Los ideales democráticos de 'Cuadernos para el diálogo'

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Félix Santos

Se cumple en este mes de octubre el 60 aniversario de la creación de la revista Cuadernos para el diálogo, una de las más vigorosas raíces de la España democrática. Los aniversarios son una ocasión excelente para traer al presente acontecimientos del pasado que el transcurso del tiempo tiende a olvidar. Conocemos la furia destructiva del paso del tiempo. Juan Goytisolo lo comparó con “un jinete ciego que nadie puede descabalgar, que arrasa a su paso cuanto parecía duradero, transforma el paisaje, reduce los sueños a cenizas.

Hay que reconocer que, a pesar del prestigio de la revista como símbolo cultural y político del antifranquismo y a pesar de  la admiración y del reconocimiento de la generación que la leyó en aquellos oscuros años de la dictadura, lo cierto es que 60 años después las generaciones más jóvenes la desconocen, o a lo sumo algún débil eco les ha llegado. Por ello, hay que felicitar a la Universidad de Salamanca, a su Departamento de Historia Contemporánea que dirige la profesora María Paz Pando Ballesteros, por haber organizado, como trabajo de recuperación de la memoria,  un Congreso sobre la revista Cuadernos para el diálogo que se desarrollará durante los dias 17, 18, 19 y 20 de este mes de octubre. Es una iniciativa importante que pondrá claridad y conocimiento en la porfiada batalla sobre la memoria histórica que se viene desarrollando en nuestro país. Se trata de  una controversia encarnizada porque, como ha señalado el filósofo Reyes Mate, “si las batallas sobre la memoria son tan encarnizadas es porque en el pasado están las claves del futuro, de ahí el empeño que tienen los dominadores de antaño en controlar el pasado para evitar que despliegue hoy su capacidad subversiva.”

Es bien necesario combatir la desmemoria, entre otras razones porque la experiencia nos muestra que en los países europeos que pasaron por períodos dictatoriales, el renacimiento de opciones de extrema derecha está siendo más fácil cuando se ha impuesto la amnesia histórica o la tergiversación del pasado. Como ha señalado el profesor Josep María Vallés:  “Cuanto menos conocimiento objetivo se tenga de nuestro pasado, menos costará propiciar una repetición actualizada de sus episodios más prolongados y negativos”. “El hecho de reconocer honestamente el peso de un pasado sucio –ha señalado el historiador Alvarez Junco–, puede actuar como vacuna preventiva que ponga a raya la tentación de regresar a un pasado donde derechos y libertades han estado sometidos a las arbitrariedades del poder.”

Lo que hizo que la aparición de Cuadernos fuera un hecho muy singular fue que se propusiera, en pleno franquismo, nada menos que cambiar el rumbo histórico del país,  transformando la dictadura en democracia  por vías pacíficas, mediante el diálogo. La palabra diálogo que figuraba en la cabecera de la revista expresaba ya una actitud y un credo político: la fe en la democracia. La cosa era bien simple: la revista reclamaba la práctica del diálogo frente al monólogo impuesto por los vencedores de la guerra civil. Eso era, en aquellos años, un insólito atrevimiento. Porque todavía estaba vigente la censura previa impuesta por los sublevados durante la guerra. Una ley de guerra, del año 1938, que 25 años después, en 1963, seguía vigente. Las informaciones y las opiniones que se permitían circular estaban previamente controladas por el Estado.

Una mirada a la España de entonces, la de los años 60 y primera mitad de los 70, nos evidencia que proclamar el propósito de cambiar de rumbo al país o era una entelequia o una gran temeridad. Se vivía bajo una dictadura liderada por un militar, victorioso en la guerra civil, una dictadura que había prohibido los partidos políticos y los sindicatos libres, solo estaba permitido el partido único Falange Española de FET y de las JONS, convertido en Movimiento Nacional, y el Sindicato Vertical. También estaban prohibidos los derechos de asociación y de reunión, el derecho de manifestación, el derecho de huelga y el derecho a la libertad de información y de expresión. En definitiva, estaban prohibidos los derechos humanos. Todos esos derechos estaban perseguidos, reprimidos brutalmente por la policía, por la jurisdicción militar o por el Tibunal de Orden Público. Numerosos dirigentes sindicales o políticos y numerosos estudiantes se hallaban en las cárceles por haber participado en alguna manifestación de protesta o en alguna huelga o acusados de asociarse clandestinamente. Y seguían en el exilio miles de españoles que habían abandonado España al término de la guerra civil. De modo que aparecer en los quioscos propugnando la creación de un país integrador, en el que se respetasen los derechos humanos, un país en el que cupieran todos los españoles, de todas las ideologías y creencias, de los diversos territorios, del interior o del exilio, era algo verdaderamente insólito y revolucionario. 

