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La obstinada memoria y el caso Almería: ¡Ya era hora!

Alfons Cervera

Hace dos años escribía en infoLibre sobre un pedazo grande de nuestro olvido. Lo lógico sería que hubiera puesto “sobre un pedazo grande de nuestra memoria”. Pero aquí hemos dejado la memoria hecha unos zorros. Un trapo estrujado en la pila de la cocina. Retales de una materia que se fue descomponiendo hasta quedar sólo un charquito de agua en el suelo de la intemperie. Nada. Decía Primo Levi que recordar es un deber. Y nos hemos saltado ese deber para no caer en el foso de los leones. Porque el pasado es un pozo que hay que abrir para que respire el agua estancada, para que se desenrede el galimatías de fango y ramas crecidas en lo oscuro. Aunque al abrir el foso nos salten a la cara los leones.

Escribía aquí hace dos años sobre el asesinato de tres jóvenes en el mes de mayo de 1981. Se acababa la Transición. Hacía unos meses del golpe de Estado, del triunfo del rey en su noche estelar, de la fanfarria alegre que siguió a la derrota del golpismo. Mentiras a mansalva. El papel del rey siempre fue una engañifa y el golpe no fracasó del todo porque aseguró que las estructuras del Estado seguirían aferradas a la continuidad de una buena parte de lo que había sido la dictadura. La iglesia. El poder económico. Los torturadores y gerifaltes durante el franquismo seguían más vivos que nunca: además ya lucían ambos las medallas de la democracia. Una democracia con demasiado miedo al pasado.

El papel del rey siempre fue una engañifa y el golpe no fracasó del todo porque aseguró que las estructuras del Estado seguirían aferradas a la continuidad de una buena parte de lo que había sido la dictadura

Mes de mayo de 1981: el día 7 tres jóvenes salen de Santander para llegar a la primera comunión del niño Francisco Mañas en Pechina, su pueblo de Almería. Es Francisco el hermano pequeño de Juan Mañas, uno de los jóvenes. Los otros dos son Luis Montero y Luis Cobo. Muchos problemas en el viaje: el coche escacharrado. Tren. Alquilan un coche. Ya en la madrugada del 8 al 9 llegan al pueblo. El 9 se van a Roquetas de Mar. Paseo tranquilo. Tiendas. Souvenir. La Guardia Civil, como en un poema de García Lorca. Los detienen. Dicen a la prensa que los jóvenes pertenecen a ETA, al comando que unos días antes ha atentado contra el teniente general Joaquín de Valenzuela, un atentado en el que mueren tres de los ocupantes del coche. El niño Francisco toma la comunión. El padre y la madre no lo acompañan: están buscando al hijo y a sus amigos. El crío sólo piensa en que vuelvan su hermano y sus amigos. No volverán. En un viejo cuartel abandonado han sido brutalmente torturados hasta la muerte. Una noche bastó para que esa brutalidad acabara con las vidas de los tres jóvenes. Después de las torturas los meten en su propio coche. En la carretera lo dejan caer por un terraplén y lo llenan de balas. El coche se incendia. Los cuerpos acribillados, casi descuartizados y calcinados son descubiertos el 10 de mayo en un barranco de la carretera de Gérgal, a unos sesenta quilómetros de Roquetas. La versión oficial daría risa si no fuera porque lo único que despierta es rabia y un dolor insoportable en las familias. La Guardia Civil sabe que no son de ETA, que su afán por dejar en buen lugar la eficacia del Cuerpo contra el terrorismo y por limpiar con esa eficacia la mala imagen del 23-F está escondiendo la verdad de los hechos. Miente esa versión oficial. Y las autoridades, en vez de abrir una investigación, refrendan esas mentiras.

El rey va al entierro de las tres víctimas de ETA.

El rey no va al entierro de las tres víctimas de la Guardia Civil en unos asesinatos que, digan lo que digan hasta ahora mismo las versiones oficiales, es un más que cantado acto de terrorismo de Estado.

En este país, las únicas víctimas reconocidas institucionalmente son las de ETA. Las demás incluyendo a las víctimas republicanas de la guerra y de la dictadura franquista no existen.

