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La guerra cultural entre Rusia y Ucrania

Emilio Menéndez del Valle

La región donde se ubica Ucrania –como otras en algunas partes de Europa– es un crisol de culturas y migraciones diversas. Putin, empeñado en negar esta realidad, afirma que Ucrania carece de historia, cultura e identidad propias, algo que ha sido incorporado al manual de Historia obligatorio para todos los estudiantes rusos de Secundaria, manual elaborado a gusto de las teorías “científicas” del sátrapa.

La cultura es también objeto de guerra. Por parte rusa, desde la invasión de Crimea en 2014 hay en marcha un proceso de rusificación que supone el acoso a la lengua ucraniana en Crimea y en las regiones ocupadas en la actual guerra y el ataque mediante bombardeos de tipo diverso a toda manifestación, expresión o representación de lo ucraniano, especialmente en Kiev, Jarkiv y Mariupol. A la fecha, hay documentados 1.600 casos de esta naturaleza que afectan a museos, bibliotecas, archivos, monumentos, iglesias y cementerios. En los territorios bajo su control, los libros en lengua ucraniana han sido eliminados y sustituidos por libros en ruso en todos los colegios, bajo el lema “Ucranianos y rusos constituyen un único pueblo”. 

A raíz de la invasión, de los crímenes de guerra y de lesa humanidad, la sociedad ucraniana considera la cultura rusa como extensión de su agresión militar

Es sin embargo Ucrania, sus instituciones y sus habitantes, quienes se hallan embarcados en una organizada y sistemática campaña de eliminación de la cultura rusa. A raíz de la invasión, de los crímenes de guerra y de lesa humanidad, la sociedad ucraniana considera la cultura rusa como extensión de su agresión militar. Imposible en este ambiente separar la cultura de la política, a pesar del llamamiento en ese sentido de distinguidos escritores rusos, varios de ellos perseguidos por Putin. Algún intelectual ucraniano se ha expresado en idéntica línea. Puede mantenerse que ha sido precisamente el sátrapa quien ha forzado a la sociedad ucraniana a considerar la cultura como arma de guerra. La actitud en contra de la cultura rusa se ha extendido por todo el país, a nivel oficial y de sus ciudadanos. Cientos de ellos entregan libros en ruso o sobre Rusia para ser reciclados o directamente quemados. De julio de 2022 a febrero de 2023 se habían reciclado en Kiev 150.000 volúmenes. Curiosamente, se contabiliza. Nadia Kibenko, librera, sarcástica: “No quemamos libros. Sencillamente les damos una segunda vida”. Por su parte, el pasado 5 de diciembre, el ministro de Cultura, Oleksandr Tkachenko, hacía un llamamiento para boicotear la cultura rusa, afirmando que “estamos librando una batalla civilizacional en la cultura y la historia”.

En 2019 se aprobó una ley “en apoyo del funcionamiento del ucraniano como lengua (única) del Estado”. En Jarkiv, este de Ucrania, a 35 kilómetros de la frontera de Rusia, de siempre abrumadora mayoría de la lengua rusa, las clases de ucraniano están a la orden del día. El ruso ya no se habla. Irina, ucraniana bilingüe: “He cambiado definitivamente al ucraniano para aliviarme del sentimiento de culpa que padezco”. 

Instituto Ucraniano de Sociología, diciembre de 2022: Los ciudadanos que usan la lengua ucraniana exclusivamente o la mayor parte del tiempo en la vida cotidiana han pasado del 49% en 2017 al 58% en 2022. El uso del ruso descendió del 26% al 15%. En el sector público, el 68% optó por el  ucraniano frente al 11% el ruso

El alma partida. Una vida entera dominando y manejando dos lenguas con toda naturalidad finaliza en dolorosa escisión. La responsabilidad histórica, amén de la judicial, de Putin es enorme. Pongámonos en el lugar de Volodymyr Rafeyenko, prestigioso intelectual y escritor nacido en Donetsk en 1969. Entre 1992 y 2018 escribió en ruso, publicó sobre todo en Rusia, considerado ilustre representante de la literatura rusa, galardonado con varios premios literarios rusos. En 2014 se mudó a Kiev, perfeccionó el ucraniano y publicó varias novelas en esa lengua. Rafeyenko, entrevistado en “Literary Hub”, cuenta que deseaba haber sido un escritor bilingüe y publicar en ambas lenguas, pero que todo cambió para él desde la invasión rusa de febrero de 2022: “El genocidio, los asesinatos de niños y adultos, las violaciones, las torturas, la destrucción de iglesias y museos, guarderías y colegios. Crueldad bestial inimaginable. Todo ello será directamente conectado con la lengua rusa. Nada se puede hacer al respecto. La lengua rusa en su totalidad ha devenido obscena, ha traspasado los límites del discurso humano decente. En estos días, si me veo obligado a usarla en alguna comunicación privada, me embarga siempre un sentimiento de repugnancia y vergüenza, culpa y dolor físico “. Líneas arriba he reproducido el sentir de Irina, sencilla ciudadana, forzada a cambiar al ucraniano “para aliviar el sentimiento de culpa que padezco”. Refeyenko convierte ese sentimiento en pieza literaria que sin duda impacta en las mentes de miles de lectores.

Aleksey Arestovich, entre diciembre de 2020 y enero de 2023 asesor de la Presidencia de la República ucraniana, es una voz discordante que en este tema clama en el desierto. Sostiene que la lengua rusa debe ser preservada y utilizada porque, después de la guerra, puede ayudar a convertir a Ucrania en centro de la diversidad cultural europea. Ciertamente y de algún modo hay raíces comunes que podrían cimentar la pretensión de Arestovich. Tchaikovsky (1840-1893) y Stravinsky (1882-1971) tienen raíces ucranianas. Bulgakov (1891-1940), escritor, dramaturgo y médico soviético, autor de El maestro y Margarita, nació en Kiev y Joseph Conrad (1856-1924) lo hizo en la localidad ucraniana de Berdichev, a 144 kilómetros de Kiev. No parece verosímil sin embargo que tal tendencia pueda prosperar. No al menos mientras dure la guerra y Kiev no consiga los objetivos que se propone. No mientras no cambien los sentimientos hacia Moscú de la mayoría de la población: en mayo de 2013, el 80% de los ucranianos tenían una actitud positiva hacia Rusia. En mayo de 2023, sólo el 2%.

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Emilio Menéndez del Valle , Embajador de España.

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