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La India ha renegado del Mahatma Gandhi

Emilio Menéndez del Valle

Según previsiones de la ONU, la India se convertirá en este mes de abril en el país más poblado del planeta: 1.426 millones de personas. Superará a China, aunque no en complejidad. Ambos megaestados son extraordinariamente complejos. Hoy me ocupo de India, ese micro (?) cosmos federal compuesto por 28 Estados y ocho territorios donde coexisten 22 lenguas oficiales diferentes y con el hindi y el inglés como idiomas oficiales a nivel federal, que no todos conocen. Otras lenguas se utilizan de forma exclusiva en algunos de los Estados y algunas, denominadas minoritarias, son usadas por más de cien millones de hablantes. Citaré solo alguno de los idiomas establecidos distintos del hindi, por ejemplo el bengalí, común a 250 millones de personas y que Tagore utilizó para escribir el himno de India. El urdu es otra lengua importante, asentado en el Punyab, fronterizo con Pakistán, que obtuvo la independencia del Raj inglés, como India, en 1947. Unos 235 millones de personas lo hablan en uno y otro país. El sánscrito, lengua ancestral, ceremonial a nivel federal (de uso similar al que se da al latín y al griego en Occidente), está malherido pues solo lo utilizan unos 800.000 hablantes.

Avezados clasificadores describen a la India como “la mayor democracia del mundo”. La mayor, pero no la mejor. ¿Democracia con tintes autoritarios? Mucho más que tinte. Un baño completo. Sagarika Ghose, del Times of India, se refiere al actual primer ministro, Narendra Modi, como “autócrata electo cuya forma de gobierno centralizado y culto a la personalidad ha erosionado las instituciones”. Matizo de nuevo. No solo Modi las erosiona, las pone a su servicio. ¿Independencia judicial? La Constitución laica de 1950 es vituperada por miembros del partido del primer ministro. El principal impulsor de la Carta fue el prestigioso constitucionalista Babasahed Ambedkar (1891-1956), quien -en línea con la filosofía y actitudes políticas del Mahatma Gandhi- propició el secularismo del Estado y se opuso a la configuración de religiones oficiales, incluida la de la mayoría hinduista. Decía que en una democracia las minorías deben sentirse seguras (los artículos 29 y 30 protegen sus derechos). Ambedkar formuló disposiciones en pro de la igualdad de todos ante la ley (el artículo 15 veta todo tipo de discriminación y el 17 elimina la casta de los intocables). No todos esos propósitos se han materializado en la India de Narendra Modi.

En esta India, la libertad de expresión sufre acoso y el Gobierno permite y en ocasiones propulsa una suerte de limpieza de la memoria: se eliminan los nombres, rótulos, de calles, edificaciones, estaciones de ferrocarril, asociadas con la comunidad musulmana (210 millones de súbditos, más bien que ciudadanos) o con el Partido del Congreso (el de Ghandi y Nehru que gobernó antes del ascenso de Modi). Se reescribe la memoria histórica: los dirigentes musumanes históricos fueron crueles saqueadores; se niega el papel del Mahatma y del Partido del Congreso en el proceso que condujo a la independencia de la India en 1947. O se procede a la demolición de las viviendas de musulmanes acusados de delitos menores, al estilo de lo que llevan a cabo las autoridades israelíes en los territorios palestinos ocupados. En definitiva, hay en marcha una creciente erosión de los valores y principios democráticos.

En esta India, la libertad de expresión sufre acoso y el Gobierno permite y en ocasiones propulsa una suerte de limpieza de la memoria: se eliminan los nombres, rótulos, calles, edificaciones, estaciones de ferrocarril, asociadas con la comunidad musulmana

