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La democracia en el espejo en el año de los 4.000 millones de votos

Pere Joan Pons Sampietro

Este 2024 va a ser un año en el que vamos a asistir a un plebiscito planetario sobre el estado de la democracia global, desde Estados Unidos a Pakistán, pasando por la India o las elecciones en la UE. O lo que es lo mismo, casi 4.000 millones de personas pueden ejercer el derecho al voto este año, un 50,2% de toda la población.

Estados Unidos y el conjunto de los 27 países europeos van a celebrar, junto a muchos otros países, unos comicios que van a ser clave de bóveda para las futuras relaciones entre los ciudadanos y sus deseos y anhelos en cuanto a la dirección que quieren que tomen sus sus nuevos gobiernos y sus políticas, pero también para entender y evaluar el estado de degradación y del desgaste de nuestras democracias.

En ambos continentes la salud democrática parece más frágil que las pulsiones populistas y autoritarias, por lo que cada vez estamos menos presentes en el espejo en el que reflejarse muchos países del espectro global. La UE parece buscarse a sí misma de nuevo, mientras crece la amenaza autoritaria en Alemania, Francia, Italia e incluso España, por no hablar de Hungría o de los últimos años en Polonia.

Por eso el 24 es clave: millones de ciudadanos y ciudadanas van a evaluar el nivel de penetración de los populismos en democracias liberales que cada vez tienen más adeptos, y que llaman la atención porque van incorporando aspectos más propios de regímenes autoritarios electorales que de Estados con un parlamentarismo que consolide nuestras democracias sociales, liberales y de mercado.

Como miembro del Grupo Parlamentario Socialista en el Senado y vicepresidente de la Asamblea Parlamentaria de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) he participado en estos últimos años en diversos procesos electorales, desde coordinador de la Misión de Observación en los Estados Unidos, a observador en Kazajistán, jefe de la Observación en Polonia o hace unos días participando en las presidenciales de Azerbaiyán, e incluso participando en la visita de los expertos de la OSCE a España ante el 23J.

Uno de los elementos denominadores, vectoriales en todas ellas, es la presión autoritaria a la que están sometidos muchos países, y por ende su sociedad civil, sus políticos, los medios de comunicación y por supuesto los votantes. También en nuestros países europeos. También en España.

La democracia en muchos casos se percibe como problema ante la falta de respuesta a la percepción de una degradación social, económica y cultural que se ha instalado en el imaginario colectivo de millones de personas. Los populismos juegan en el campo mental de la democracia con un relato en el que la democracia para ellos no sirve como herramienta de transformación sino de involución y de limitación de la libertad y la identidad. Como observador de estos últimos años de muchos procesos electorales se percibe una cierta mirada sospechosa hacia la democracia, y sobretodo a su valor agregado en contextos que transitan de una crisis a otra sin ningún respiro ni halo de optimismo.

Si Polonia fue a finales de 2023 y bajo mi punto de vista un voto de pulsión positiva hacia la democracia, igual que las mid-term norteamericanas, las elecciones presidenciales de Azerbaiyán, que lógicamente han acabado siendo un baño de masas para un presidente que se ha presentado como el comandante en jefe de una victoria militar, me han vuelto a alertar sobre la necesidad de reforzar nuestro compromiso con la democracias liberales pese a sus imperfecciones. Si en Europa nos alejamos de nuestras raíces democráticas, poco tenemos que enseñar y compartir en otros contextos.

En la capital, Bakú, una ciudad moderna en un entorno laico y abierto, pudimos reunirnos con dirigentes políticos y actores civiles poco antes de la jornada electoral y que en su relato demostraban poca afectación a los valores universales de los derechos humanos, sin mucha preocupación acerca de la falta de una verdadera competición electoral en su país, con una cierta resignación ante un régimen sin alternativa, y sin alterarse por la falta de un “aparente” interés por las elecciones de su propio país de sus ciudadanos y en cambio defender el ávido interés por las de Turquía y por la política del país hermano. Sin acabar de preguntarse porqué, paradójicamente.

Sus dirigentes transitaron por un relato en el que a las mujeres “no les tocaba” entrar en política porque estaban más interesadas en las tareas domésticas y la familia. Y por supuesto, cuando preguntamos por las elecciones a ciudadanos y ciudadanas consideraban muchos que el voto al partido en el poder como un voto debido, casi de “agradecimiento” por la recuperación de la integridad de territorial del país después de 30 años de un diferente con Armenia que ha monopolizado la campaña electoral.

Mi rol no es el de cuestionar aquí la calidad democrática de Azerbayán, que en el informe de la Asamblea de la OSCE y la Oficina ODHIR ya pone de manifiesto sus profundas lagunas democráticas, sino de advertir que muchos de estos países y sus ciudadanos sienten que hoy un régimen electoral autoritario es tan válido como democracias centenarias como puedan ser la de Estados Unidos o el Reino Unido. Y el aroma democrático global está algo deteriorado para engancharse a él como primera opción.

Por eso es importante que en el contexto actual profundicemos en mejorar nuestra calidad democrática en el marco europeo, el estado de nuestro parlamentarismo, en acercarnos a nuestros ciudadanos y a responder con políticas que afronten los retos globales y locales que tenemos. Si lo hacemos en casa, será más fácil explicarlo fuera.

Si los efectos populistas crecen y volvemos a ver a Trump y similares en el poder ejerciendo una tiranía bufonesca, es posible que Azerbaiyán y otros muchos países opten por el autoritarismo que cada vez tiene menos complejos y más adeptos

Azerbaiyán, el último ejemplo, siente y percibe, según mis contactos y reuniones durante las elecciones, además de casi toda su clase política con la que nos entrevistamos, que ha dejado atrás la humillación sufrida desde hace 30 años. Es un relato único en el país, con lo que eso conlleva, y que lamina otros escenarios sin duda alguna que ofrezcan una alternativa al modelo actual.

Ahora, tras esa teórica herida que parece que podría cerrarse a costa de mucho sufrimiento también para su vecino armenio, tiene el reto de reconstruirse y tiene dos modelos globales a los que puede amoldarse: transitar todavía más a formas más autoritarias aunque permitan una cierta democracia edulcorada, o ir transitando y profundizando hacia un modelo más liberal y democrático que les permita reinventarse tras el conflicto y transitar hacia un país más abierto y tolerante, con menos represión a los medios de comunicación y unos partidos políticos que puedan competir libremente y en las mismas condiciones.

Si este año hay un impulso democrático y plural en nuestros países que tenemos presuntamente el marchamo de mayor calidad democrática aunque parezcamos sumidos en una crisis existencial sobre nuestro destino histórico, es posible que países como Azerbaiyán aprovechen vientos de cola democrático para sumarse a lo que voten 3,9 billones de personas. Si los efectos populistas crecen y volvemos a ver a Trump y similares en el poder ejerciendo en la terminología del escritor Christian Salmon una tiranía bufonesca, es posible que Azerbaiyán y otros muchos países opten por el autoritarismo que cada vez tiene menos complejos y más adeptos. Y por ende, eso también acabará afectando a nuestras democracias, ya en una deriva más que alarmante.

El reto es enorme, la democracia planetaria está en juego en este 2024.

 

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* Pere Joan Pons Sampietro es senador por Mallorca y exdiputado. Actualmente es vicepresidente en la Asamblea Parlamentaria de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE).

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