La ley de concordia: un homenaje al golpismo

Alfons Cervera

… este silencio macizo / que hasta en las frondas se acuesta…

Miguel Hernández

Desde el 12 de abril de 1931 que no paran de marear. Ese día las elecciones municipales dieron el triunfo a las fuerzas republicanas. El rey Alfonso XIII tuvo que salir al exilio. Casi noventa años después, su nieto Juan Carlos I afana la pasta que puede (o sea, mucha) y se escapa a Abu Dabi. Como El Dioni a Brasil muchos años antes, pero sin la nobleza literaria del delincuente civil y sin que nadie lo ponga en busca y captura, como hacían con los proscritos más famosos en los tiempos de Billy el Niño o Bonnie y Clyde. De casta le venía al galgo. Ahora tenemos al bisnieto y, si la cosa no se tuerce (espero que sí), será la tataranieta la que sea coronada reina de todas las Españas cuando el mundo se haya convertido en el planeta de los simios. Después de esta introducción para ambientar el relato con una miaja de historia, voy a lo que iba. O sea, a escribir algo sobre lo que el PP y Vox llaman Ley de Concordia. La cosa no viene de ahora. En los tiempos de Pablo Casado, antes de la extinción de los dinosaurios, esa ley ya estaba en la mente de la derecha y la extrema derecha. En 1931 empieza su andadura la Segunda República y no mucho después los cuarteles ponen a afilar los sables, las derechas políticas se aprestan al acoso y derribo y los dueños de casas y de haciendas ponen sobre la mesa de los futuros golpes billetes de a millón, como los que usaba Santiago Bernabeu para encender puros en Adivina, adivinanza, una de las mejores canciones de Joaquín Sabina y no sé si también una de las menos conocidas.

La Segunda República resistió como pudo las embestidas de tanto enemigo dispuesto a hacerle el harakiri. No fue un paseo bucólico el que señaló su tortuoso y a ratos confuso itinerario. Aciertos de profundo calado y meteduras de pata para enmarcar jalonaron una existencia que llegó a febrero de 1936 y con el triunfo del Frente Popular alcanzaba a la vez un éxito crepuscular y el inicio de la jubilación forzosa. El 18 de julio de ese mismo año, militares, gente de posibles y las derechas políticas se levantaron contra la República en un golpe de Estado que fracasó y dio paso a la guerra larga. Tres años. Hasta que en abril de 1939, con la ayuda de nazis alemanes y fascistas italianos, los golpistas ganaron la guerra y lo que llegó no fue la paz sino la victoria. Casi cuarenta años de una de las dictaduras más elocuentes, expresivas y eficaces de la crueldad contemporánea.

En realidad, al PP y Vox les importa un pito la historia. Lo que les importa de verdad es que la Segunda República sea la culpable de todos los males que le han pasado a este país desde el 12 de abril de 1931 hasta ahora mismo

Tantos años después de aquella guerra, los herederos de los vencedores la quieren seguir ganando. Como sea. Con la artillería mediática. Con las amenazas constantes del apocalipsis si no ganan las elecciones. Con los cuentos chinos en vez de con la historia. Y también con las leyes. Por eso, en aquellos sitios donde gobiernan juntos PP y Vox, sustituyen la Ley de Memoria Democrática por la Ley de Concordia. Desde 1931, y si no gobiernan las derechas, marean la perdiz para acabar con todo lo que huela a democracia. Por eso les gustaba y les sigue gustando la dictadura franquista: como no había elecciones, siempre ganaban ellos. La Ley de Concordia alarga su espectro desde 1931 hasta casi ahora mismo. El gobierno valenciano de PP y Vox lo ha dicho claramente: “Hemos considerado que tiene que ser desde 1931 para que se incluyan, si existieran, las víctimas de la violencia revolucionaria del Frente Popular”. Menuda panda de ignorantes: ¿nadie les ha dicho que el Frente Popular es de 1936 y que lo de 1931 es el comienzo de la Segunda República? En realidad, al PP y Vox les importa un pito la historia. Lo que les importa de verdad es que la Segunda República sea la culpable de todos los males que le han pasado a este país desde el 12 de abril de 1931 hasta ahora mismo. También lo han dicho los del gobierno valenciano: la Segunda República fue un golpe de Estado contra la democracia. Y se quedan tan anchos. Al final, la conclusión a que nos lleva esa Ley de Concordia es clara: negar el golpe de Estado contra la República y esconder la carnicería que fue la dictadura franquista. Recuerden las palabras de Santiago Abascal: “Somos la voz de aquellos que tuvieron padres en el bando nacional”. Ahora la Ley de Concordia rendirá homenaje a esos padres y a los militares golpistas del 18 de julio de 1936.

No saben qué hacer para que la democracia se convierta en un juguete roto. Decimos que es Vox el que ahonda en la fractura democrática y en sus querencias franquistas. ¿Y el PP? En aquellos sitios donde gobierna sin Vox hace prácticamente lo mismo. Nunca ha mostrado ningún acercamiento a la justicia, a la verdad y a la reparación de las víctimas de la dictadura. Y nunca es nunca. Recuerden lo orgulloso que estaba Rajoy cuando anunció que no destinaría un solo euro a las exhumaciones. Lo mismo podemos decir de las víctimas que cayeron bajo el golpe de Estado y, a partir de ahí, allá donde entraban triunfantes las tropas rebeldes. No olvidemos la soflama del general golpista Emilio Mola: “Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros”. Esas mismas soflamas salieron de las boquitas armadas hasta los dientes de militares que como Queipo de Llano, Yagüe y tantos otros llevaban los uniformes con más manchurrones de sangre que los protagonistas de La matanza de Texas.

La Ley de Concordia es un nuevo regreso a los tiempos oscuros del franquismo. Demasiadas veces tengo la puñetera sensación de que no nos hemos movido de ahí. Es como una pesadilla, como si muchos días viviéramos más en un relato de Lovecraft o Allan Poe que en nuestra propia vida. Los versos de Ángela Figuera Aymerich: “Han sido largos años / de morderse los puños y la lengua”. Eso es lo que pretende la nueva Ley de la Discordia. Que sigamos mordiéndonos mucha gente los puños y la lengua. Y no lo van a conseguir. Pronto llegará el 14 de abril y estaría bien que en las instituciones donde no gobiernan las derechas y en las calles se celebraran a lo grande actos con la memoria puesta en aquella República que no era la revolución, claro que no, pero que, con todos los aciertos y errores que ustedes quieran, se abrió a un mundo en que la libertad, la igualdad y la lealtad a los más hondos y nobles valores humanos fueran posibles. Ahí, en ese mundo, nos encontraremos siempre. Que lo sepan los de los nuevos y los viejos fascismos. Como cantaba Raimon: “en som molts més dels que ells volen i diuen”. Sí, somos más de lo que a esos fascismos les gustaría. Nos vemos el domingo 14 de abril. Cada cual allá donde esté, ¿vale? Pero nos vemos.

Alfons Cervera es escritor. Acaba de publicar nueva novela, 'El boxeador', editada por Piel de Zapa.

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