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El origen de la industria cultural está en la diversidad

José Javier González

La Antropología ha propiciado el desplazamiento del enfoque inicial de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH - 1948) desde el derecho a la satisfacción de los derechos sociales y culturales hacia el derecho a la diversidad y la pluralidad cultural. Estudiándolo, se puede ver cómo la oportunidad para comprender lo que realmente es la cultura, y cómo se produce y transforma por cada grupo y cada individuo. Lo consideramos importante para contrarrestar el empuje de la desinformación, la manipulación, el negacionismo y la intoxicación interesada ejercida por la ultraderecha, los intereses mediáticos y, en definitiva, por el fascismo y los poderes globales del neoliberalismo exacerbado.

Los antropólogos tomamos partido por la idea de que las culturas tienen sus propias lógicas y valores. ¿Se pueden usar las nociones colectivas como una imposición, como un deber que debe cumplirse? Si seguimos un enfoque universalista diríamos que ser “humano” es una condición innata, como propugna el proyecto del humanismo liberal ilustrado y, al ser algo previo a la socialización, el individuo poseería unas características universales. Sería una manera de transformar formas culturales diversas a un patrón común, la homogeneización universal.

Por el contrario, el enfoque relativista considera ilegítimo que se impongan conceptos externos en las culturas de los grupos, y aboga por la defensa de los derechos de las minorías grupales, entendidas como colectividades. Tiene el mérito de tener en cuenta las culturas y las diferencias culturales y sociales entre ellas, reconociendo que la condición humana es diversa en su origen.

De una u otra forma no se ve al individuo como productor o reproductor de cultura, ya que se sitúa la idea de identidad cultural por encima de él. Pensemos en las imposiciones, globales o locales, que distintos colectivos pretenden hacer a los demás grupos, con referencias a “los españoles”, “los catalanes”, “los andaluces”, a su forma de ser, la lengua, su idiosincrasia, las tradiciones y los símbolos bajo los que todos deben estar y referenciarse.

A partir de la Declaración se deduce que es precisamente el derecho a la diferencia y el respeto a la pluralidad lo que debe construir la base efectiva para unos derechos humanos transculturales. Existe una capacidad común que es la cultura (Turner, 2007), y lo característico de lo humano no son los conjuntos de rasgos inherentes al individuo ni al grupo, sino que es la facultad de producir y transformar las diferencias culturales. Nos desarrollamos en sociedad y con una capacidad impredecible de transformación de cualquier patrón. La característica de humano se va construyendo respecto al grupo en el que se está integrado, para transformarlo en formas sociales y culturales mediante el proceso de socialización.

Defendemos los DDHH mediante la redefinición de lo humano, con la idea de agente social más que de individuo universal, en tanto que somos seres que intervenimos en la producción cultural, generando y encarnando ideas, no siempre bellas ni provocativas, representaciones, arte, lenguaje, herramientas, o dando forma a la industria cultural tal como se entiende en la actualidad.

¿En qué se concreta la diversidad? En formas particulares de vida. Frente al derecho positivo, que obliga a actuar de alguna manera, hay que proteger el derecho a diferenciarse y a producir una diferencia dentro de un grupo, y para ello existen los derechos negativos. Éstos protegen a una persona o grupo minoritario que es objeto de represión, violencia o exclusión ante un conflicto que contesta a las normas del grupo dominante. Por ejemplo, respecto a las lenguas se puede escribir mucho, pero también sobre políticas de discriminación positiva, con cuotas para que los indígenas accedan a la universidad… si para ello hay que demostrar que se es indígena, vistiendo como tales en ciertos lugares de México. Es ahí donde actuaría el derecho a producir diferencia, con el derecho negativo se asume que algo está prohibido, la exclusión, la discriminación, la violencia.

