Plaza Pública
El Ejido y la inmigración veinte años después
"Ocurrió. En consecuencia, puede volver a ocurrir: esto es la esencia de lo que tenemos que decir. Puede ocurrir, y puede ocurrir en cualquier lugar". La advertencia de Primo Levi, quien sobrevivió a Auschwitz para contarlo, es extensible a los conflictos etnicistas en España. Ya lo demostró el ciclo de antigitanismo que expulsó de sus pueblos de Jaén a cientos de gitanos y gitanas, bajo la pasividad de las instituciones, a finales de los ochenta. El año 2000 la localidad almeriense de El Ejido protagonizó el episodio de racismo, ahora focalizado en la población inmigrante marroquí, más trascendente y preñado de consecuencias de la UE. Aunque en una posterior visita a Marruecos Aznar los calificara de “anécdota coyuntural”, en materia de inmigración en España existe un antes y un después de los sucesos de El Ejido, influidos también por el rechazo que concitaba en aquellos días preelectorales de febrero de 2000 el frustrado proyecto de Ley de Extranjería del dimitido ministro Pimentel.
Salvo un par de incendios de invernaderos, la sistemática violencia se cebó durante tres días con propiedades de la población migrante perseguida también por campos y caminos. Esta población continúa sufriendo frecuentemente abusos patronales y se halla masivamente privada de derechos habitacionales básicos. Lo denunció el Relator de la ONU para la pobreza tras su visita a la costa fresera onubense y el Defensor del Pueblo de Andalucía en una jornada sociológica en la Universidad de Sevilla dedicada a repensar el estallido de El Ejido con un objetivo: ejercitar la memoria histórica de las nuevas generaciones ante el crecimiento de la xenofobia. Un fenómeno cuya inquietante evolución será difícil de precisar si el primer gobierno dependiente de Vox desmantela el Observatorio Permanente Andaluz de las Migraciones (OPAM).
Lo vivido aquellos días de febrero del año 2000 tuvo consecuencias de mayor alcance. Las sufrieron también las miles de globalizadas familias de agricultores de la zona que perdieron mercados de destino y cosechas hortofrutícolas a raíz de las condenas en medios internacionales y de las huelgas de migrantes que siguieron al festival de violencia etnicista desatado tras el homicidio de la joven Encarnación López Valverde a manos de un inmigrante de origen marroquí con esquizofrenia paranoide.
Sin embargo, seguimos sin extraer las lecciones debidas de estos casos demoledores de la convivencia y a veces hasta de la coexistencia. Puede volver a ocurrir en otros sitios, pero en sus principales fortalezas electorales, como El Ejido, Vox endurece el discurso y las medidas anti-inmigración. Perpetúa así el enfoque punitivo y segregador que infló, sobre todo en estos lugares, las mayorías electorales del PP de “a las ocho de la mañana todos son pocos, a las ocho de la noche sobran todos”... los inmigrantes, claro.
Estos casos nos demuestran que reunir a masas de inmigrantes excluidas del tejido social es fuente de tensiones que, cuando estallan, generan costes muy superiores a los ahorros conseguidos o privilegios mantenidos por no realizar políticas e infraestructuras sociales que contemplen las necesidades de los asentamientos humanos. Los derechos están antes. Son la primera condición. Sin ellos no hay integración. El discurso de “los españoles primero”, la reducción de los migrantes a factor de producción sin derechos, su tratamiento como problema de inseguridad y banderín de enganche electoral, son circunstancias actualmente muy preocupantes que, a la postre, también perjudican a las mayorías sociales que aspiran a vivir dignamente de su trabajo. Como los inmigrantes.
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En la macrofactoría vegetal de aquel Ejido se instaló un pequeño laboratorio productor de estudios migratorios que advertían de las consecuencias explosivas de la exclusión multidimensional de los inmigrantes. Por donde trotan las marchas etnicistas tarda en crecer la hierba. Aprendamos de la Historia, en vez de repetirla. Veinte años no son nada. Acontecimientos como los de El Ejido tienden a despertar de su aparente letargo bajo fuerzas y corrientes sociales renovadas.
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Manuel Ángel Río Ruiz es profesor titular de Sociología en la Universidad de Sevilla.