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Las generaciones de la guerra y la postguerra nos necesitan urgentemente

Alejandro Joaquín Salado Monreal

Hay que remontarse al año 1936 para poder entender el contexto social en el que vivieron muchas de las personas que hoy necesitan ayuda urgentemente. España se veía inmersa en una de las situaciones más vergonzosas y crueles que se han dado en la historia. El país se dividía en dos bandos enfrentados dejando la friolera cifra de aproximadamente 540.000 víctimas, pero esta generación no solo vivió una guerra. Los estragos causados por esta hicieron que muchas personas vivieran una época que, como decía mi difunta abuela, “fue igual o peor que la guerra”. Esta postguerra daba pie a una dictadura que finalizó en 1975 y a una crisis económica que duró en su mayor apogeo hasta 1959. Todas estas situaciones conllevaron a un gran deterioro de las condiciones de vida de los españoles. Creció la miseria, aumentando el mercado negro y el retroceso más grave en los niveles de los últimos doscientos años. Todas estas situaciones dejaron una cicatriz abierta en las personas que las vivieron, de hecho tanto mis abuelos como cientos de personas que he cuidado, y así me lo han transmitido, fueron “niños de la guerra”.

Quizás el ser huérfano desde los siete años y haber crecido con mis abuelos paternos haya sido la semilla para que me sensibilice y tenga muy claro que, como sociedad, estamos haciendo un abandono de las personas que viven en la última etapa de sus vidas, y lo peor de todo, no estamos facilitando una muerte digna a miles de personas, ofreciéndolas como sociedad el abandono en un momento en el que se sienten muy frágiles y vulnerables, cuando deberían estar protegidos por sus seres queridos.

Dicen que la vida te va formando en el camino, y así ha sido en mi caso. Desde muy pequeño mi abuela tuvo que llevar a mi bisabuela (su madre) a una residencia por tener un Alzheimer muy avanzado. Desde muy joven tuve un contacto muy estrecho con el mundo de las residencias. Conviví con esta enfermedad tan atroz y destructiva, tanto para la familia como para la persona que la sufre. 

A los diecisiete años, en plena adolescencia y en un periodo muy breve de tiempo, mis abuelos sufrían dos altercados muy graves. A mi abuelo le dio un ictus, en el que por diferentes complicaciones tardaron mucho en darle asistencia sanitaria dejándole unas secuelas muy graves. Mi abuela sufría una caída que le repercutió en una rotura de cadera; por otro lado, tenía que asumir la situación de su marido, siendo  estas dos vivencias las chispas finales de sufrimiento que colapsaron su mente después de una vida muy dura. Mi abuela  nunca se levantaría, se cansó de luchar arrojando la toalla por no poder más. Sus últimos años de vida fueron una tortura. Decidió desconectar y dejar simplemente sus instintos más básicos (comer, beber, necesidades…), tardando diez años en consumirse, porque tenía mucho miedo a la muerte, pero sin ninguna motivación hacia la vida, incluso hacia sus seres más queridos.

Vivimos situaciones muy complejas dentro de las residencias. Sé que muchas de ellas fueron muy graves, pero nunca sabré qué sucedió en su totalidad. Mi abuelo estuvo estable dentro de la gravedad durante doce años, hasta que una noche su cuerpo-mente decidió apagarse. 

Desde muy pequeño he vivido la tristeza que marca la última etapa de nuestras vidas y los problemas que las familias tenemos cuando nos enfrentamos a ella. Decidí sacarme dos titulaciones oficiales (Técnico en cuidados auxiliares de enfermería y Técnico en atención sociosanitaria). Iluso de mí, estaba convencido de que desde dentro trataría de ayudar, aportar y devolver en forma de cuidados de calidad todo lo que yo había recibido por parte de una generación a la que le debemos todo: educación, progreso… y un sistema de bienestar que ellos nunca imaginaron que íbamos a disfrutar.

