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Mis eventos políticos con gente inquietante

María Teresa Pérez

Hace unas décadas, en el libro Mis almuerzos con gente inquietante, Manuel Vázquez Montalbán quiso hacer una lectura atenta de las actitudes y los gestos de personajes inquietantes y escuchar lo que decían en la comodidad de los espacios cómplices entre poderosos. Esa labor de observación es de las cosas más reveladoras que podemos hacer. Yo había leído mucho sobre la alianza entre el poder económico español y la ultraderecha política, quizás por eso no pensaba que me fuera a sorprender tanto verla de cerca. Pues bien, este miércoles en Madrid, la capital del capital, he asistido como Directora General del Instituto de la Juventud de España a la entrega de los Premios Joven Empresario que concede CEAJE y allí se han dado cita los más influyentes empresarios y políticos de una parte de nuestro país. En la comitiva central estaba su majestad el Rey, la Vicepresidenta Nadia Calviño, Ana Patricia Botín y Antonio Garamendi acompañados por la cúpula del PP encabezada por Pablo Casado y Almeida y dirigentes de VOX como Iván Espinosa de los Monteros. 

Comienza el acto y, siendo sincera, no me resultó extraño ver la sintonía entre todos ellos y las buenas palabras que se dedicaron. Tampoco me extrañó escuchar hablar de cultura del esfuerzo, perseverancia, entusiasmo o energía emprendedora entre vítores a la monarquía, críticas a los impuestos y alabanzas abstractas a su querida España. Lo cierto es que en la Sala VIP previa al acto ya pude ver que eran todos viejos conocidos y buenos amigos. Y hablo en masculino porque las menciones a la igualdad y la presencia de mujeres brillaban por su ausencia, tanto que hasta la Vicepresidenta del Gobierno —nada sospechosa de ser una feminazi radical— tuvo que llamar la atención por la falta de empresarias premiadas.

Lo que sí me llamó la atención fue lo que se vivió tras las cámaras, en los corrillos y los cafés informales a lo largo de la mañana. Por ejemplo, muchos directivos del Banco Santander, anfitrión del acto, presentándose, haciéndose fotos, abrazándose e intercambiando teléfonos con Iván Espinosa de los Monteros. Parece ser que tienen amigos en común y se emplazan a una cena próximamente. Esto tampoco hubiera sido tan llamativo si no fuera por la disonancia que estaba sintiendo al ser yo la apestada y apartada cuando era él a quien hacía solo unas horas que el Tribunal Supremo había condenado por defraudar 63.000 euros de las obras de su chalé de cinco plantas, no de cuatro, como se empeñó en corregir de la forma más soberbia en el Congreso. 

Obviamente en este caso no está justificado que le retiren el escaño de diputado por una condena con pruebas, eso sólo se entiende cuando el caso es el de un diputado de izquierdas en base a una condena sin pruebas objetivas y en un proceso con toda esa ‘seguridad jurídica’ que tanto les gusta. Sin embargo, en mi ingenuidad todavía pensaba que, fuera quien fuera el condenado, una condena judicial generaría cierto rechazo, pero vi que, al menos en ese auditorio, no fue así. 

Mi sorpresa fue todavía mayor al ver el mensaje que un concejal del Ayuntamiento de Madrid del Partido Popular enviaba en su móvil. Pude verlo porque estaba sentado a mi lado y decía “a estos rojetes tenían que matarlos en el sótano”. La verdad es que desde el primer minuto en ese recinto la sensación que tuve fue violenta e incómoda, pero consideraba que era mi obligación estar ahí por la responsabilidad que ocupo.

En el espacio de la izquierda nos equivocamos si pensamos que sólo gestionando bien los recursos públicos vamos a poder transformar nuestro país

La prepotencia y el desdén que se respiraban en ese auditorio dejan una conclusión clara: la necesidad de que la izquierda dispute los espacios de poder en serio, asumiendo contradicciones e incluso eventuales castigos electorales pero teniendo claro para qué estamos aquí. Es evidente que la oligarquía financiera, el poder judicial o los grandes grupos de comunicación de nuestro país tienen más poder que muchos ministros y diputados elegidos democráticamente por la ciudadanía. Igual que Felipe VI se equivoca al posicionarse clara y únicamente como Rey de la derecha, en el espacio de la izquierda nos equivocamos si pensamos que sólo gestionando bien los recursos públicos vamos a poder transformar nuestro país

El Estado es mucho más que estar en el Gobierno temporalmente. Frente al irrefrenable deseo del poder económico, judicial y mediático, aliado con las derechas más rancias y extremistas, de reducirnos a una anécdota de la que reírse dentro de unos años, debemos tener vocación de permanencia. Y eso pasa por hacer efectivo en todas las esferas de poder el fin del bipartidismo que es ya una realidad en el arco parlamentario. Pasa por reclamar nuestro derecho a ocupar asientos en el Consejo General del Poder Judicial, pasa por tener espacios de comunicación donde también estén presentes nuestros marcos y mensajes para dar esa batalla cultural tan fundamental y pasa también por generar alianzas con un empresariado patriota, solidario y comprometido con su sociedad. 

España no es suya y no estaba representada en ese auditorio. Ahí dentro había muchas pulseras rojigualdas, muchas corbatas y mucha gomina, pero también muchas cuentas en paraísos fiscales y dinero evadido que podría pagar mejores servicios públicos para ese país que tanto dicen amar. Las mayorías sociales de nuestro país son gentes trabajadoras y empresarios que dirigen pequeñas y medianas empresas con grandes esfuerzos. Fabricantes, comerciantes, hosteleros, fontaneros, electricistas y peluqueros que contribuyen pagando religiosamente más de lo que les corresponde mientras el 1% del país que sí estaba representado en ese auditorio se lleva el dinero ganado en nuestro país a Suiza o a Andorra. No le pido al poder que quiera a la izquierda, pero sí que respete a España. 

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María Teresa Pérez es la Directora General del Instituto de la Juventud y Secretaria de Acción Institucional de Podemos.

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