Ojalá lo hubierais conocido

El sábado fallecía a los 67 años Ángel Allué Buiza. La mayor parte de quienes leáis esta columna no lo conoceréis. Casi toda su carrera profesional la dedicó al servicio público como inspector de trabajo. Llegó a ser un tiempo Director General de Comercio Interior. Cuando cesó volvió a la Inspección de Trabajo. Era un gran amigo y me gustaría compartir su triste desaparición porque creo que no es justo que su muerte pase desapercibida.

Es muy difícil definir a Ángel. Seguramente porque ha sido hasta su último respiro un hombre nada convencional. Creo que no podemos despedir a Ángel con un gesto de dolor y tristeza. Él mismo eligió su foto de despedida, esbozando una sonrisa. Creo que era Friedrich Nietzsche el que decía que “la inteligencia de un ser humano se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar”. Ángel manejaba un fino humor con especial maestría. A veces, casi podíamos hablar de él como de un auténtico monologuista

Ángel estableció durante su vida una especie de conversación ininterrumpida con todo el mundo. Nunca he conocido un conversador mejor. Podía hablar de cualquier tema, aportando siempre criterio y conocimiento. Jamás rehuía conversación alguna, salvo de fútbol. Creo que es el único tema que jamás le interesó. 

En esa incesante conversación ininterrumpida, Ángel se encontraba en su hábitat predilecto. Combinaba como nadie una cultura enciclopédica con un peculiar interés por los detalles más anecdóticos y divertidos. Tenía la extraordinaria habilidad de que su relato siempre navegara cómodamente entre la Enciclopedia Británica y el Hola. Mezclaba como pocos el curioso arte de la crítica más corrosiva sin que nunca sonara grosera o maledicente. Acababas deseando que te hiciera algún reproche para disfrutar de su habilidad.

A lo largo de los años, habíamos construido una sólida amistad, especialmente centrada en su permanente espíritu de protección. Siempre me consideró, como a tantos otros que formaban parte de su mundo, un completo desastre incapaz de cuidar de mí mismo. Razón no le faltaba.

Veía siempre un atisbo de amenaza o peligro antes que nadie. Se sentía reconocido con el apodo de Don Prudencio, que le fue otorgado en su propia casa por Cristina, su siempre paciente mujer. Con apenas 14 años le regaló a nuestra hija Blanca la película Taken, que trata del dramático secuestro de una adolescente a cargo de una organización criminal dedicada a la trata y explotación de jovencitas. Así, con una indirecta, era su forma de avisar del peligro que le acechaba y que sus padres no éramos capaces de ver.

A lo largo de los años, habíamos construido una sólida amistad, especialmente centrada en su permanente espíritu de protección. Siempre me consideró, como a tantos otros que formaban parte de su mundo, un completo desastre incapaz de cuidar de mí mismo.

Sus consejos siempre conllevaban el aviso de alguna amenaza que se cernía sobre todos nosotros. Hace unas semanas, nos prestó su coche para un viaje repentino que tuvimos que hacer mientras teníamos el nuestro en el taller. Dedicamos más de media hora a recibir sus indicaciones. En el coche llevaba todos los utensilios necesarios para hacer frente desde a una hambruna a una hecatombe nuclear. 

Ángel ha sido un servidor público vocacional. Sus compañeros de trabajo le han dicho adiós con emocionantes palabras de respeto y reconocimiento. Se han unido representantes sindicales y empresarios con los realizó multitud de acuerdos de mediación, en los que siempre intentaba desnivelar un poco en favor de los trabajadores. Mi mujer siempre ha mantenido que una docena de Ángel Allué en el gobierno arreglaba este país. Lo comparto.

Pero el servicio público no se limitaba a su actividad laboral. Su espíritu de protección a los demás lo ha extendido en todo momento y hasta el mínimo detalle con los que formábamos parte de su entorno. Ya en el hospital, cuando agotaba los últimos días de vida, seguía trabajando. Incluso, hizo las gestiones precisas hasta obtener un visado en la embajada estadounidense para un médico agobiado que no lo conseguía tramitar para un viaje urgente que necesitaba hacer.

No he contado en mi vida con otro amigo que haya mostrado tanta preocupación por mis problemas. Me consta que así era respecto a todos los que le rodeaban. Con Ángel en tu entorno era imposible sentirse solo o desguarnecido. Cuando hubo que escribir el texto de su esquela, sus seres queridos decidieron darle el último adiós con este breve texto: “Ángel Allué ha sido un hombre íntegro y noble. Sus familiares, sus amigos y sus compañeros de trabajo queremos rendirle homenaje y celebrar su legado: una vida ejemplar que deja un recuerdo imborrable en todos los que hemos tenido la oportunidad de disfrutar de su compañía”.

Ojalá lo hubierais conocido. Seguro que hubieseis lamentado su fallecimiento como todos los que hemos compartido su existencia. Ya le echamos de menos. Además, llevaríais con seguridad una manta ignífuga en vuestro maletero.

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