Como trabajador y profesional aguanté diez años muy duros. Finalmente decidí poner final a esta etapa que me estaba enfermando, ya que lo que estaba viviendo desde dentro de la residencia era peor que la mejor película de terror que una persona pueda imaginarse. Decidí exponer mi trabajo para poder ayudar desde fuera asumiendo las consecuencias económico-laborales que derivaban de esta actuación, una vez más sintiéndome abandonado por mis instituciones 

Después de estos años y de toda mi trayectoria profesional, cuatro meses antes de la pandemia, decidí denunciar muchas de las cosas por las que estaba pasando. Otra vez pequé de iluso, porque creía que mis instituciones, políticos y jurisprudencia tomarían cartas en el asunto, pero nunca fue así. El juicio se celebró con mucha celeridad y no me dieron la razón a pesar de que presenté numerosas pruebas. Asesorado por mi abogado y desde el desconocimiento, sólo podía denunciar lo que podía demostrar y tratar de rescindir mi contrato por malas prácticas. Tenía un montón de pruebas que por unos motivos y otros me aconsejaron no presentar. Recuerdo las palabras textuales dirigidas a los cuatro directores que hemos tenido y que fueron destituidos por diferentes motivos: “algún día algo gordo va a pasar”. Resaltar que nunca imaginé la gran hecatombe que se presagiaba. No podía más con los sentimientos y las emociones tan negativas que me estaban obligando a vivir injustamente. Desde mi conocimiento, profesión y muchas veces transmitido por los mismos residentes, sé que sufrían una situación muy injusta. El hecho de ser, en muchas ocasiones, siete gerocultores para casi ciento ochenta residentes afectaba directamente a la salud de las personas, no teniendo tiempo para asear, cambiar, alimentar e hidratarles adecuadamente. Quiero recalcar que cuando no hay personal suficiente, ocurren muchos situaciones que deberían ser castigadas: incumplimientos, descuidos, malas prácticas, falseo en los registros (hídricos, de deposiciones y alimenticios…), datos muy importantes que se rellenan por parte de los gerocultores para vigilar su salud y llevar un control. Todas estas situaciones son derivadas de la presión a la que estos están sometidos, castigados y perseguidos por parte de las directivas. Todas estas situaciones tan normalizadas en el sector y aberrantes sucedían de forma habitual y se alargaban en el tiempo, teniendo como consecuencia un deterioro progresivo y visible en la salud y la calidad de vida de las personas que supuestamente debíamos cuidar, llegando en muchas ocasiones a situaciones graves de deshidratación y desnutrición.

Con la entrada de la Covid todo reventó. Todos los problemas estructurales hacían que muchas personas llegaran muy debilitadas ante un virus que encontraba, en muchas ocasiones, unas residencias desorganizadas, con unos problemas muy serios en cuanto a personal, profesionalidad, higiene, limpieza y cientos de situaciones que aumentaban el poder de letalidad.

Por motivos de salud derivados de esta situación y de las diferentes presiones que recibía por parte de mi empresa, tuve que dejar de trabajar recomendado por mi médica, una persona que siempre recordaré por lo comprensiva y buena profesional que era. Mi sistema emocional colapsó, eran miles las noticias que ofrecían los medios. Era conocedor de todo lo que estaba pasando. Por otro lado estaba pendiente de la sentencia judicial ya que decidí seguir con el proceso, y aunque no me dieron la razón, decidí solicitar un recurso de súplica al Tribunal Superior de Justicia. Mientras tanto la situación era de extrema urgencia. En la época con más auge de la pandemia,  fallecieron allí cincuenta y dos personas  (dato solicitado a fiscalía).

El hecho de ser, en muchas ocasiones, siete gerocultores para casi ciento ochenta residentes afectaba directamente a la salud de las personas, no teniendo tiempo para asear, cambiar, alimentar e hidratarles adecuadamente

En el mes de junio de 2020, después de vivir las peores olas, el Tribunal Superior de Justicia me daba la razón a medias. Me dejaban rescindir mi contrato por malas prácticas, pero no reconocían moobing por parte de la empresa. Pero lo más grave de todo es que no comprendían la importancia de la situación en la que se encontraban miles de personas, cegándose a ver una realidad presentada en mi denuncia y en muchas de las interpuestas por los familiares y trabajadores. Desde mi opinión la justicia falló. Posiblemente fuera verdad que no sufriera moobing, sino actuaciones mucho peores y muy difíciles de creer.