Frente a la idea del ser humano con unas características naturales, los antropólogos decimos que el ser humano se conforma y moldea en la relación con otros, por la socialización, en los vínculos con otras personas. No hay ninguna característica natural

En el marco liberal en el que estamos insertos, Kymlicka, filósofo político liberal de referencia, defiende que un derecho no es un deber y, por lo tanto, nadie está obligado, nos ofrece el “derecho de salida” del grupo. Él trabaja más en cómo los Estados acomodan a las “culturas minoritarias”, que acerca de lo que ocurre dentro de esos supuestos grupos. La cultura se presenta como una proposición del estilo “o lo tomas o lo dejas”, trivializando así su significación y, a la vez, exagerando su rigidez. Hay contextos en los cuales hay presiones sociales sobre los individuos, y el derecho de salida no es tan fácil, entonces la agencia, la voluntad, no es suficiente herramienta.

La ciudadanía es un principio de inclusión genérico, pero también lo es de exclusión, porque señala diferencias (el lugar de nacimiento, el no acceso al padrón), y esto lo hemos naturalizado (como la apropiación de los símbolos). La ciudadanía naturalizada es lo tolerable, y los inmigrantes y sus diferencias infrahumanas son lo intolerable (la invasión, la destrucción de la cultura-cosa autóctona, la sustitución de las tradiciones). Al abolirse la esclavitud se ampliaron los derechos a comunidades que antes no los tenían, ya no nos diferenciamos de los otros como más o menos humanos, sino por los principios de diferencia o indiferencia y de jerarquización. Lo que consideramos intolerable para nosotros, empieza a ser tolerable para los otros. En el caso de las guerras de Irak o de Siria se crea una indiferencia de lo que es tolerable que les pase a los otros y lo que no es para nosotros. ¿A quiénes se salva, a las personas en las residencias de mayores en la Comunidad de Madrid durante la pandemia, o a los situados en la cúspide jerárquica, con vidas más valoradas, más sagradas? Ahí intervienen decisiones políticas.

¿Por qué tiene esto que ver con la antropología? Se debe poner en valor la diferencia, una cuestión claramente antropológica, y por eso se defiende y legitima a través de una visión negativa del Derecho. Frente a la idea del ser humano con unas características naturales, que realmente son una concepción occidental, los antropólogos decimos que, en realidad, el ser humano se conforma y moldea en la relación con otros, por la socialización, en los vínculos con otras personas. No hay ninguna característica natural. Lo que se transforma son las pautas y formas de actuar. Turner redefine la cualidad humana como la cualidad universal, la de producir y transformar potencialidades en pautas de acción, de comportamiento, valores, etc., todo eso que entendemos como cultura, sociedad, etc. No se debe dejar de repetir que los DDHH han de defender esa capacidad de producir diferencias, y poner el acento en que, gracias a eso, se pueden universalizar los DDHH (aplicándolo a todo el conglomerado cultural, a compartir o no una lengua, una religión, al patrimonio, incluso a la cultura como industria).

La cultura sería como un mosaico de elementos que se combinan entre sí, algunos elegidos y otros no, del propio grupo y de grupos que se yuxtaponen unos a otros y con el Estado. Eso que llamamos cultura y derechos culturales, rasgos culturales, prácticas, se va produciendo día a día en el contexto de las relaciones sociales, de modo que la idea del individuo que está fuera del mundo social no es tal, en la medida que está inserto en relaciones que lo presionan, lo tensionan. 

Cultura es patrimonio, historia y memoria, porque ahí están las semillas para el futuro (Declaración de Cáceres, 2023), pero cultura también es el día a día, reconstrucción, pugna, la relación con el grupo, la interacción, las elecciones propias y los rechazos conscientes e inconscientes, la valoración de las elecciones ajenas… son formas de vivir, pensar y sentir de los distintos individuos y grupos sociales. Pese a ello, una parte no es elegida, porque se inculca desde pequeños en el hogar, por la sociedad, y no podemos escapar completamente de ella, pues resulta indivisible del mismo ser. Por la educación recibida y por la socialización, el agente no es totalmente libre, está constreñido socialmente.

Cómo la gente usa y construye la cultura… a eso es a lo que hay que atender, a la dinámica misma, a los modos de vida. Después llega o no llega la cultura como industria, como arte, o … como la pérdida de una lengua más.

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José Javier González es antropólogo y colaborador de la Fundación Alternativas.

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