En aquellas circunstancias, los propósitos de la revista a muchos les pareció un sueño imposible, una ingenuidad, algo abocado al fracaso. Pero Joaquín Ruiz-Giménez tenía la convicción de que, según su propia confesión, “si empleábamos un lenguaje no agresivo pero suficientemente sugeridor de perspectivas nuevas y que la publicación fuera un lugar de encuentro muy plural, donde hubiera personas dentro de un común denominador –no reaccionarios, para entendernos–, de talante democrático, de esperanza de que en España pudiera haber algún día una democracia, entonces fue cuando yo empecé a reunir a un pequeño grupo de personas en mi domicilio”

El editorial que presentaba el primer número de la revista, titulado  “Razón de ser” proclamaba el propósito de “crear entre todos, no por imposición violenta, sino por libre y fraterno diálogo, una morada colectiva integralmente humana y definitivamente reconciliada.”  Proclamaba como propósito de la nueva publicación: “la sugestiva empresa de transformar el silencio resentido, el monólogo narcisista o la polémica hiriente en alta y limpia comprensión de los hechos concretos y de las razones ajenas, y en fecunda invención y ensayo de nuevas fórmulas de convivencia”. 

Quienes procedemos de una tradición de lucha por la democracia vemos con inquietud esta deriva de la vida pública española

No se podía expresar con menos palabras y con más claridad el repudio de lo que había sido la guerra civil, el repudio de lo que era la dictadura y la voluntad de instaurar la democracia.     

Así empezó su andadura Cuadernos para el diálogo. Desde aquél otoño de 1963, número a número, mes a mes, la revista, vigilada y muy mutilada con frecuencia por los censores, iría proyectando sobre la opinión pública española la cultura democrática. 

Quienes impulsábamos la revista sabíamos que el camino era largo. Pasaban los meses, pasaban los años y la dictadura seguía ahí, parecía inacabable. Pero la revista también seguía, con tenacidad, batallando incansablemente, denunciando las injusticias del Régimen, la conculcación de los derechos humanos, la simulación de un Estado de derecho en realidad inexistente.

No fue un trabajo baldío, porque los ideales democráticos difundidos por Cuadernos para el diálogo triunfaron en lo esencial con la Transición y con una Constitución, la de 1978, consensuada por primera vez en nuestra historia, y refrendada por una rotunda mayoría de la ciudadanía. Si bien es cierto, también, que el triunfo de aquellos ideales democráticos de Cuadernos se vio, en algunos aspectos, frenado y limitado por la losa de cuarenta años de dictadura y por la continuidad de los franquistas –jueces, policías, militares, docentes, altos funcionarios–, bien instalados en los aparatos del Estado. 

Pasados los años, el ambiente de concordia logrado en la Transición (con la dolorosa excepción  de ETA) se ha ido deteriorando al filo de las pugnas de los partidos políticos por el poder. Ya en los años 90, los dirigentes conservadores, impacientes por recuperar el Gobierno de la Nación, se lanzaron a utilizar maneras y estrategias políticas que se alejaban del juego limpio exigible en una democracia.

En los últimos años, de manera acentuada en las recientes campañas electorales, esas estrategias de confrontación y crispación, los excesos verbales de unos y otros,  de unos más que de otros, han llegado a crear un clima político irrespirable. La utilización sistemática de un lenguaje descaradamente agresivo, el bloqueo de Instituciones como el Consejo General del Poder Judicial, en propio beneficio, la difamación despiadada de los adversarios, las descalificaciones hirientes, los insultos y la siembra de la discordia, han enlodado los debates públicos y el clima civil de nuestra democracia.  

Quienes procedemos de una tradición de lucha por la democracia vemos con inquietud esta deriva de la vida pública española. El ambicioso objetivo de Cuadernos para el diálogo de construir un país tolerante, en el que los conflictos se resuelvan mediante el diálogo respetuoso, se ha alejado, lamentablemente, de nuestra actual realidad.

Pero los ideales democráticos defendidos por Cuadernos para el diálogo, rescatados del olvido, debieran seguir siendo un impulso moral que interpela a la generación que gobierna el país, o que aspira a gobernarle, y a las generaciones más jóvenes llamadas a protagonizar el futuro.

Lograr una época de mayor calidad democrática, más humana y más justa, una época que liquide la antiquísima y fatal discordia y las insufribles desigualdades, legado por el que luchó Cuadernos para el diálogo, sigue siendo un reto cuya fuerza creadora fue, en los años en que se publicó la revista, y debiera seguir siéndolo, la fe en un mejor destino común.

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Félix Santos, periodista y escritor, fue director de 'Cuadernos para el diálogo' de 1968 a 1976. Es autor del libro Cuadernos para el diálogo y la morada colectiva, Postmetrópolis,  2019)

Se cumple en este mes de octubre el 60 aniversario de la creación de la revista Cuadernos para el diálogo, una de las más vigorosas raíces de la España democrática. Los aniversarios son una ocasión excelente para traer al presente acontecimientos del pasado que el transcurso del tiempo tiende a olvidar. Conocemos la furia destructiva del paso del tiempo. Juan Goytisolo lo comparó con “un jinete ciego que nadie puede descabalgar, que arrasa a su paso cuanto parecía duradero, transforma el paisaje, reduce los sueños a cenizas.

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