Ciertamente, se celebran elecciones democráticas en el país. En las de 2014 la formación de Modi, el Bharatiya Janata Party (BJP), obtuvo mayoría simple, pero en las de 2019 se hizo con la absoluta: 303 de los 542 escaños. El histórico Partido del Congreso, hundido por la corrupción, desorganización y frágil liderazgo, consiguió 50. El BJP proclama que la India ha sido una nación hindú desde tiempos inmemoriales y diputados del mismo consideran a Nathuram Godse, el asesino de Ghandi, un patriota. Y diputados del BJP participan en los homenajes en honor del asesino que tienen lugar ante estatuas del mismo erigidas en diversos Estados de la República. La más famosa se halla en la ciudad de Meerut, Uttar Pradesh, a pocos kilómetros de Nueva Delhi, cuna del inicio en 1857 de la rebelión contra la Corona. En el discurso de inauguración, los promotores no ocultaron sus propósitos: “Es hora de que todos los indios dejen de seguir los pasos de Gandhi y comiencen a venerar a Godse”.

Un reciente episodio revalida la fragilidad de la democracia india. En enero la BBC produjo un reportaje (The Modi question) sobre la muerte de más de mil musulmanes en los disturbios ocurridos en 2002 en el Estado de Gujarat, del que Modi era jefe de Gobierno. El informe es demoledor. Hace evidente que la ideología de primacía hindú del BJP ha infiltrado la justicia y los medios de comunicación, extendiendo el clima de que los musulmanes pueden ser agredidos con impunidad. La BBC, sobre los sucesos de 2002, dice textualmente lo siguiente: se trató de una “campaña sistemática de violencia con todos los trazos de limpieza étnica”; “el objetivo era expulsar a los musulmanes de las áreas hindúes”; “tuvieron lugar numerosas y sistemáticas violaciones de mujeres con el fin de aterrorizar a la población”; “tales daños no habrían podido producirse sin el clima de impunidad creado por el Gobierno del Estado de Gujarat. Narendra Modi es directamente responsable”. El informe de la BBC incorpora una investigación de la Unión Europea que afirma: “ministros del Gobierno BJP de Modi en Gujarat participaron activamente en la violencia y se instruyó a altos mandos policiales para que no intervinieran en los disturbios”.

Por supuesto la reacción del Gobierno indio, expresada el 19 de enero por un portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores, se ajusta a las pautas habituales en casos similares: “Se trata de una pieza de propaganda encaminada a impulsar una narrativa de descrédito. Los prejuicios, la falta de objetividad y la mentalidad colonial son claramente visibles”. Se desconoce si el primer ministro británico, Rishi Sunak, de origen indio, ha realizado algún comentario sobre este particular. La BBC ha ofrecido al Gobierno de Nueva Delhi espacio para replicar, oferta no atendida. El documental británico ha sido prohibido en la India y bloqueada su emisión en YouTube y otros medios.

La India accedió en diciembre de 2022 a la presidencia del G20. Durante un año tendrá oportunidad de sugerir y coordinar acciones en beneficio de los habitantes del planeta y de este mismo. Al iniciar ese período el Gobierno difundió en numerosos medios internacionales sus propósitos bajo el título “Una globalización humana”. En mi opinión, se trata de un sarcasmo, muestra de cinismo y demagogia. El lema escogido -del sánscrito Vasudhaiva kutumbakam- es “El mundo es una familia”, entendido como “Un planeta, una familia, un futuro”. Entre otros puntos, el manifiesto asegura que “la India contribuye al ADN fundacional de la democracia. El consenso nacional en la India, como madre de la democracia, no se forja por decreto, sino fundiendo millones de voces libres en una melodía armoniosa”. Y añade: “Para sanar nuestro planeta fomentaremos estilos de vida sostenibles y respetuosos con el medioambiente, basados en la tradición india de custodia de la naturaleza”. Se da la circunstancia de que en 2018 el Indice de Desempeño Ambiental, copatrocinado por las universidades de Yale y Columbia, situaba a la India en el puesto 177, con un alarmante deterioro de la calidad del aire, con ciudades de las más contaminadas de ese planeta a defender y con los ríos Ganges y Yamuna hiperpolucionados. El manifiesto finaliza con “Trabajemos para crear un paradigma de globalización centrada en los seres humanos”. ¿Incluidos los que profesan la religión musulmana?

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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España

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