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Mentiras sobre clima, modelo productivo y empleo

Francisco Javier López Martín

Abundan los anuncios en los que una empresa, un grupo de empresas del mismo sector o un consorcio de empresas de lo más variadas anuncian su irrevocable compromiso con el medio ambiente y contra el cambio climático. Unos plantan un árbol si les entregas un móvil viejo y compras uno nuevo, otros reparten donativos a las más diversas causas, o plantan miles de árboles que en unos años serán cortados a cambio de cuantiosos ingresos.

Da igual que se trate de empresas energéticas que, como todos sabemos, andan contaminando los más recónditos rincones del planeta o deforestando las ya no tan inmensas masas forestales. O puede que sean empresas de transportes que contaminan como si no hubiera mañana o grandes fondos de inversión que maximizan beneficios al tiempo que minimizan esfuerzos para proteger el medio ambiente o la estabilidad social del planeta.

Miles de líderes sindicales o indígenas son acribillados a balazos por paramilitares bien pagados, por defender empleos decentes, el agua o los recursos naturales, mineros o forestales de los lugares donde viven, ya sea Brasil, el Congo, Colombia o la India.

Grandes corporaciones que salvan su imagen ante nosotros tranquilizando nuestras conciencias. Podemos seguir consumiendo sin parar, al tiempo que ellos siguen ganando dinero a espuertas. Basta comprar un coche eléctrico para que todos dejemos de preguntarnos de dónde sale la energía eléctrica que alimenta el motor o cuánta sangre han bañado los raros componentes que necesita su batería, su pantalla táctil, sus faros, sus lunas o su ordenador.

La crisis del 2008, aún no bien digerida, el cambio climático que deberíamos interpretar como una sucesión imparable de episodios de clima extremo y la pandemia desencadenada en 2020 deberían permitir que viéramos el mundo con otros ojos. Pero las grandes corporaciones han desarrollado una estrategia de enmascaramiento que permite que creamos que protegen el medio ambiente, incluso cuando los precios de la luz, el gas o el petróleo se disparan descontroladamente para nosotros y de forma bien programada para ellos.

Nuestro sistema de vida, económico, político, social, debe cambiar. Es una evidencia, por mucho que nos guste que nos cierren los ojos con su publicidad y nos tapen los oídos con sus cantinelas. Debe cambiar nuestro trabajo porque está siendo utilizado para precarizar nuestras vidas, acrecentar las desigualdades y destruir los territorios donde vivimos.

Los empleos decentes sólo pueden basarse en un nuevo sistema productivo que no tiene que ver con pretendidas y falsas descarbonizaciones. No existe eso que llaman capitalismo verde. No existen las tecnologías capaces de sustituir a la naturaleza por nuevos inventos, porque producir esas nuevas tecnologías exige unas inversiones de dinero, la utilización de materiales y el consumo de una energía que están fuera de nuestro alcance.

El horizonte de futuro y supervivencia de la especie humana pasa por reducir el consumo energético y de recursos materiales, al tiempo que repartimos el trabajo y la riqueza existente. El futuro sólo es viable si somos capaces de combatir la desigualdad y asegurar la calidad de las vidas humanas y de la vida en el planeta.

Muchos de estos cambios serán imposibles si muchas de las actividades actuales, contaminantes, extractivas, destructoras de recursos esenciales, no son abordadas desde procesos de transición justa que cuentan con el apoyo de las personas que tienen que sufrir esos procesos de transformación, a cambio de mejores procesos de distribución de la riqueza, una fiscalidad más justa o la creación de nuevos empleos y formas de ganarse la vida.

El actual modelo productivo, basado en la obsolescencia programada, la destrucción de los recursos, la explotación de las personas trabajadoras, la deslocalización y el traslado barato de productos por todo el planeta, tiene los días contados. Se puede producir en la proximidad, en entornos cercanos, con empleos locales cualificados y de forma respetuosa con el medio ambiente. Se puede y se debe, porque en ello nos va la vida humana sobre el planeta.

Siempre que afrontamos cuestiones irresolubles, o de difícil solución, políticos y tertulianos nos dicen que es un problema cultural, de formación de conciencias, un problema educativo que hay que resolver en los colegios, en los institutos, en las universidades, pero eso es otra mentira.

La actual cultura de consumo y derroche de recursos es una cultura del dios dinero, el hedonismo y el egoísmo que se asientan en la falsa idea de los recursos infinitos y la riqueza sin límites. Una cultura que las instituciones educativas, los medios de comunicación o las organizaciones políticas reproducen con ligeros matices.

Por eso, el cambio es cultural, claro que sí, pero el impulso transformador debe venir del conjunto de la sociedad, de las empresas, los trabajadores organizados, las instituciones educativas y culturales, las fuerzas políticas o las organizaciones sociales.

Estamos aún lejos de que la difusa necesidad de vivir de otra manera se transforme en voluntad de cambio de la economía, la vida y el empleo. Estamos lejos de aceptar el compromiso y el reto de dar la batalla por nuestra propia supervivencia. A fin de cuentas es mentira eso de salvar al planeta, porque el planeta seguirá adelante con o sin nosotros.

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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013.

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