Después de todo lo sucedido decidí investigar y di con muchas plataformas de familiares y trabajadores que sufrían situaciones muy parecidas a las mías, con un desenlace igualmente catastrófico. Nunca entenderé y aceptaré la pasividad de nuestras instituciones, políticos e incluso de nuestra sociedad. Producto de todo ello, decidí seguir luchando activamente involucrado con más de seis plataformas y un montón de gente que estamos remando hacia la misma dirección. Me leí el libro de Manuel Rico: ¡Vergüenza! El escándalo de las residencias, donde curiosamente hablaba del funcionamiento de estos grandes grupos. Uno de ellos era para el que yo trabajé. Decidí también leerme el libro de Alberto Reyero: Morirán de forma indigna, donde cuenta sus vivencias y las situaciones que como político y responsable de Asuntos Sociales tuvo que vivir, teniendo que dimitir por no estar de acuerdo con unas decisiones y unos protocolos emitidos en la Comunidad de Madrid de los que se sabía que iban a traer consecuencias atroces hacia las personas de las residencias

Después de todos estos conocimientos decidí tratar de contactar tanto con Manuel Rico como con Alberto Reyero, a los que tengo que agradecer mucho su implicación, así como a las cientos de personas con las que he tenido el placer de compartir esta lucha, como Roberto Martínez de BB Serveis y otras.

Mientras tanto y paralelamente, estaba con un proyecto personal que inconscientemente empecé en junio de 2020, y que terminé y edité en diciembre de 2022, dando como resultado el libro titulado Lodo y Fango en las Residencias. Después de recorrer diferentes caminos en esta lucha, informarme y saber de primera mano todo lo sucedido, decidí entrevistar a más de doscientas personas para así recoger trece testimonios más el mío. En este tiempo también conocí a Sara Tajuelo, escritora del libro La voz de las Almas Silenciadas, en el cual relata diez historias que son el eco de las personas mayores, cuyas vivencias son comunes en la mayoría de residencias, mostrando a la sociedad la necesidad de humanizar los cuidados como pilar fundamental. En agosto de 2023 y después de ver una noticia de una compañera en apuros (María Fernández), decidí escribír un artículo. Esta  persona estaba viviendo  una situación similar a la mía y empaticé de una forma muy profunda con ella y con su angustia.

Curiosamente el 9 de septiembre me encontraba en el salón con mi mujer, escribiendo este artículo, con la televisión de fondo con el programa Got Talent. De repente, oí la palabra residencias y dejé el artículo para prestar atención a una actuación, donde unos residentes mandaban un mensaje claro y muy profundo a la sociedad mediante poesía, en la cual la actriz y modelo Paula Echevarría, los demás presentadores y el público se emocionaban y lloraban por las palabras emitidas.

Ojalá Paula y todas las personas que tienen influencia en nuestra sociedad se unieran a nuestra lucha para tratar de concienciar y conseguir un cambio más que necesario.

Somos muchos remando hacia la misma dirección, pero por algún casual es una realidad que nos cuesta ver, aceptar y afrontar como sociedad. Se están dando excesivas situaciones muy negativas ante las que nos cegamos. Les estamos dando a  muchas empresas la responsabilidad de cuidar de las personas y gestionar sus hogares, siendo su único interés  el producir dinero aplicando una gestión sin escrúpulos, incumpliendo las normativas. Pero lo peor de todo es que no están siendo  adecuadamente vigiladas por las inspecciones y más aún: cuando muchas de ellas están reclamadas por trabajadores, familiares e incluso algún residente. Muchas de estas empresas están subvencionadas con dinero de todos los contribuyentes. Incluso el gran grupo para el que yo trabajé tuvo problemas en Francia, su país de origen, por no hacer las cosas correctamente, habiendo imputaciones e intervención del gobierno. No entendemos por qué esto se está dando en España. Están aprovechándose para enriquecerse de este abandono sistemático que como sociedad estamos ejerciendo sobre estas personas. Una sociedad se mide por la manera en que cuida a sus ciudadanos de edad avanzada. Exigimos que se investigue cada situación, cada fallecido y si su entorno tuvo que ver con  el empeoramiento y fallecimiento de miles de personas. Somos muchos los testigos y las víctimas de esta siniestra forma de cuidar a nuestros seres queridos. Es mucha la información que poseemos donde arroja cronológicamente todo lo sucedido en las residencias y creemos que deberíamos ser apoyados por todos los ciudadanos y por nuestras instituciones. Seguiremos luchando por que así sea y no nos silencien las manos negras que hay detrás de todo esto.

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Alejandro Joaquín Salado Monreal es técnico en cuidados auxiliares de enfermería y en atención sociosanitaria y autor del libro 'Lodo y fango en las residencias'.

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