. Trump, que no dejó de debilitar la democracia desde que accedió al poder, mantiene aún hoy en día secuestrado al partido republicano y todo indica que si no es condenado se volverá a presentar a las elecciones presidenciales.

¿Qué efectos políticos tendrá su vuelta en los próximos años? ¿Cómo se canalizará el deterioro de la democracia en USA? Si esta situación se diera, ¿qué camino tomarán sus relaciones con las otras grandes autocracias y/o dictaduras, como Rusia y China?

Por todo esto es necesario un gran debate. Se deben discutir las posibles terapias para afrontar esta época difícil, porque en estas circunstancias los Estados Unidos no son un aliado fiable para Europa y porque, además, la actual escalada armamentista y la militarización de Europa bajo el mando de la OTAN no favorece su ansiada autonomía, que queda muy tocada con la nueva política de defensa. Esta es una ocasión para un debate de calado, que todavía no se ha producido y que se simplifica con las posiciones atlantistas y antiimperialistas de la guerra fría. Quizá sea tiempo de que la legislación europea pueda mostrar al mundo un camino diferente en un modelo de protección social y desde la defensa de los derechos de las personas y los valores democráticos más inequívocos. También en el modelo de digitalización y de seguridad cuando cuadruplicamos el gasto armamentístico de Rusia. La izquierda ya ha señalado en diferentes foros que una de las cuestiones pendientes de la construcción europea, pensando en el futuro y en estos tiempos difíciles, es una política unitaria de defensa y una autonomía estratégica.

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Gaspar Llamazares Trigo y Miguel Souto Bayarri son médicos y autores, junto a la psicóloga Gema González López, del libro 'Salud: ¿derecho o negocio? Una defensa de la sanidad pública'.

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