En Santander se celebró hace tiempo un homenaje a los tres jóvenes asesinados. En la estación de ferrocarril hay una escultura que los recuerda. En eso ha colaborado y sigue colaborando el colectivo Desmemoriados, que no cesa en su empeño de desempolvar la memoria colectiva de su tierra. En Almería hay un recuerdo en el lugar donde fueron encontrados sus cuerpos y en Pechina un parque con el nombre de Juan Mañas Morales. Los guardias civiles fueron condenados a penas de cárcel que cumplieron en su nivel mínimo. Cobraron, además, de los fondos reservados del Estado. Las familias de los asesinados se han pasado la vida esperando el más mínimo reconocimiento, el más mínimo gesto de afecto por parte de los gobernantes. Nadie les ha hecho llegar eso tan machaconamente repetido en otras ocasiones que es pedir perdón por los crímenes cometidos. Tuve ocasión de conocer al niño que tomaba aquel día aciago la primera comunión. Nunca Francisco y su familia dejaron de exigir responsabilidades. Como las familias de los otros dos compañeros. También conocí a Javier y Lola, sobrinos de Luis Montero y Luis Cobo respectivamente. No han dejado Lola y Javier de exigir justicia para los jóvenes asesinados. Esa exigencia sólo ha encontrado silencio. La burla indecente del silencio. ¿De dónde tanta crueldad, de dónde? El 9 de septiembre del año pasado, en infoLibre, publicaba Ángel Munárriz una crónica magnífica sobre el oscuro itinerario de esa crueldad. Ojalá la lean ustedes. Les hará bien, aunque les provoque mucha rabia. Les hará bien.

Pero como no hay mal que dure cien años, o eso dicen, el pasado 20 de enero tuvo lugar en Almería el primer reconocimiento oficial a las tres víctimas de aquel mes de mayo de 1981. Ha tardado cuarenta y dos años ese reconocimiento. El secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez, la directora general de la Guardia Civil, María Gámez, y el subdelegado del Gobierno en Almería, José María Martín, encabezaron la celebración que tuvo lugar en la subdelegación del Gobierno. Ahí estuvieron las familias de las víctimas. La “obstinada memoria”, de la que hablaba el gran escritor Agustín Gómez Arcos, exiliado en Francia y vergonzosamente olvidado, ha hecho que al final se haya conseguido lo que durante más de cuarenta años les han venido negando todos los gobiernos hasta ahora mismo. Recuerden lo que dijo Felipe González: “Nosotros decidimos no hablar del pasado”. Y lo cumplió a rajatabla en los tantísimos años en que fue presidente de varios de esos gobiernos. Seguro que se siente orgulloso de su silencio. Nunca ha importado nada lo que escribe el mismo Gómez Arcos en su inmensa novela Ana no cuando habla de aquella España de la dictadura franquista: “Tierra de fosa común, tierra llamada de la patria…”. Silencio.   

Los crímenes ocultos de la Transición, escrita aquí esa palabra con la mayúscula de los grandes acontecimientos históricos. Menuda mayúscula, menudos acontecimientos. Un tiempo ejemplar, exportable a otros territorios, modélico entre los grandes modelos de la historia. Eso dicen. ¿Y qué hacemos con las víctimas de aquellos años? Empuja sin descanso, para aliviar el desasosiego y buscar justicia, la Asociación Andaluza de Víctimas de la Transición. También la Plataforma por el Tren Público, Social y Sostenible de Almería lleva tiempo exigiendo que en la estación se erija un monumento de homenaje a los tres jóvenes asesinados: Juan Mañas era un trabajador del ferrocarril en Santander. Se tendería así un eje entre Santander y Almería, un eje que hilaría simbólicamente esos dos lugares de memoria. Hasta ahora sólo el olvido ha caído sobre esa memoria. Y sobre todas las demás. Seguro que cada uno de ustedes, cada una de ustedes, tendrán un nombre en la punta de la lengua. Suéltenlo. Llenen el injusto olvido con la dignidad de la memoria de esas víctimas. Ahí, en esa memoria de la dignidad, seguro que nos vamos a encontrar. Siempre ahí. Siempre.

P.D.: Muchos cabos quedan sueltos en la recuperación de la memoria de las víctimas de la Transición. De su dignidad machacada por la injusticia y el olvido. El acto celebrado en la Subdelegación del Gobierno en Almería no es un punto final. Para nada lo es. Ya mismo hay que conseguir que Luis Cobo, Juan Mañas y Luis Montero así como las víctimas que cayeron en esos años a manos de la policía y la extrema derecha en una terrible complicidad la mayoría de las veces sean reconocidos como víctimas del terrorismo. Creo que ya es hora, ¿no? Que ya es hora.

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Algo personal (Piel de Zapa, 2021)

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