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No te fíes de los economistas

Francisco Javier López Martín

Cada vez es más cierta la afirmación del sabio Sócrates,

-Sólo sé que no sé nada.

Cada vez soy más consciente de mi propia ignorancia.

Por eso, tal vez, me asombro día sí, día también, cuando compruebo que muchos tertulianos, expertos, economistas y políticos, anuncian la muerte del neoliberalismo. No me lo puedo creer, aunque tampoco creo a aquellos otros que afirman que el dichoso neoliberalismo sigue adelante y goza de magnífica salud.

Cualquier sistema que no es capaz de encontrar la vía para que cuantos han confiado en él se sientan integrados y medianamente satisfechos en el día a día, está emprendiendo su irremisible camino hacia la extinción. Renovarse o morir, y el capitalismo parece que ha emprendido un camino de renovación hacia ninguna parte.

El presidente del imperio mundial, Joe Biden, quiso marcar tendencia y comenzó anunciando amplios programas sociales, nuevas infraestructuras y una apuesta por la transición hacia una economía verde. Todo aderezado con mejores cadenas de aprovisionamiento y muchos empleos en una industria reflotada.

Por el momento parece que el intento no se ha abandonado, pero menos verde y con más manufactura militar y guerrera de la que nadie hubiera pensado. El nuevo pensamiento económico fraguado en la capital del imperio no ha abandonado los principios generales del neoliberalismo que se hizo con los mandos allá por los años 80 del siglo pasado, dando por muerto el paradigma keinesiano y su intervencionismo estatal. 

Las grandes corporaciones toman decisiones sin atenerse a otros principios que sus beneficios disparatados y el resultado es el de unas economías inestables, que crean desigualdad, construidas sobre nubes de mercados financieros.

Economías, sociedades incapaces de responder a los retos mundiales actuales. Incapaces de solucionar el gobierno de la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías, el cambio climático, crear inclusión y no desintegración, marginalidad, desigualdad.

Los nuevos economistas salidos de los centros educativos han bebido el brebaje del poder de los mercados, que son capaces de crear crecimiento económico infinito, prosperidad creciente y progreso para todos, en todo el planeta. Todos los mortales sabemos que eso es mentira, pero ellos lo siguen repitiendo incansablemente, como conversos al fundamentalismo ultraliberal.

He visto a jóvenes adolescentes de instituto defender la indemostrable verdad de que las subidas de los salarios son los causantes principales de la inflación, o que los altos beneficios empresariales, incluso especulativos, crean empleo.

La Filosofía ha pasado a un segundo plano educativo, para desgracia no sólo de los filósofos, sino de nuestra propia capacidad para situarnos de frente ante la vida

Los programas de enseñanza de la economía en los centros educativos se han transformado directamente en enseñanza de economía empresarial. Nuestros adolescentes intentan entender cada vez menos esas otras inútiles preguntas,

-¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Cuánto tiempo me queda?

Las mismas preguntas que todos nos hacemos. El cazador de replicantes Rick Deckard y el replicante Roy Batty. Las preguntas de todo ser vivo contaminado por el problema del pensamiento. Esas mismas que laten en cada una de nosotras, en cada ser vivo, bajo la fina corteza de tecnologías, ambiciones inducidas y consumo insaciable que han insuflado en nosotros. Bajo esa estúpida creencia en el eterno progreso y la magia de los mercados.

La Filosofía ha pasado a un segundo plano educativo, para desgracia no sólo de los filósofos, sino de nuestra propia capacidad para situarnos de frente ante la vida. Mientras tanto, la enseñanza de la economía se ha convertido en una explicación de la perfecta competencia en los mercados, su capacidad para estabilizarse por sí mismos, su increíble sabiduría para terminar corrigiendo desigualdades y administrar racionalmente los recursos.

Y, sin embargo, de nuevo, todos sabemos que esos cantos al libre mercado son mentira. Todos sabemos que cualquier desarrollo económico sensato debe centrar sus esfuerzos en cuestiones como corregir desigualdades y afrontar los efectos del cambio climático.

Cuantos hemos tenido que vérnoslas con la famosa libre concurrencia y las nunca demostradas virtudes de la competencia salvaje, hemos comprobado que no se produce en igualdad, sino que premia a los más avispados, cuando no a quienes manejan información privilegiada. 

Nadie evalúa las consecuencias de una política económica puesta al servicio de los beneficios empresariales y de los mercados financieros. Las ideologías económicas no pueden obviar los ángulos muertos que nos impiden ver los terribles resultados sociales que producen unas prácticas económicas que nos venden crecimiento infinito y nos devuelven errores y fracasos políticos en la integración.

Es tiempo para la reflexión sobre buenas y malas prácticas, sobre los efectos de las nuevas tecnologías y las innovaciones que se nos venden como salvadoras. Cualquier buen economista debería aprender cuándo es necesario dejar actuar a los mercados y cuándo es necesario intervenir para corregir errores, fracasos y mentiras evidentes, como ocurre ahora con las grandes cadenas de distribución.

En qué momento hay que subir impuestos y cómo y cuándo tenemos que bajarlos. Son esas y no otras las grandes cuestiones que tiene que abordar la economía para ayudar a tomar las decisiones más adecuadas y justas.

Necesitamos estas nuevas formas de entender la economía, como parte de una nueva forma de hacer política al servicio de las personas, sus recursos, sus necesidades y sus posibilidades de futuro en un mundo cada día más complejo.

No se trata de crear nuevos fundamentalismos económicos y renovados populismos políticos, sino prepararnos política y económicamente para un mundo que nos plantea hoy preguntas que mañana habrán cambiado. El problema es si sabremos, querremos y podremos hacerlo.

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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013.

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