PLAZA PÚBLICA

Dar la palabra al sufrimiento

José Ramón Juániz Maya

“Siento mucho descanso y tengo muchas ganas de acabar con esto”, señalaba hace unos días Vicenta Ruiz García, nieta de un vecino de la Pobla de Vallbona (València), fusilado el 3 de junio de 1939, durante los trabajos de exhumación de las víctimas de la represión franquista que se llevan a cabo en el cementerio de la localidad cercana de Liria. A pocos kilómetros, unos días antes y después de muchos años de lucha por la verdad y la justicia de sus familiares, terminaba el vaciamiento total de la Fosa 126 del Cementerio de Paterna, conocida como La Fossa de la Terra, por la condición campesina de la mayoría de las víctimas allí depositadas. Ante la imagen impresionante de esa garganta de dolor abierta en la tierra, María Navarro, presidenta de la asociación de familiares me decía emocionada: “Siento una profunda calma y serenidad, junto con un sentimiento mezclado de pena y alegría”. Por último, también en fecha cercana, Maixabel Lasa, tras uno de sus encuentros con Luis Carrasco, uno de los etarras que mataron a su marido, Juan María Jáuregui, nos regalaba estas certeras palabras: “Saber la verdad sirve para seguir viviendo”. Porque todas las víctimas saben mejor que nadie que la verdad no abre las heridas que siguen abiertas, ni desgraciadamente tampoco puede cicatrizarlas. Como mucho, la verdad solo puede suponer un bálsamo que alivia el dolor y les ayuda a convivir con él. En cambio, el olvido, más aún cuando es impuesto, mantiene la herida siempre infectada y hace insoportable la sobrevivencia, denigrando a las personas, a su memoria y a la historia. Y lo que es peor, la represión de esa memoria de dolor se proyecta sobre el presente y el futuro, contaminando la convivencia y la democracia, impidiéndonos superar definitivamente un conflicto que sigue estando en la base y en la raíz de la creciente crispación y fractura instaladas en nuestra sociedad.

Todas las víctimas saben mejor que nadie que la verdad no abre las heridas que siguen abiertas, ni desgraciadamente tampoco puede cicatrizarlas. Como mucho, la verdad solo puede suponer un bálsamo que alivia el dolor y les ayuda a convivir con él

 Por eso, ahora que se debate sobre el derecho a la verdad de las víctimas olvidadas de la Guerra de España y la dictadura, sin que después de ochenta años aún les hayamos dado la palabra y escuchado; ahora que la nueva Ley de Memoria Democrática nos da la oportunidad de llevar a cabo, por fin, un proceso de encuentro restaurativo, tanto a nivel político como ético y social, en el dolor de todas las víctimas, sin revanchismos, revisionismos o actitudes paternalistas y prepotentes, para construir entre todos una convivencia pacífica y democrática en la que el odio nunca más tenga lugar; ahora, una vez más, los eruditos de la transición y la negación del dolor ajeno, se atreven a calificar con palabras torticeras e hirientes, una Ley valiente que, sin duda, es una apuesta por la dignidad de quienes fueron injustamente asesinados, desaparecidos, heridos, torturados, encarcelados, esclavizados, expoliados, exilados, depurados o robados a sus familias para privarles de su identidad; sin olvidar a todas las víctimas de aquél hambre atroz, mientras algunos amasaban fortunas a través del estraperlo, con el beneplácito, cuando no la propia acción del nuevo régimen. 

Pienso que detrás de ese negacionismo, de esa ocultación permanente de la verdad y de ese amordazamiento de la memoria de las víctimas de los crímenes contra la humanidad del franquismo, quizá solo existe miedo a mirar a los ojos de los otros, miedo a mirarse cara a cara con las víctimas y aceptar que todas las víctimas son iguales y que nadie puede despreciar ni utilizar su dolor. En definitiva, miedo a la verdad; miedo a una verdad que les desnude política e ideológicamente. Y si algo necesitamos en este país es precisamente eso, mirar a los ojos de los otros. Necesitamos encontrarnos, sentarnos a dialogar; pero desde la cercanía con el dolor de tantas víctimas olvidadas. Y por eso, necesitamos que las víctimas olvidadas sean públicamente escuchadas. Porque la dignidad se recupera con el ejercicio público de la palabra; lo que además es instrumento de sanación y reparación popular.

El filósofo alemán Adorno señala que “dejar hablar al sufrimiento es la condición de toda verdad”. Pero en España, lamentablemente, no hay ni ha habido una cultura de dar la palabra al sufrimiento. No hay cultura de la restauración, como mucho, solo de la reparación. Y no es lo mismo reparar que restaurar. Reparar es pegar los trozos de una vida rota. Restaurar es reivindicar la dignidad de esa vida, aunque permanezca rota o de ella solo queden unos restos o huesos. Porque restaurar es acercarse al mensaje y al dolor que nos transmiten esas fracturas, esos restos humanos, y asumir comunitariamente la permanencia de ese proyecto de vida quebrado por la barbarie humana, para reconocerle su lugar en la historia y en la memoria y después convivir en paz. Por eso, la restauración es una condición previa de la reparación. Y esa justicia restaurativa nos exige abrir espacios públicos, no solo judiciales, en los que se pueda escuchar la voz de las víctimas olvidadas, la voz del dolor, y en los que éstas puedan realizar una experiencia positiva de terapia curativa de la palabra y la comunicación, para que sus testimonios lleguen a toda la sociedad y se propicie su restauración y reparación. Por eso es necesaria la creación en el marco de la Ley de Memoria Democrática de una Comisión de la Verdad con proyección psicosocial, que verdaderamente haga que las víctimas sean las protagonistas de ese proyecto de recuperación de la memoria.

Pero en España, tampoco existe una cultura política de la proyección psicosocial de un mecanismo de justicia restaurativa, como puede ser una Comisión de la Verdad, cuando no se identifica esta con una biblioteca llena de libros de historia. Claro que la memoria democrática necesita a los buenos historiadores. Pero la historia no es suficiente para sanar a las víctimas, ni tampoco a la sociedad. Porque la memoria no solo proporciona una base cognitiva para la acción del historiador (Pedro Ruiz), sino que se convierte en una forma de justicia para las víctimas y también en un proceso para el fortalecimiento de la convivencia democrática y la reconciliación. Por eso es necesario un instrumento público e independiente que proyecte esa justicia restaurativa sobre las víctimas y la sociedad, y propicie, en el marco de un proceso de justicia transicional como el que la nueva Ley asume, el encuentro con el dolor de todas las víctimas y una convivencia democrática, lejos de la crispación, el odio y el enfrentamiento social.

En este sentido y desde una posición respetuosa con otras opiniones y en todo caso constructiva, creo que la Ley de Memoria Democrática es más una norma académica y propicia para los historiadores, que un proyecto humanitario para la convivencia de todos los españoles; lo que puede convertirla en una ley fallida en el objetivo de la convivencia democrática, por muy loables que puedan ser los avances que se posibiliten en el ámbito de la memoria democrática.

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